Abstract: Taboos are always perceived as fiction and myth. For the lack of reasoning about the past, science invents “new events” as if present experience would need to deny previous catastrophes. Such is an idea of the pest and of economic collapse, whose absence of prevention will paradoxically offer its rational resolution. Nonetheless, in Central America, literature exhibits the long historical dimension on current events: fear, illness, and death. Disguised as fantastic figures, the most dramatic actions are pictured in poetics. Written in 1946, “Cuentos de simay cima (Stories of Depths and Heights)” by Cristóbal Humberto Ibarra (19201988) reflects how migration and the lost of roots is equivalent to suicide, male sterility to fratricide, sexual harassment to a native Cerberus named Cadejo, racial distinction to incapacity, etc. Similar to forbidden topics, prejudices adopt a mythical masquerade hiding its real meaning. Without extending commentaries to other stories, “La Virgen Leprosa (The Leprous Virgin)” describes how a ghostly female figure challenges male workers in a gum plantation by spreading illness and death. Nature takes revenge against human depredation of the tropical forest. The topics that usually are judged as purely local —migratory rootlessness, fratricide, racial prejudice, natural deforestation, illness, death, economic recession— are nowadays universal. All these myths transcribe cultural and ecological violence, as well as human mortality. The simplest teaching of Coronavirus confirms the universal themes of regionalism. Since Being is Dasein —“ser es estar”— there is no universal statement out of a regional place. “Out of joint” from space-time. In Central America not only an aye-witness account complement history: “la voz sencilla de la gente (the simple voice of people)”. Also, transcribed by poetics, those experiences offer the mythical origins of Collapsology, the scientific theory of disaster. A final a brieftestimonial story in Nahuat clarifies how geography codifies the lived experience of the homeland.
I. Preludio violento
I. I. Objetivo
Escritos en el exilio guatemalteco hacia 1946 —“Cuentos de sima y cima” (Argentina, 1952) de Cristóbal Humberto Ibarra; “Prólogo” de Miguel Ángel Asturias (1899-1974)— plantean temas de actualidad. Entre más escabrosos y trágicos, tanto más los eventos se revisten de ficción. Las temáticas prometen el arribo violento de lo inesperado, como la peste actual sorprende al cálculo algebraico más avanzado, sin proyectos de seguridad médica, en derecho elemental, y de prevención salarial ante el desempleo.
Por paradoja, sólo las disciplinas que no predicen los hechos —desempleo en alza— resuelven sus daños inmediatos y colaterales, mientras queda en el olvido la ficción que transcribe la epidemia y su consecuencia inmediata: la recesión económica. El escozor del mito carcome el “rigor de la ciencia” que —sólo recientemente— reconoce en la colapsología los datos de la poética. El simple carácter regional de la literatura en Ibarra revela la manera en que las vivencias locales proyectan preocupaciones universales, en el 2020 más vigentes que nunca. A continuación, se ofrece una breve descripción de esos relatos hasta concluir en la temática actual. La enfermedad global y la recesión económica las precede la violencia de la historia. Si una vez se clasifica la ciencia como rama de la ficción, viceversa, este breve ensayo revierte el juicio al catalogar la ficción como sección primordial de la colapsología.
I. II. Objetividad poética
De los ocho cuentos del libro, la mayoría reflexiona cómo la violencia afecta las comunidades indígenas y campesinas de Centro América. Su declive lo inicia la Ley de Extinción de Ejido (1882 en El Salvador) que provoca el desarraigo y la migración, descritos bajo los emblemas de la locura y del suicidio colectivo. Se desmorona el sentido de comunidad y el fratricidio se percibe como manera de imponer un nuevo orden. Al privatizar la tierra, los cultivos comerciales —banana, hule-caucho, chicle, madera, café en el silencio— reemplazan las siembras ancestrales. Provocan la deforestación y la degradación del medio ambiente.
El libro lo inicia “El Margarito Patzán” quien al perder el “paisaje” —el entorno natural— termina en el suicidio. Carente de ejidos debe emigrar, por lo cual el canto ya no emana de la tierra, ni la solfa brota al “lado del ensueño”. En el exilio reconoce cómo se quebranta el “idilio entre los hombres y la tierra”, mientras la Muerte le señala su destino. En verdad, “el augurio de los pájaros” le pronostica la fuga de toda armonía musical. Su ser carece de estar en el entorno natural de los antepasados. Las antiguas tierras comunales ya no arraigan al hombre en la tierra, quien emigra desesperado sin rumbo fijo. Margarito Patzán representa el arquetipo, el padre fundador, de la migración salvadoreña actual desgajada de la armonía ecológica. Ser sin estar.
Una violencia similar ocurre en “El viento de la selva” que volátil induce abruptos cambios en el carácter humano. Pedro Tiul culpa a su mujer de infertilidad, hasta advertir la suya como verdadero obstáculo a la “virtud de florecer”. Esto es, de prolongar la comunidad hacia el porvenir. Su deficiencia reproductiva la acepta al encarar al “diablo” mismo. Bajo la figura de su propio hermano, el presunto demonio recibe el castigo fratricida por inseminar a su mujer. Al “dar la espalda al futuro” —augura el relato— el personaje voltea su ilusión en el crimen donde “llora sangre junto al fuego”. Su hijo se lo debe a su hermano quien —como “el llanto de la luna” y el viento en adulterio familiar— prodiga la preñez de su esposa.
“El Duende” visualiza un tabú semejante: la sexualidad desenfrenada del patrón. El hacendado se deleita en el abuso de las campesinas menores de edad que trabajan para él. Como siempre, sólo la ficción se atreve a documentar el derecho de pernada en su triple dimensión jerárquica, a saber: clase social (hacendado-campesina), edad (adulto-menor) y género (varón-hembra). Revestido de un temor a denunciarlo, el acoso sexual contra las menores de edad —“derecho” consuetudinario del propietario— la tradición se lo atribuye a un “perro negro”, semejante al Cadejo. Como nahual de Venus vespertino, su tarea consiste en conducir las almas al inframundo, esto es, a la exclusión social de la mujer violada.
Ese fantasma disculpa al hombre —al hacendado, depredador sexual a caballo, escoltado por su jauría— de todo abuso en sus extensas propiedades. Hacia la época, a falta de un concepto jurídico de acoso sexual, las acciones nefastas del patrón se vuelcan hacia el mito del Cadejo. Quizás ese mismo antiguo “derecho” —hoy clasificado de acecho— lo ejerce “mister Morgan” por “la vibración de su primera cocinera mulata” en “La canción del Mopán”. Si la sirvienta muere al nacer su hija Stella Morgan —premonición del infortunio natural— la “queja interminable” del “bosque” y “la balada negroide” de sus peones predicen el destino de Muerte.
Asimismo, sucede con la discriminación racial en “El negrito”. Antecesor irreconocido de “El papalote” del cubano Silvio Rodríguez —“eras negro”— concluye en la sinonimia social entre impedimento físico y raza. La discapacidad corporal —“una pierna, un brazo, un ojo pardo”— la Corona el color de la piel. “Era negrito”. La mayor invalidez corporal la refrenda la clasificación social de raza que —prosiguiendo la triple jerarquía de clase, edad y género— remata los estratos sociales por el color. Como se describió antes en “La canción del Mopán”, la distinción racial recorta el conflicto frontal entre el propietario blanco y la cocinera mulata, lo cual culmina en la muerte de Stella Morgan y, luego, en el duelo a muerte entre el dueño y “el negro beliceño”.
Ambos cuerpos acaban cercenados, confundidos en la sangre que los iguala. Este mismo abuso sexual lo sufre la esposa de “El Juan Pacay” a quien “los hombres le ultrajaron la pureza de sus carnes”. “Instrumento de goce”, “yacía el cadáver de la mujer” de igual manera que “la tierra violada” bajo la jurisdicción de las bananeras. Una correspondencia singular identifica el despojo de las tierras comunales —Ley de Extinción de Ejidos (1882 en El Salvador)— y el acoso sexual a la mujer indígena. Al comercializar la tierra, los nuevos propietarios se creen con el derecho de prostituir a la mujer.
En breve, el preludio de la enfermedad lo proclaman la pérdida de los Ejidos —el desarraigo comunal— sinónimo de suicidio, el fratricidio y la reproducción, el derecho de pernada como antecesor legal del acoso sexual, el conflicto racial y social, así como la sustitución de los cultivos tradicionales por los comerciales, banana, hule, chicle y madera. Además de la acostumbrada pugna social, Ibarra describe una profunda disrupción en las relaciones entre el ser humano y el mundo.
II. Enfermedad y hambre
…los chicozapotes de las heridas…y la piel sangrante de los tallos…
La secuencia de acciones violentas —revestidas de metáforas y de mitos— podría proseguirse. Empero, estos días de temor enfermizo, “La Virgen Leprosa” reaparece. Vaticina el descalabro que la epidemiología y la economía pronostican al presente. El relato describe el percance de la producción, el declive de los ingresos y el de la fuerza de trabajo. Según las dos caras de una misma moneda, una disciplina se centra en la bancarrota financiera; otra, en la ruina humana. “El bostezo de las olas” augura que todo “fenómeno inédito” renueve antiguos mitos en el silencio de las experiencias previas.
Como los demás relatos, la Virgen rastrea el antiguo arraigo del ser humano en el entorno natural. La correlación es tan estrecha que varias narraciones la describen según la metáfora de la cópula sexual. El acto amoroso enlaza al hombre —la agricultura como oficio masculino— con la tierra, ente femenino vivo. Se catalogue bajo la rúbrica de mito o de ficción, interesa resaltar la manera que el Eros culmina en Thánatos, según la clásica oposición freudiana entre el Amor y la Muerte, entre el Día y la Noche. La conjunción de los opuestos regula el paso de la naturaleza en cultura, viceversa.
La narración más explícita se intitula “El Juan Pacay”, en la cual la siembra equivale al coito. “Los indios le entran a la tierra tratándola al principio como una hembra mala…hundiendo su necedad de macho…El Juan Pacay embarazó la tierra”. Esta descripción más osada la anticipa el primer relato —“El Margarito Patzán”, antes citado— en su corte romántico. “Aquello era el idilio entre los hombres y la tierra”. Por este vínculo conyugal —hombre-tierra— el arribo de los cultivos comerciales implica el divorcio. En particular, se menciona la extracción de chicle y caucho, por la resina de un árbol, la producción maderera y el cultivo de bananas. El “hule” apenas se menciona. Si la primera industria presupone la incisión del tronco de un árbol, la segunda refiere su tala desmesurada y la tercera, el reemplazo de la selva tropical, la deforestación. No en vano, “los bananales sueñan, pero con la mano aborrecida que los martiriza”. A falta de justicia, claman venganza.
Por ello, la Virgen resulta emblemática de esa neta separación amorosa entre el hombre-agricultor y la tierra-mujer. De igual manera, el acoso sexual —propietario-blanco-adulto sobre campesina-indígena-menor— reitera esa afrenta ecológica hasta otorgarle una compleja dimensión social. Al apropiarse de la tierra, el hacendado posee a la hembra. La Virgen despliega el emblema arquetípico de las múltiples confrontaciones: hombre-naturaleza; hombre-mujer; blanco-negro-indígena; comercio-subsistencia.
Imitando el llanto de La Llorona, el relato lo inicia un grito profundo que se escucha por todo el Usumacinta y “más allá”. El sentimiento que engendra el sollozo lo transcribe el título de este ensayo. “Los puñales del entorno”; los cuchillos naturales se insertan en el cuerpo vivo de los hombres. A la par del conflicto social —sexual y étnico— hecha mujer, la naturaleza misma cobra revancha. La primera impresión manifiesta el desarraigo. “Nadie supo jamás de qué lugar procedía”. Carente de origen, aparece Evarista Sequén en abierto desafío de la masculinidad en boga. No sólo se reviste de hombre —“vistiendo traje hombruno”— pese a su notable figura femenina. “Se adivinaba en ella la mujer”. También en su trabajo empecinado borra la frontera de la división por género. “El chicle es pa los machos”.
A los peones, su fortaleza laboral les demuestra el bochorno. Una mujer puede sustituirlos. “La Evarista Sequén rindió cincuenta en la primera entrega”. De esa comprobación directa proviene la curiosidad de los hombres por perseguirla. Su verdadera identidad oculta la intuye la distancia social que guarda ante sus colegas. Usa mascarillas como ahora los transeúntes en las calles. La envuelve su “carácter esquivo y…la fantasmal soledad”. La intriga carcome a los peones. Contaminada —aseguran— “padecía una extraña dolencia y temía contagiar a los huleros”. La Virgen propaga la peste como Siguanaba diurna que promete el desmayo enfermizo de la nueva civilización comercial. Por esta devastación, Ibarra imagina el 2020 en su globalidad íntegra. “La vida de la selva es como cualquier otra vida de la tierra”. Lo regional es tan universal como la Muerte.
El primero que la persigue acaba “loco” y, en su delirio, confiesa lo inaudito. “El chicle es ella, la Evarista Sequén…Y yo, soy yo que soy la muerte”. La mujer arisca encarna la cosecha del producto industrial, su destructividad contagiosa. Remordidos por la intriga, “diez hombres” violan la reclusión y la siguen, sólo para desaparecer en la sombra del “amanecer”. Ya apagados “los fogones” de la noche. De ese fisgoneo —testimonio visual (-ix-mati)— permanece la leyenda. El llanto agudo de La Llorona se expande a varias comarcas vecinas. Además, verifica que existe “un pueblo de leprosos”, augurio del presente encarcelado. A esa enfermedad contagiosa el relato añade que “bulle el hambre”, esto es, la crisis económica. Así lo regional culmina en lo universal y en lo actual. Epidemia y alarma laboral. La economía se hunde en la recesión.
III. Coda en larghetto
Por el axioma mismo de la ex-sistencia, “ser es estar”. Being is Dasein. Todo ente —todo acontecer— sucede en un espacio-tiempo particular. Sólo desde ese lugar temporal se enuncia lo universal. Por esta razón, en Ibarra, la literatura regionalista expone cómo ciertos conceptos universales los encarnan personajes arquetípicos de Centro América. En ascenso y descenso pendular, la temática regionalista anticipa los conflictos contemporáneos. Estos eventos ocurren de manera tan intempestiva como la Virgen Leprosa surge entre los chicleros y caucheros. “Inéditos” —vividos por vez primera, declara la población afectada— son difíciles de resolver, incluso por la técnica moderna.
Hay pérdida del sentido de comunidad, sin arraigo en las tierras comunales ancestrales, la deriva migratoria conduce a acciones suicidas. El adulterio intra-familiar —lucha viril por perpetuar el grupo— lo suelda el fratricidio. Esa lucha masculina la continúa el problema de la tenencia de la tierra. Al privatizarse, introduce sistemas agrícolas comerciales que ignoran la cultura regional. Las haciendas imponen la exportación obligatoria, ligada al consumo ajeno y a la falta de prestaciones laborales para los peones.
Junto a esta nueva agenda social, los hombres de poder acosan a las mujeres subalternas, hasta someterlas a su arbitrio sexual. Objetos del deseo masculino, su resistencia la Corona el feminicidio. Los prejuicios raciales establecen jerarquías sociales e identifican el color de la piel con la invalidez física. El rigor científico de lo social visualiza en la cáscara del fruto su clasificación biológica correcta. En insistencia, tales son “los puñales del ambiente” sociológico que hieren el alma humana a nivel global.
Para rematar ese preludio violento —fortissimo— del avance civilizatorio, la imagen femenina de la naturaleza cobra venganza contra el hombre. Revierte el estrato de género que la obliga al confinamiento doméstico, antesala de la cuarentena médica en curso. Se le llame La Llorona, Siguanaba Jiotosa, Calaca, etc. su aparición “fantasmal” propaga la enfermedad. Ella contagia a los peones quienes —incapaces de cumplir su labor— auguran el declive económico de las plantaciones agrícolas comerciales. El ocaso vaticina el retorno a lo local. El pueblo entero —todo el mundo— se recluye en la vida monástica. En el encierro domiciliar de la comunicación directa. La distancia técnica —televisiva— reemplaza el contacto personal.
La diferencia radical entre esa descripción del declive civilizatorio tropical y el actual es tan simple como el paso del mito al guarismo. La razón tecnológica — la lógica científica— redimirán el mundo de la peste y la recesión, aún si jamás prevén su llegada. Las fórmulas matemáticas superan la palabra y la ficción que engendran el pesimismo. En ecuación infalible —aseguran sin rédito político ni financiero—los algoritmos revierten la pobreza, el desempleo, de déficit fiscal, la falta de exportaciones y la incapacidad de pago empresarial.
En una nueva utopía digital… Jugado desde niño por la Siguanaba Jiotosa, quizás yo sea una de las pocas personas que conjeture la prolongación de la crisis y el retorno cíclico de lo natural. Pese a tildarla siempre de ficción —desterrada de la esfera técnica— la po-Ética transcribe un certero testimonio (-ix-pan; -ix-mati) del declive actual. Sólo la arrogancia de la tecnología pretende que la lógica sustituye la metáfora, que el número reemplaza la palabra. Finalmente, carente de libre arbitrio, imagina que el ser humano lo programa el ADN digital.
Empero, inadvertida por la razón, llega la noche. Suceden los sueños promisorios —como estrellas infinitas— y transcurren las pesadillas ocultas y fugaces. Los chiriviscos resecos imponen su ley. Humildes, bajo su fracaso de profetizar el presente, la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas —STEM por su metáfora inglesa—deben reconocer la palabra creadora (rastréense las advertencias sobre la epidemia actual y la recesión económica en los institutos afiliados a esas siglas, incluso en febrero de 2020). La palabra (Logos) previsora antecede el rigor de la ciencia. En su sentido primordial, la literatura —la letra— erige estanques cristalinos en espejo de lo Real. En revoloteo, la travesura inquiera lastima el orgullo contemporáneo de la técnica.
Interesantes cuentos.Tiene una manera tan especial de presentarlos y de llevarlo a uno a los mismos. Gracias, saludos.