IV. III. “La liberación hacia sí mismo. El arte como puente entre la ciencia y la filosofía” – Salarrué
Amigos:
Hace algunos días, a raíz de una excitativa del diario «Patria» (a cuya redacción pertenezco), para conmemorar en esta universidad, en alguna forma, el centenario de Goethe, recibí una amble invitación de la rectoría de la Universidad, para encargarme de uno de los números de la conmemoración. Nadie habrá de sorprenderse que afirme hoy aquí mismo que sé muy poco de la vida de Goethe. No es sólo eso: ignoro además casi todo lo relacionado con su obra literaria, de la cual podría por referencias dar detalles ciertamente, pero que no conozco a fondo; aunque me he prometido profundizar en ella en la mejor oportunidad. Los artículos que casualmente he leído en ocasión del centenario, no ha dejado en mí ningún sedimento con el cual pudiera hoy modelar siquiera un bajorrelieve en bosquejo del enorme poeta y filósofo alemán.
Puede causaros asombro el hecho de que le llame el enorme filósofo sin conocer mucho de él. Pero sería ingenuo criticarme por ello. Para que el mundo entero resuene ahora con el nombre de Goethe, preciso será que se trate de un enorme filósofo.
No trato de hacer cosas extravagantes; trato únicamente de no despreciar la ocasión que me ha dado la generosa oferta de la Universidad. Es muy posible que me haya visto obligado a hacer uso de ciertos trucos, para salir airoso de tan difícil cometido; pero yo no iba a renunciar a la oportunidad como ésta, para probar a daros algo de lo poco que yo puedo ofreceros, so pretexto de Goethe, y sin faltar por ello a Goethe en lo más mínimo. Voy a explicaros cómo.
Me he preguntado a mí mismo si no era, hasta cierto punto, una cobardía moral el hecho de declarar mi incapacidad para formar parte en el homenaje a Goethe. Yo, que me considero, a más de hombre, un hombre de letras (muy poco, por no dejar de ser, un hombre de carne), ¿iba a declararme en derrota habiéndoseme dado esta especialísima oportunidad de exponer ideas en el mismo corazón de la Universidad Nacional; instituto que me interesa muchísimo, como lo he demostrado recientemente?
Yo ignoraba a Goethe casi por completo. A decir verdad, me he dado cuenta (a raíz de esta sorpresa), de que yo ignoro muchas cosas que sin embargo conozco muy bien. Aunque parezca absurdo, yo ignoro muchas cosas en las cuales en las cuales creo y a las cuales admiro. He admirado a Goethe toda la vida, sin saber nada de él; y he admirado a muchos otros grandes pensadores y héroes de la historia humana, sin saber quienes han sido. ¿Quién no pronuncia con fervor el nombre de Homero, aunque no haya leído sus obras inmortales? Alejandro, Julio César, Napoleón ……. ¿qué necesidad hay de leer sus hazañas y sus palabras para saber que fueron grandes hombres de gobierno y de guerra? Cervantes, Shakespeare, Dante …… ¿será preciso leer sus portentosas obras de literatura, para afirmar su grandeza?
Quizás sea injusto en este instante, al inquirir si el hecho de si haya hombres de letras que ignoren el valor de los hombres que admiran, no será un poco culpa de las universidades. No hago a la nuestra un cargo o un reproche directo, por las dudas…… Y, por las dudas me he atrevido a venir aquí este día, para que se tome nota de mi caso. La importancia que me otorgo, la tomo únicamente de la distinción que la Universidad me hace, al atribuirme una cultura que estoy muy lejos de tener.
Pero mi incultura yo la suplo con un poco de intuición (generosa gracia que Dios me ha concedido). Como en el caso del psicómetra, el intuitivo puede, con tomar un solo fragmento de una cosa aplicarlo a su frente, decir qué cosa es, para qué es, y de dónde viene. Así procedo yo ahora en el caso de Goethe, a quien pretendo alcanzar en comprensión, devanando el hilo de todo su ser por el cabo que ahora cojo entre mis dedos: una simple idea expresada por él, y que encuentro en un artículo de Ortega y Gasset.
«Puedo llamarme su libertador —dice a los jóvenes— porque en mí han averiguado que, como el hombre vive de adentro afuera, también el artista debe crear de dentro afuera ya que, haga los gestos que haga, no podrá nunca dar a luz otra cosa que su propio individuo»; y Goethe concluye:
«La liberación de que se trata es, pues, la liberación de sí mismo».
Si Goethe clamaba en uno de sus versos: «suma dicha de las criaturas es la personalidad» (el ser sí mismo), Goethe es, antes que todo, un ensimismado. Si Goethe es grande, es además un gran ensimismado; un sol en ese sistema planetario al cual pertenecemos nosotros como míseros bólidos. Por nuestra calidad de ensimismados, puede que, después de todo no lleguemos muy lejos de lo permitido, al exponer ideas nuestras so pretexto de intuir la órbita goetheana.
Se ha dicho en el programa de este homenaje que el tema de mi disertación sería «Goethe iniciático». Ciertamente yo expresé mi deseo de hablar del sentido iniciático en el gran poeta que nos ocupa. Creí tener tiempo suficiente para hacer un estudio del aspecto iniciático de Goethe; aspecto que conozco por referencias y que pensaba penetrar leyendo parte de sus obras. Este proyecto no pasó de ser tal, debido en parte a mis entretenciones, y en parte a mi indolencia. Estoy absolutamente seguro de que existe una obra de Goethe intitulada «La Serpiente Verde», de iniciación Rosa-Cruz, y que, según parece, cuesta mucho conseguir. En ella se obtienen seguramente datos muy precisos acerca de la parte esotérica de su vida personal. También sé de evidentes alusiones iniciáticas en la primera parte del «Fausto», y de un más recóndito pero más profuso esoterismo en la segunda parte de la obra.
El tema que voy a desarrollar podría exponerse en esta frase: EL ARTE COMO PUENTE ENTRE LA CIENCIA Y LA FILOSOFÍA; y resulta del análisis —un tanto precipitado— de aquella simple idea enunciada por Goethe en su calidad de iniciado.
La liberación hacia sí mismo
Esta es la pluma de un pájaro maravilloso que no me es del todo desconocido (a Dios gracias). Yo sé que al rumor de estas palabras, la Ciencia ahonda el ceño con disgusto, y el idealismo atiende entusiasta. Porque ¿qué es eso de liberarse hacia sí mismo?......
Goethe es un filósofo idealista. Los hay que sosn materialistas, y debe saberse distinguir entre los materialistas, que lo son por grosería y excesivo sensualismo en la vida, y quiénes, aunque mantengan hábitos de pureza y filantropía, se muestran siempre mal encarados contar toda afirmación de la existencia del espíritu. Son éstos últimos que llamo filósofos materialistas.
Goethe, repito, es un filósofo idealista.
Me basta el hecho de su ensimismamiento, porque bien sé adonde conduce.
Cuando Goethe dice que el hombre vive de dentro afuera, y que el artista, por más gestos que haga, no podrá dar a luz sino su propia individualidad, es porque cree una vida de dentro, en un mundo interno, que distingue, de alguna manera de ese otro mundo externo del materialismo, en el cual la individualidad, o sea la esencia del ser, se ve proyectada.
¿Cuál es el significado de ese mundo interno, afirmado y reafirmado por muchos grandes filósofos —entre los que destacan particularmente Pitágoras y Platón, y más tarde Plotino— pasando por creerlo innecesario, sobre todos aquellos grandes instructores de la humanidad que la visión occidental abandona por entero a la Religión? ¿Qué pretensiones son insistentemente esa paradoja en el portal de la Ciencia, con pretensiones de ser recibida y asilada? ¿Cuál es ese hombre de dentro, y que relación guarda con el mundo exterior en el cual se manifiesta?
Quizás nada me mueve a mí tanto, en mi innata timidez, a traspasar en cualquier oportunidad los umbrales de un instituto de la naturaleza de éste, como el deseo intenso de hacer que un día se borre en los labios de los académicos la sonrisa de ironía, al simple enunciado de la idea de un mundo interno, y de un hombre sumergido desde el espíritu hasta la forma.
Parece fundamental en nuestra vida esta dualidad del espíritu y la materia, y nuestra mente se ha hecho práctica en el ejercicio de una falsa consideración del mundo, con la antítesis de un aspecto tangible, visible y audible, y otro invisible, intangible e inaudible, que llamamos mundo de la consciencia.
Por lo que a la Ciencia respecta, su visión es tan limitada, por de pronto, que se conforma con el análisis de una mitad de estos dos aspectos innegables del mundo; y, si bien es cierto que en los últimos tiempos —sobre todo con el empuje que en ello ha puesto Einstein con su teoría de la relatividad— empieza a conciliar ciertas divergencias con la filosofía y con la religión, en cambio se ha obstinado y se obstina ya demasiado tiempo en el conservatismo de la teoría de la evolución, que da una verdad truncada; puesto que es ella una teoría de la evolución de las formas, dejando sin análisis ese reverso aparente de la vida, o espíritu que habita las formas, y que forzosamente comparte el proceso de evolución.
Digo reverso aparente, porque creo que la vida y la forma no son sino fases de una idéntica realidad; y niego la dualidad del universo, tal como la lógica nos lo presenta. La comodidad y la tendencia a la separación, han hecho siempre que los filósofos materialistas consideren el aspecto materia como el único real y el otro como producto del primero. Creen que la mente humana es una función de la materia; mientras el filósofo del idealismo considera la materia como maya, producto de una ilusión espiritual.
El materialista observa que, cuando la forma se destruye o estropea, la manifestación espiritual, —conciencia o vida— desaparece, e infiere de allí que es la materia la productora de la forma, la vida se consume.
Por otra parte, lo que atrae la atención del idealista, no es la observación de las formas asumidas por la materia que guarda en sí la vida, sino el poder de esta vida y de la conciencia, sobre tales formas; y la circunstancia muy especial, de que en toda evolución podemos reconocer un principio de creación, que moldea desde adentro en la materia; pudiendo, en lo que al hombre respecta, llegar este poder dinámico hasta el grado de transformar un medio francamente hostil, en un sentido favorable.
Así, si queremos comprender el significado profundo de eses mundo interior de Goethe, tenemos que comenzar por abolir ese antitético concepto de dos mundos —uno interno y otro externo— tan alejado de la realidad ultérrima de la vida.
Si la física moderna ha llegado a anular el problema anterior de la dualidad entre la materia y la energía, demostrando que son mutuamente reversibles, con mayor razón hay que esperar de los idealistas escolásticos, que llevan a cabo, con agilidad, la unificación simplificadora, concediéndole a la odiada materia el valor que le corresponde en la escala espiritual.
Los término espíritu y materia, sin embargo, son sumamente útiles, para una mejor inteligencia de ese mundo gotheano, porque denotan una relación entre dos modalidades —o, mejor, extremos— de una sola y única cosa. El puente que une ambos extremos es, sin duda alguna, el hombre mismo; al que podemos identificar con el término conciencia; la conciencia que está colocada entre una verdad superior y una verdad inferior; dos verdades de una sola y única verdad.
Pero esta conciencia, ese hombre, ese puente, no es un nuevo elemento colocado para enlazar los otros dos; sino que está construido de maravilloso modo, con una emanación del aspecto forma, y otra del aspecto espíritu, entrelazadas por algo mucho más abstracto aún; por una Verdad relativa. Es un puente que resulta material visto desde el espíritu, y espiritual visto desde la materia. Es decir; el Hombre en sí, desde esta relatividad, desaparece como entidad separada: es la conciencia corrediza, mutable, fluida, que experimenta limitación al contacto con lo inferior, o sea con la forma; y expansión al contacto con lo superior, o sea con el espíritu. Lo que, en más claros términos, quiere decir que nada es espíritu o materia por sí mismo, sino que es una u otra cosa en relación con la conciencia. Por lo tanto será siempre un absurdo pretender que sólo importa la materia, o que sólo importa el espíritu, en la resolución de los grandes problemas.
Constituye una lucha tremenda para un filósofo idealista o místico, la lucha sostenida contra la lógica vulgar de los seudo científicos, que sin darse cuenta manosean a diario con sus manos embarradas, las adquisiciones de una superior realidad hechas por la mente filosófica y tenidas en gran estima. Tocos argumentos son lanzados sin miramientos contra los más diáfanos conceptos espirituales, y, aquí cabría repetir con el filósofo y el sentido de nuestro «VIVIR» periodístico: «La vida no es lógica ni sistemática, ni razonable, ni utilitaria; y, si pudiera expresarse en un sistema lógico, no sería vida sino muerte. El misterio de la vida no es un problema soluble sino una realidad experimentable. La grandeza de una verdadera y vivida filosofía de la vida no consiste en que haya de responder a los problemas de la vida; sino en que no responde».
Y aquí volvemos el ensimismamiento de Goethe, porque el ensimismamiento es la llave de acceso a ese mundo interno, que no es un producto de mayor o menor metafísica o ensoñamiento, sino una REALIDAD EXPERIOMENTABLE para quienes han trascendido ciertas limitaciones.
No todos se atreven a vivir la soledad. La soledad es un lugar preñado de misterio. El aislamiento pone al hombre en contacto con una vida que es muy pronto perceptible; aunque sea ésta una percepción que no llegue hasta los límites visuales y auditivos, pero que podría llegar.
Es en la sociedad de donde brota de nuestro más íntimo ser, la fuente milagrosa de la eterna vida, de la juventud imperecedera. La vida no se compela sino cuando se ha llegado a sentir esta necesidad, el hambre de este pan. Medio vive, únicamente, aquél que sólo siente el estímulo de lo externo y se apega a los placeres de la sensualidad, olvidándose de que, por encima de él, por arriba de su conciencia, hay otro mundo infinitamente más hermoso; cuya realidad será percibida con el simple esfuerzo de levantar la conciencia para enfocarla hacia allá.
Es la filosofía, nuestra inseparable compañera de la soledad, que habrá de servirnos de guía paso a paso por la nueva extensión de nuestro mundo personal. La filosofía, que es el anhelo de saber la verdad, la realidad de nuestra vida misteriosa.
Las gentes vulgares rechazan siempre la filosofía, acusándola de loca y de falaz. Esto piensan aquellos que piden de la filosofía lo que la ciencia materialista les ofrece: pruebas más o menos ilusorias; argumentos intelectuales; que son como el agua del mar para la sed. Pero la filosofía principia —ya lo ha dicho Platón— con la sorpresa producida por la contemplación; con la inquietud nacida ante la observación atenta de las maravillas de la existencia. Como acertadamente dice e filósofo inglés: «El despertar al misterio de la vida es un acontecimiento revolucionario que destruye un viejo mundo para que lo sustituya otro nuevo y mejor; y todas las cosas quedan afectadas por el cambio. Hasta nosotros somos entonces extraños a nuestros propios ojos; y temblorosos nos preguntamos quienes somos, de dónde venimos y adónde vamos».
La filosofía no es sino el cielo estrellado de ese suelo que es la ciencia. Debemos erguir nuestras cabezas, enderezar nuestros pensamientos, y apuntarlos como telescopios, hacia una nueva y mejor realidad; hacia la realidad bella y fecunda de la filosofía que comienza con la admiración.
La admiración, he ahí el hombre. Por admiración se desprende el filósofo del hombre vulgar, que no es sino una bestia de vanguardia. El hombre verdadero —ese puente entre la forma y el espíritu, esa conciencia corrediza de que antes hablé, esa cosa paradójica, esa poderosa e ineluctable abstracción— nace con la admiración, surge al chispazo de la belleza, entre los dos carbones de la admiración y la interrogación.
La admiración convierte al hombre en creador. La admiración es el Arte mismo; y creo firmemente en que debe identificarse al hombre con el Arte, y proclamar el arte como puente entre la ciencia y la filosofía; entre la ciencia que es forma y la filosofía que es vida. Entre la ciencia que es el hombre vuelto hacia fuera; y la filosofía, que es el hombre vuelto hacia adentro, hacia ese adentro de donde habrá de extraer la realidad del afuera: creándola, imaginándola, proyectándola al vivir de dentro afuera, irremediablemente; como ese artista de quien Goethe nos habla, «que no podría nunca dar a luz otra cosa que su propio individuo».
El Hombre es el Arte. Este es el enunciado que pretendo al paso establecer. El Arte es la Belleza; por lo consiguiente el Hombre es la Belleza. El Hombre es la Belleza: siempre que entendamos por el Hombre, la expresión más diáfana de ese ser que hecho a imagen y semejanza de Dios, resulta de la Manifestación (digámoslo así) de los tres aspectos divinos sobre el plano humano. Voluntad, Amor, Actividad que, vistos desde otro punto, son Pensamiento, Sentimiento y Acción. El Hombre es la belleza cuando, dueño de ese mundo interior que lleva consigo, se ha purificado lo bastante para ser Pensamiento puro, Sentimiento puro, Acción pura. Cuando ha alcanzado el grado excelso de Hijo del Hombre, como en el caso de Jesús el Cristo.
Bastante vulgar es la frase aquella de que el arte es hijo de la Idea y del Trabajo. Ampliaremos este concepto, diciendo que el Arte es hijo de la Voluntad y de la Acción, cuando están enlazadas por la Armonía. Esta Armonía que enlaza a veces la Voluntad con la Acción, es Inspiración, es Amor.
El Hombre es el Arte, ese puente misterioso que une con su carne los límites abstractos del espíritu (que es dinamismo), con los tangibles límites de la materia (que es inercia); puente que los une, los ata, los conecta y los funde. El Arte, puente hecho de materia y de espíritu, de forma y de vida. Puente humano, cuyas bases se apoyan a uno y otro lado del abismo de la eternidad. Puente que conduce de un mundo a otro, bello puente de los suspiros, que, al revés del veneciano, soporta a aquellos que pasan de las tumbas, a la libertad infinita.
Ser hombre es ser creador; ser creador es ser artista, es practicar la acción en armonía con la voluntad. Ser hombre es sentir la belleza en la acción y, sin este requisito, no se es hombre en calidad. La acción debe ser siempre grata al hombre, debe ser siempre resultado de su voluntad. No digo que esto sea posible inmediatamente, pero llegar a esa libertad debe ser nuestro anhelo. En cuanto logramos manifestarnos en tal forma, la acción produce el Arte, la Belleza, la Armonía, la Paz. La obra de arte suprema es el hombre, construido por el hombre mismo en una auto-creación. No hay obra de arte que se pueda comparar al hombre perfecto. Y siempre el hombre perfecto ha sido creado por él mismo, con martillos de dolor y cinceles de renunciación a través de incontables vidas. Coronar esta obra de arte, suprema, es realizar el Cristo—si entendemos el Cristo como un estado y no como un ser— es alcanzar la belleza y ser la Belleza.
Este trabajo de cincelar el propio Yo, comienza con el ensimismamiento gotheano; desde el instante en que el hombre se decide a dar la espalda a un mundo ilusorio mentido por los sentidos físicos; y a empezar, con los pies firmes, el ascenso de la estrecha escalinata que conduce a una mejor verdad. Hacia el exterior el hombre está rodeado de rejas; hacia el interior, el camino de la libertad está franco y lo estará eternamente. Porque la vida ilusoria del mundo es como la maja de Andalucía, tras la reja esperando al novio. El novio somos nosotros que, prendados de sus dudosos encantos, y quizás hechizados, permanecemos junto a los barrotes, románticamente adoloridos, dando lugar a que se nos aplique justicia al cantar sevillano que dice:
La reja de tu ventana
Me parece extraña cárcel,
Con el carcelero adentro,
Y el prisionero en la calle.
La liberación hacia sí mismo de Goethe —que ahora analizamos— es la misma liberación perseguida a través de la historia de la sabiduría humana, por todas las escuelas y congregaciones gnósticas más o menos iniciáticas.
No se trata como antes apuntamos, de una fuga ingeniosa por un mundo de conceptos, de actitudes metafísicas, de metafóricas regiones; se trata del descubrimiento efectivo de un mundo interno, en el cual las ideas y los sentimientos aparecen al hombre como realidades; con calidad de cosas externas. Es la constante exploración de nuestra misteriosa mina interna, llegamos un día a comprobar que nuestro mundo circundante, sólo es la sombra vana de un mundo que llevamos en nosotros. Cabe recordar aquí la famosa parábola de Platón en su «República», donde nos pide imaginar unos esclavos encadenados en una cueva, en forma tal, que no pueden volver la cabeza hacia la entrada. Una hoguera arde allí fuera, detrás de ellos, sobre la pared del fondo, los esclavos ven cruzar sombras de personas que pasan a sus espaldas, entre la hoguera y la cueva. Estas sombras hablan entre sí, y llevan en las manos, y sobre las cabezas, objetos de varias formas. Viendo solamente estas sombras y oyendo voces que parecen emanar de ellas, los observadores cautivos no podrían menos de creer que eran reales y vivientes; pero tanto la vida como la realidad están concentradas en los que proyectan las sombras. Lo que Platón trataba de presentar con claridad, es, que todo lo que nos parece tan real, el fenomenismo y la materialidad, son tan sólo las sombras que arrojan sobre el mundo físico, sus prototipos de dimensiones superiores, las formar y seres del mundo interno.
Esto quiere decir que cada cosa, cada ser, existe con mayor realidad en el mundo de nuestra conciencia; y que sus proyecciones exteriores, por muy verdaderas que nos parezcan al entrar en contacto con nuestros sentidos, son efímeras sombras o sueños, que ciertamente nos confunden y aturden. Pero de la misma manera que no sería posible obtener una idea verdadera de un pájaro, por la huella que su pata haya podido dejar en el lodo de un pantano, no podemos tener un concepto de la verdadera figura de las formas que observamos, ni de su naturaleza real, mientras no podamos liberarnos hacia nosotros mismos, en el sentido iniciático de Goethe; e ir de modo directro y práctico hacia los arquetipos o esencia de las cosas, en el mundo positivo de nuestro ser.
Repito, que la llave que franquea el arcano es el ensimismamiento, la preocupación sincera del individuo por su propio problema. Si nos ocupamos de descifrar los símbolos que nos rodean, con igual ardor al que p[onen muchos en la resolución de los rompecabezas, por pasatiempo, mucho habríamos de avanzar. La más insignificante florecilla del campo, oculta entre sus curvas una palabra de belleza y de verdad.
Nada como el Arte para ayudarnos a dar ese paso trascendental entre la ciencia y la filosofía. Porque el Arte es gran descifrador de símbolos; y sus vibraciones mágicas nos vuelven de golpe transparentes, las cosas opacas.
Podemos ver la tendencia moderna del arte hacia la simplificación y el sugerentismo, elementos que tienden a desarrollar un mayor poder para despertar las emociones y las comprensiones. En todas las artes se prefiere ya, a la interpretación literal y realista, la estilización sugerente. La imaginación está siendo cada vez más estimulada y liberada por la nueva concepción de las obras, que ofrecen un campo espléndido a la contemplación constructiva. Las cosas no se dan ya hechas, acabadas, digeridas, sino que se exponen en tal forma, que pueden desarrollarse de variada manera, abonadas con la heterogénea imaginación del espectador. La tendencia actual tanto en pintura como en música; en literatura, en escultura y en arquitectura, es el cultivo de las formas elementales y los sencillos contornos; la completa renunciación de todo aspecto parasitario y de los adornos innecesarios. Esto prueba fácilmente que el arquetipo, o esencia de las cosas, es la meta del Arte; y que el rumbo renovador encauza las tendencias, de modo fortuito, hacia lo abstracto o interior; haca lo subjetivo, dinámico y creativo.
Creo que una vez abierta esa entrada de Admiración que nos conduce a la filosofía el Arte —mejor que nada—, nos ayuda a trasladar nuestro bagaje terreno a la nueva región libérrima, de nuestro propio Yo.
Emancipados de la tiranía materialista, el mundo habrá de volvérsenos diáfano, radiante y gozoso. El significado de la vida será entonces profundo y sencillo a la vez, y habremos caminado buen trecho hacia la verdadera felicidad. El hombre interior se reconocerá a sí mismo como causa y efecto de la vida, y comprenderá por fin que el escabroso problema del mundo, sólo es el problema de sí mismo.
Discurso del Director de la Biblioteca Nacional leído el 12 de noviembre al inaugurarse la Exposición. de Libros
Julio César Escobar
Boletín de la Biblioteca Nacional, noviembre de 1933.
En revistas, diarios y folletos que llegan del exterior al país, vienen en sus páginas ideas o sugerencias que propenden a levantar el nivel intelectual de los pueblos. Tales ideas, tales sugerencias, en unas partes no fructifican, en otras florecen vigorosas y quieren ya rendir su cosecha óptima. Entre nosotros, por ejemplo, los sentimientos elevados, amplios, luminosos van teniendo vigorosa acogida y es así cómo, por primera vez, tiene lugar en este recinto la exposición del libro auspiciada por el excelentísimo señor presidente Maximiliano Hernández Martínez, y a iniciativa del Ateneo de El Salvador, institución que se esfuerza por la cultura salvadoreña.
Una exposición bibliográfica era necesaria en San Salvador, y esa necesidad se ha llenado: aquí la tenemos en la Biblioteca Nacional dicha exposición, si escasa en su cantidad, pero eficiente en su calidad, en la intención. Es una señal, un germen, de un nuevo florecer en estas tierras vírgenes, donde la buena simiente germina abundante para plasmarse después en pan milagroso de los hombres, milagroso decimos porque los libros, encierran el fuego lento y eterno que moldea el alma de la Humanidad. Es un ensayo, es algo así como un juego de niños, un juego que se irá volviendo un hábito. Aquí estamos mostrando, con la humildad de buenos salvadoreños, lo poco y bueno que tenemos en materia de libros y no con el afán de una vanidad minúscula, sino con los propósitos de abrirnos amplios horizontes, de darnos otras costumbres, de hacernos mejores recreos, de labrarnos otros caminos que nos llevarán a las riberas de una felicidad perfecta.
Las exposiciones bibliográficas deben anticiparse a las. exposiciones industriales: primero, el concurso de las ideas, después el torneo de los productos manuales. Los libros, arcas de la sabiduría, aprisionan las ideas que nos dan las disciplinas, los métodos, los sistemas para poder hacer y trabajar en orden.
Hace ya algunos meses, un espíritu dilecto, Salarrué, el escritor llamado a levantar el estandarte de los intelectuales salvadoreños, indicó la conveniencia de llevar a cabo un concurso como el que hoy celebramos. Dicha sugerencia no fue palabras en el viento, sino que tomó realidad en la voluntad de los miembros del Ateneo; y la Biblioteca Nacional, creada para justificarse como un verdadero centro de cultura, ha querido aportar su contingente en dicha obra, y en este sentido abrió las puertas para acoger en su seno la exposición de libros. Y no solamente la Biblioteca ha contribuido a que se realice esta exposición. Numerosos amigos han estado puestos al llamado del Ateneo de El Salvador, enviando libros curiosos que dan más brillo al acto que motiva estas palabras.
No se puede mantener inactivo ante las corrientes innovadoras. Los Gobernantes, las instituciones oficiales e independientes, los obreros, pedagogos, etc., están en el deber de abrasarse en la llama de los sanos entusiasmos.
A este certamen singular y amable, han de concurrir todos los hombres. Todas las energías. espirituales y si es posible las materiales han de aunarse, a fin de darle el mayor realce, la mayor galanura, el meas vivo interés, que así ya habremos ganado una de las más hermosas batallas en los campos de la cultura. ¡Qué bella cosa ésta! La exposición bibliográfica por primera vez en El Salvador. Pequeña pero compacta, tal lo que somos.
Sí, la calidad más que todo ha de preocupar a los salvadoreños. La calidad en las ideas, la. calidad en lo espiritual, la calidad en el trabajo, la calidad en los libros. Y tal condición es ya una ventaja. Por eso la exposición presente no será ni es una cosa efímera. Es cosa viva y será el arranque o el cimiento de una nueva costumbre que más tarde tomará las. características de un deber ciudadano.
¿Qué provecho nos deja una exposición bibliográfica? Muchos y de positivo valor científico, histórico y literario. A un concurso de tal naturaleza afluyen las obras fundamentales que constituyen el panorama del pensamiento humano. Y es así, precisamente, que ellas despiertan nobles anhelos. El artista busca la exposición bibliográfica para conocer la historia del arte; el historiador, el que gusta de ir a los laberintos de los siglos, va a la exposición para recrear su espíritu, viendo los infolios de otras edades que son el resumen de cuanto el hombre ha dicho y hecho; luego, los que se dedican al trabajo de imprenta, pueden medir y apreciar con gran acierto el proceso de la tipografía al través de las edades; el pueblo ve con sus propios ojos los incunables, en los que se encuentran los grabados de madera, el tipo redondo y el gótico antiguos, formándose. entonces, la idea de las penalidades de los antiguos impresores, del material y de los instrumentos que empleaban aquéllos. para dar cima a sus labores tipográficas en tiempos lejanos, cuando las ideas tenían limitada circulación. Y hay más todavía en estar latitudes, donde el libro no goza del aprecio que merece, se va formando, haciendo, como algo tangible, el cariño, el respeto al libro en algunos países de américa, donde la cultura ha entrado lenta y segura en la conciencia de las multitudes, las exposiciones de libro ocupan un lugar preferente en los programas educativos oficiales, y las personas adineradas vuelcan toda su filantropía en beneficio de estos acontecimientos, que no son otra cosa que sendas seguras hacia el mejoramiento. intelectual de los sectores sociales.
La escuela pública primara necesita de dichas exposiciones. Los escolares se sienten atraídos por las pastas y páginas ilustradas por animales fabulosos de los libros de cuentos que forman la literatura infantil: en una exposición de libros no faltan los libros para niños : "Las mil y una Noches", "Caperucita Roja", "Las Fábulas de Esopo", "Los Cuentos de Grimm", etc., etc. La mente de los escolares se ilumina con la policromía de las pastas y las láminas de los pequeños tomos, y entonces procuran surtirse de libros de cuentos. En el hogar, a cambio de golosinas, solicitan los libros que vieron en la exposición y así también lo hacen en el aula. El maestro de escuela se siente estimulado y se dedica con ahínco a fomentar la biblioteca escolar, después de haber visitado una exposición de libros. En los Estados Unidos, según estadísticas, las bibliotecas han aumentado considerablemente debido a esta clase de propaganda que en la mayoría de las publicaciones de aquel laborioso y culto país se le hace a los libros. Para fomentar la cultura popular en Norte América han recurrido a dos medidas eficaces: las conferencias en los paseos públicos y las exposiciones de libros, especialmente. En la Argentina, hay una Sociedad Protectora del Libro. Dicha institución, con el apoyo de las autoridades y de los particulares, verifica con gran éxito, cada año, una exposición bibliográfica, cosa que se ha vuelto un hábito en el sentimiento nacional de aquel pueblo. En el Uruguay y México las exposiciones bibliográficas han alcanzado gran importancia, y a eso se debe que reciben franca y efectiva ayuda del gobierno y de personas que aman la educación de las masas. En resumen, las exposiciones de libros son fuerzas vivas que mueven, que alientan a las colectividades en la conquista de sus ideales.
Y en el momento actual se siente, se manifiesta un afán constante de cada país por acrecentar el caudal de su cultura. Se multiplican las Universidades, escuelas y bibliotecas públicas. Se fundan agrupaciones para difundir ideas artísticas y literarias, se organizan ciclos de conferencias al aire libre encaminadas a darle nuevos derroteros al espíritu y a la mente.
El Salvador es un pueblo que practica esa gimnasia. Salvado toda clase de obstáculos se traza su programa de trabajo, y en primera línea coloca la educación de sus hijos, problema vital que se ha de enfrentar con decisión y valor; porque así se labra el porvenir de la patria, y en consecuencia aquí estamos ahora trabajando a la sombra de un solo ideal: una educación firme y útil.
Con la paciencia de un santo y con la tenacidad de los fuertes o de los incansables, vamos cincelando el camino de nuestra dicha para que las generaciones venideras admiren un pasado glorioso. La presente exposición, inicia. la cosecha de los esfuerzos de ayer. Atalayando el tiempo está la fe de los ciudadanos. Este sentimiento que gravita sobre la conciencia universal ha de traernos la grande alborada de una vida más amplia.
Se presiente un nuevo despertar. Hay un nuevo juvenecer. Quizás viene una amanecida más jocunda, con una aurora esplendente. Sí, estamos frente a una política nueva. La política de la cultura.
PRIMERA PARTE: 1932 sin el 32 - Archivos literarios bajo censura del siglo XXI (1)
SEGUNDA PARTE: 1932 sin el 32 - Archivos literarios bajo censura del siglo XXI (2)