II. El cuento de la revolución electoral
No es corto ni extenso: treinta páginas, mal escritas, repletas de mentiras y verdades. Aunque con más mentiras que verdades. Algunas fotografías. Algunas cuadros. En fin, sería tedioso hacer una antología de frases. Lo mejor es hacer una sinopsis, o quizá, de una buena vez, sin perder el tiempo, decir la moraleja:
Cuando el pueblo elige a una persona como presidente y cuando ese pueblo le concede a esa persona una mayoría legislativa, como nunca en la historia, es porque se ha producido «una rebelión electoral». Un rechazo a lo establecido. Un borrón y cuenta nueva. Una etapa diferente que faculta al elegido para hacer lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Lo importante son los resultados, los cambios, las transformaciones. En resumidas cuentas: todo este proceso puede catalogarse, «con entusiasmo gramsciano», como «una revolución pasiva».5
Sí. El autor del relato es el vicepresidente Félix Ulloa.
A su criterio, es el proceso político que explica el fenómeno bukeliano.
Es decir: el pueblo le concedió a Nayib Bukele una mayoría legislativa que le ha permitido hacer todo lo que ha hecho; por lo tanto, todo lo que ha hecho es únicamente la voluntad del pueblo.
Punto. Lo demás son falacias de la oposición.
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Desde que Nayib Bukele asumió la presidencia, pero principalmente desde que asumió la actual legislatura, conformada por una mayoría del partido oficialista Nuevas Ideas, la palabra «pueblo» se ha instrumentalizado hasta el hartazgo.
Es el vocablo con el que se justifican todas las suciedades políticas del presente.
No tiene sentido, en este espacio, refutar a todos aquellos pajarracos robotizados que se limitan a cumplir órdenes y que repiten, hasta el cansancio, con natural cinismo, que son la encarnación del pueblo y que por lo tanto están legitimados para hacer de la legalidad un asqueroso basurero. Al final de cuentas son políticos desechables, que van y vienen, incapaces de pensar por sí mismos.
Diferente es el caso del vicepresidente Félix Ulloa, quien no se ha limitado a repetir estribillos, sino, por el contrario, a construirlos. Desde que llegó al poder ha tratado de investir al actual gobierno con el traje de una democracia. Y así ha ido, de mentira en mentira, de contradicción en contradicción, tergiversando conceptos y matizando la realidad.
En su última publicación, y en sus más recientes intervenciones mediáticas, ha asegurado que el ejercicio político del presidente Bukele está fundado en una «súper mayoría legislativa» que representa la «voluntad popular».
Se le olvida al señor Ulloa que ese tipo de construcciones demagógicas fueron el sustento de los totalitarismos que en el siglo pasado provocaron, en una buena parte del mundo, una avalancha de terror y muerte.
Debería de volver a leer a los grandes filósofos de la política y el derecho —algunos de ellos citados en sus libros escritos antes de llegar al poder— que trataron o han tratado de reinventar el tema de la democracia con el propósito de no repetir los horrores del pasado. Tal vez eso le devuelva —si es que alguna vez la tuvo— un poco de decencia intelectual.
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Veamos. Desmontemos las falsedades teóricas del señor Ulloa. Primero desmitifiquemos el concepto «pueblo» para luego desbaratar su teoría de la «revolución electoral».
Norberto Bobbio, el eminente profesor italiano, decía que el pueblo es «una abstracción», una falacia, pues los únicos que en verdad existen son «los individuos», con sus «defectos e intereses». En ese sentido, en la democracia moderna «el soberano no es el pueblo, sino todos los ciudadanos».6
Partiendo de esa concepción individualista de la sociedad, su alumno, el jurista Luigi Ferrajoli, introdujo la noción «sustancial» de la democracia, la cual impone límites al ejercicio del poder —incluso al poder de las mayorías— y esos límites son los derechos fundamentales.
¿Por qué? Porque en nombre de la mayoría se han cometido los peores crímenes de la humanidad. Ahí está el ejemplo nazi, y el soviético y el chino, para mencionar algunos de los más abominables de nuestra historia reciente.
«Siempre es posible suprimir, por mayoría, los derechos de libertad e incluso el derecho a la vida», señala Ferrajoli en el segundo tomo de su obra maestra Principia iuris, teoría del derecho y la democracia.7
Y en otro de sus libros, tomando como base el pensamiento kelseniano, sentencia: «Ninguna mayoría parlamentaria, y menos aún el jefe de la mayoría, y ni siquiera la mayoría de los electores pueden representar la voluntad de todo el pueblo».8
Ferrajoli también pone en evidencia la abstracción del concepto pueblo: los derechos fundamentales, dice, además de imponer límites al poder, también refieren al pueblo «en un sentido aún más concreto»; es decir, aluden «a las libertades y a las necesidades vitales de todos y cada uno de sus miembros de carne y hueso».
Vemos, pues, que actuar en nombre del pueblo es una peligrosa demagogia.
Pero como para el señor Ulloa lo que tenemos en El Salvador es una «democracia compleja», no podemos supeditar la política al derecho (así como lo hace el constitucionalismo de Ferrajoli).
Muy bien. Pues sucede que la calificación que hace del actual régimen político salvadoreño también es un embuste.
[5] Félix Ulloa, Nayib Bukele y la rebelión electoral en El Salvador, Vicepresidencia de la República, 2022.
[6] Norberto Bobbio, Teoría general de la política, Editorial Trotta, 2013.
[7] Luigi Ferrajoli, Principia iuris, teoría del derecho y la democracia. 2. Teoría de la democracia, Editorial Trotta, 2011.
[8] Luigi Ferrajoli, Poderes salvajes, Editorial Trotta, 2011.
PRIMERA PARTE: Las perversiones intelectuales de Félix Ulloa
TERCERA PARTE: Las perversiones intelectuales de Félix Ulloa (3)