Vivimos el enraizamiento de una nueva forma de organizar el Estado que mezcla las maneras de una dictadura del siglo pasado, las estrategias de una organización criminal al estilo de una mafia o un cártel —incluyendo la violencia que probablemente aumentará a la par del hiperacelerado armamentismo— y las mañas de una agencia de publicidad que permanentemente manipula la opinión pública o, como ellos lo llaman, viven en campaña permanente. Estamos, pues, como diría el sociólogo húngaro Bálint Magyar, frente a una tecnoligarquía mafiosa cuyo plan es parasitar las instituciones públicas todo el tiempo posible.
Pero lo peor de todo es cuán voluble se ha vuelto la consciencia de los ciudadanos en los últimos años. Veamos. Por ejemplo, a principios de 2011 fueron retomadas de redes sociales unas fotografías en las que puede verse al entonces presidente Mauricio Funes viajando en un avión privado rumbo a Disneylandia lo que provocó una justa indignación contra ese farsante que llegó al poder prometiendo administrar lo público honradamente y, como él decía, gobernar como monseñor Romero quería. En ese entonces nos preguntamos: ¿acaso nosotros, con fondos públicos, pagamos ese viajecito familiar? Y si fue lo contrario: ¿qué recibió a cambio el empresario que prestó ese avión que ayudó a financiar el alquiler?
Un tiempo más tarde comprobamos que ese viaje, que se supone ayudó a pagar el empresario corrupto José Miguel Antonio Menéndez Avelar, alias Mecafé, recibió cinco veces más en contrataciones públicas amañadas. Y claro, Funes es también hoy un ejemplo de funcionario vomitivo, de lo más bajo en que puede caer una persona, un ladrón de la más penosa especie que sucumbió ante su propia animalidad.
¿Y de Nayib Bukele no tenemos nada que decir?
Por supuesto que sí: él y sus inferiores impunemente nos vienen enrostrando que viajan en aviones privados, como si se tratara de servicios baratos que pueden pagar con dinero bien habido. El presidente, por ejemplo, constantemente exhibe sus vuelos en aviones privados, principalmente en el de matrícula XA-ARR, cuyo costo por hora oscila entre los 40 a 60 mil dólares.
¿Acaso aceptamos fácilmente que los Hermanos Bukele, por provenir de una familia de empresarios, desde antes de asaltar Casa Presidencial, ya tenían dinero para esos lujos?
Recordemos cosas simples. Antes de que el FMLN llegara a la Presidencia de la República la mayoría de las empresas que administraban Nayib y Karim eran fracasos que todos los años declaraban pérdidas, como cualquiera puede verificarlo con los balances financieros de Obermet, archivados en el Centro Nacional de Registros (CNR). La vida les cambió, sin embargo, después de recibir millonarios contratos con instituciones públicas y de comer a tres cachetes en la mesa de la inmensa corrupción de Alba Petróleos que les legó, además de estrategias para ocultar ofensivas cantidades de dinero, aliados políticos que desde hace más de una década aprendieron a mimetizarse detrás de las gruesas cortinas del poder para conservar su impunidad per saecula saeculorum. Casualmente algunos de ellos se apellidan Vega, Merino, Rais, Saca y otros.
Similar es lo que podemos decir del fallecido Armando Bukele Kattán. En la segunda mitad del siglo pasado hábilmente aprovechó las exenciones fiscales de la época para hacer crecer la empresa familiar, pero pasado el tiempo, y en circunstancias distintas, también recibió millonarios contratos del ISSS cuando era administrado por su sobrino, Óscar Kattán. Y una parte de ese dinero fluyó, en forma de préstamos, a las empresas administradas por Nayib.
Pero los lujos exhibidos públicamente son una minúscula muestra de todo lo que están haciendo con dinero del Estado, no con el propio, es decir, con el dinero que usted y yo pagamos en impuestos y que es el fruto de nuestro trabajo diario y, por tanto, de nuestra vida. Y la podredumbre es tanta que nuestra imaginación seguramente se queda corta a la hora de pensar en ella. Porque, hoy por hoy, la corrupción de los Hermanos Bukele y su círculo es legal, pero no por eso legítima. Con la Ley de Información Pública desarmada, los contratos del Estado convertidos en secreto, la Fiscalía General y la Corte de Cuentas controladas. ¿No es casi seguro que los robos que están perpetrando serán peores que los que perpetraron los Cristiani, Flores, Saca, Funes y Cerén?
Magyar explica que un Estado mafioso es diferente a otro Estado controlado por una persona rodeada de una élite, porque en el primero el grupúsculo se organiza como una familia y, en el caso salvadoreño, es realmente una familia —tanto por vínculos sanguíneos como de afinidad— con un patriarca como el único centro de gravedad que no gobierna, más bien dispone de dinero público, cargos, estatus, la libertad o la prisión, la vida o la muerte de una persona. El poder mafioso no reconoce derechos, solo acepta dar o negar concesiones.
Según el autor húngaro en ese Estado mafioso el patriarca y su familia solo tienen dos propósitos: acumular riquezas y centralizar el poder.
¿No es una descripción que calza con nuestra realidad?
Este breve y limitado balance de la situación tiene que ver con nuestra razón de ser, con nuestro nacimiento hace dos años. Precisamente porque Revista Elementos nació de la necesidad de contar los procesos, de pensar la realidad intercambiando ideas entre el periodismo, la historia, la economía, la antropología, la sociología, las ciencias políticas.
Seguimos creyendo en un periodismo riguroso, que construye historias desde sus raíces, que profundiza sin ocultar nada, sin mutilar la realidad, de permanecer siempre en las antípodas de los intereses creados.
Seguimos creyendo en valores democráticos, en la pluralidad de ideas, en la fiscalización de los poderes políticos y económicos.
Eso hemos hecho en estos dos años. Y eso seguiremos haciendo hasta las últimas consecuencias. Como escribió el poeta galés Dylan Thomas: No entres dócilmente en esa buena noche. Enfurécete, enfurécete ante la muerte de la luz.
Por más que el adoctrinamiento y la violencia pretendan amilanarnos, no seremos dóciles. Nos enfureceremos, como siempre, ante los intentos de matar la luz.
Larga vida y buena suerte. Las necesitamos.