CAPÍTULO I: PRIMERA PARTE
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El elegido
Lo siguiente ocurrió a finales de diciembre de 2014, unas semanas después de la celebración del matrimonio entre Nayib Bukele y Gabriela Rodríguez. En el Club Árabe Salvadoreño estaban reunidos, en las mesas ubicadas a pocos pasos de la piscina, algunos de los miembros más importantes de las familias Safie, Salume, Simán y Zablah escuchando atentamente al empresario Armando Bukele Kattán que hablaba de profecías coránicas:
— El profeta levantará la espada del señor y detrás de él habrá 40 mil bendecidos. Ese momento ha llegado.
Margarita, cuya identidad real omitimos por su propia seguridad, escuchaba y observaba de cerca. Había llegado invitada por un salvadoreño de origen árabe al Club y jamás pensó encontrarse con tal escena.
— La gente tiene que vernos únicamente a nosotros para que le guiemos.
Alguien lo interrumpió. Pero Armando, en lugar de ceder la palabra, aclaró que no hablaba de guerras ni catástrofes.
El muy conocido empresario Simán preguntó: ¿vos quieres un país islamizado?
— Mi estimado: quiero decir que es el momento de que se encienda la antorcha porque Alí ya comenzó. Nayib ha sido ungido con la llama de Alí.
Dos años antes, en septiembre del 2012, en su programa Aclarando Conceptos —titulado La presencia árabe en El Salvador— Armando Bukele había dicho: «la comunidad salvadoreña de origen árabe tiene ahora suficiente poder hasta para ser el grupo dominante. Pero como no tenemos conciencia hegemónica, al menos actuemos para dejar de ser dominados».
2
El desembarco
Todo comenzó en 1892. En aquellos días la Dirección General de Policía publicaba en el Diario Oficial el movimiento de pasajeros que se hospedaban en los hoteles Alemán, Europa, Nuevo Mundo y Siglo XX. Se trataba de comerciantes itinerantes procedentes del extranjero que pernoctaban una noche y al día siguiente partían al interior del país a vender sus mercancías. Los días 6 de enero y 9 de febrero, por ejemplo, encontramos los siguientes registros:
Hotel Europa. —Entraron: Manuel Huezo, de Cojutepeque; Rafael J. Ruiz, de esta ciudad; Joaquín Retes y Narciso Hernández, de Sonsonate; Pacífico Asbun y Guiadalla Simán, de La Libertad. Salieron Jorge Simán, Pacífico Asbun y Narciso Hernández, para esta ciudad.
Hotel Europa. —Entraron: Pacífico Asbun y Guadaya Simán, de Cojutepeque; R. Ferrera y H. Gollhelff, de Santa Tecla; Miguel Ángel, de Santa Ana. Salieron: Mariano Henríquez y José Antonio Verdugo, para Perulapán; Miguel Villegas y Emilio Vides, para Sonsonate.
Pacífico Asbun, Jorge y Guiadalla Simán fueron los pioneros de la migración árabe-palestina junto a Miguel Jorge, Isaac Salomón, Eugenia de Zablah, entre otros más, de acuerdo con la reconstrucción de ese periodo que hizo el historiador Olivier Prud´homme en el artículo De Belén a El Salvador: migración de cristiano-palestinos y sus prácticas comerciales como estrategia de inserción, 1886-1918, que es uno de los artículos incluidos en el libro Poder, actores sociales y conflictividad, 1786-1972, que recopiló Carlos Gregorio López Bernal.
Ellos, comerciantes que, a la manera de un colonizador, buscaban nuevos mercados para sus artesanías religiosas elaboradas en concha nácar y madera, así como también para los productos que compraban en su paso por Europa, encontraron en el país las condiciones para prosperar. Por eso, en el periodo 1892-1909, pagaron los viajes de sus esposas, sus hijos, sus sobrinos, sus tíos, sus padres, y alentaron la llegada de sus coterráneos de Belén y Jerusalén, en ese entonces dos porciones territoriales de Bilad al-Sham o Gran Siria, que hasta antes de la Primera Guerra Mundial fue una de las más importantes provincias del derrumbado Imperio Otomano.
En esas ciudades sus pobladores vivían organizados en tribus, subtribus, familias y ramas familiares lideradas por las dominantes figuras patriarcales. También vivían organizados en millet, traducible como pueblo unido y definido por su religión. Era una división que permitía a las comunidades conservar sus particularidades pero que, a la vez, segregó a cristianos y judíos en el Imperio Otomano.
La organización tribal y el millet moldearon la endogamia de los migrantes y de sus descendientes. El embrión de la endogamia viajó con ellos y las situaciones adversas la fortalecieron.
La migración en cadena es el seguimiento de los pasos de aquellos con los que compartimos vínculos culturales, familiares y étnicos. En la actualidad, por ejemplo, una gran parte de los migrantes chinos se establecen en el norte de Baja California mientras que otra gran parte de los migrantes mexicanos lo hacen en el sur de Texas.
Esto es lo que ocurrió con ese primer bloque migratorio cuyos miembros, hacia mediados de la década de 1900, conformaban un grupo con claros vínculos comerciales y familiares. En el fondo documental Gobernación serie Migración, años 1930-1940, encontramos como extranjeros residentes grupos familiares completos de migrantes originarios de Palestina. Los siguientes son algunos de los nombres de quienes se establecieron en San Salvador entre 1901 y 1904 para dedicarse al comercio ambulante y en almacenes: Issa Atalah, Juan Carlos y Juan Daboub; Arturo y José Gadala María; Miguel Salvador y Catarina de Jubis; Gabriel y María de Chahín, entre otros.
Además de familias completas, también llegaban primos y sobrinos a buscar a sus familiares e incluso coterráneos que desembarcaban con la esperanza de encontrarse con paisanos para pedirles ayuda. A Salomón Kalil Nostas, por ejemplo, que tenía 14 años cuando partió de Belén, lo recibió su tío para quien trabajó como vendedor en el Mercado Central, en San Salvador; o Nicolás Atala Sindaha, oriundo de Jerusalén, que después de desembarcar en el Puerto de La Libertad se trasladó a la capital a pedir trabajo a los establecimientos de sus paisanos y fue contratado en el Almacén Hasbún; o Elías Jorge Bahaia Nassar, quien huyó de la masacre de armenios que estaban cometiendo en 1909 los otomanos, pero una década más tarde volvió a su país a pedir la mano de Regina Gueragosian Manatzaganian y después regresó con su esposa a Santa Ana, según los archivos del fondo documental Gobernación de la serie Migración de 1932 consultados en el AGN.
Principalmente, antes de 1909, los migrantes llegaban buscando prosperar económicamente. Después la historia cambió un poco. Era el inicio de la Primera Guerra Mundial y las familias siguieron migrando para evitar caer en los enrolamientos forzosos de cristianos. También huyeron del hambre y la miseria que asolaban a grandes territorios otomanos, entre otros.
En la transmisión oral de la familia Bukele existen dos versiones de la llegada de la primera migrante a suelo nacional.
Veamos una de ellas: Alfredo Bukele Simón, en su libro El caso Bukele-Shell. 30 años de corrupción en el sistema judicial salvadoreño, contó que Irene o Intirine «viajó con su esposo» antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, es decir, antes del 28 de julio de 1914. Si eso es cierto podemos asumir que el migrante se embarcó desde El Salvador rumbo a Jerusalén a escoger esposa y regresó casado.
Eso coincide con la época. Recordemos: antes de 1909 los migrantes llegaban solos a hacer fortuna, acumulaban dinero y volvían a sus ciudades de origen a casarse para después regresar a Centroamérica a trabajar. En aquellos años creían que una salvadoreña no podría acostumbrarse a la cultura de un árabe. Después, con el crecimiento de las fortunas de los migrantes, los motivos para casarse en la tierra de origen cambiaron.
La segunda versión es que a Irene o Intirine la pidió en matrimonio uno de los miembros de la familia Safie y ella viajó a El Salvador a casarse.
En las dos versiones, sin embargo, hay un problema: el apellido de la persona que colocó el primer eslabón de la cadena migratoria de la familia Bukele. En la primera versión no existe y en la segunda diverge con los registros de las primeras dos décadas del Siglo 20 archivados en el fondo documental Gobernación de la serie Migración resguardado en el Archivo General de la Nación (AGN).
El núcleo migratorio inicial de la familia Safie lo integraron Abraham, Alejandro, Salomón, Teódulo, Rosa, Teresa y Juana de Safie. Entre 1900 y 1935 nacieron aquí, como mínimo, once miembros más, entre ellos Alicia, Estrella Jorge, María, Olga y otros. En esas décadas este grupo se unió matrimonialmente, por ejemplo, con los Barake o con los Zacarías. Pero no existen registros documentales que comprueben que también lo hicieron con los Bukele.
En 1933, después de la entrada en vigor de la Ley de Migración, los árabes debieron registrarse en la Oficina Central que abrió el Estado. En la caja número cinco, años 1934-1938, serie Migración fondo documental Gobernación, fueron archivadas tres listas conteniendo los nombres, los apellidos, país de origen, ocupación, fecha de ingreso y edades. Irene o Intrine aparece en dos de esas tres listas. En la primera fue inscrita como Irene de Zablah, de oficios domésticos, quien ingresó al país en 1910. En la segunda aparece como Irene Bukele de Zablah, de 35 años, casada con Vicente Zablah. Los hijos de la pareja fueron Emilio, Schukre, Abraham, Víctor, Elena, Luis Raúl, René Fidel y Ricardo Alberto Zablah Bukele.
Hacia 1913, los hermanos Abraham y José «ya se habían marchado» de Jerusalén, contó Alfredo Bukele en su libro, sin especificar el lugar al que se fueron. José Constantino, Jorge y Humberto habían partido a Egipto. En la casa de la familia quedaron Constantino y Catalina, respectivamente padre y madre de los hermanos Bukele.
En los archivos migratorios históricos quedó registrado que en 1912 y 1913 desembarcaron en El Salvador José y Abraham Bukele. En 1921, lo hicieron José Constantino Bukele y su madre Catalina viuda de Bukele. Al año siguiente llegó Humberto Bukele, el menor de los hijos.
Humberto Bukele fue el padre de Armando Bukele Kattán y el abuelo paterno de los hermanos Nayib y Karim Bukele Ortez.
La migración de la familia Bukele, por tanto, ocurrió en cadena y, al ocurrir así, se insertó plenamente en la tradición endogámica. Veamos una prueba: más de cien años después los hermanos Francisco David y Xavier Eduardo Zablah Bukele, hijos de Mary Nelly Bukele Kattán, tía de Nayib Bukele, llevan los mismos apellidos que sus ascendentes nacidos a inicios del Siglo 20.
Constantino, el padre de los hermanos Bukele, murió en 1915, según el empresario Alfredo Bukele.
En 1933, Migración registró 18 personas apellidadas Bukele:
Este es el núcleo fundacional de la que se desprendieron distintas ramas como, por ejemplo, los Bukele Hasfura, Bukele Giacomán, Bukele Miguel, Bukele Hasbún, Bukele Kattán y otras con apellidos de origen español o de migraciones europeas posteriores al año 1900. En la actualidad esta familia tiene entre 50 a 60 miembros y es una de las más grandes. Solo es superada por los Simán, los Hasbún, los Zablah o los Handal.
En la tradición oral de la familia son considerados como factores de expulsión de Jerusalén los reclutamientos forzosos que ordenó el Imperio Otomano, la crisis económica, el inminente inicio de la Primera Guerra Mundial y la migración por llamada que inició con Irene Bukele de Zablah.
Similar es lo que ocurrió con la familia materna de Armando Bukele: Corina, Jacobo y Ernesto Kattán llegaron al país en 1907. Ellos iniciaron la cadena migratoria hasta llegar a Victoria que desembarcó aquí porque uno de sus hermanos pagó su viaje.
Humberto Bukele y Victoria Kattán fueron los padres de Armando Bukele Kattán y los abuelos de Karim y Nayib Bukele Ortez.
Una de las ramas de la familia Kattán se asentó en Sonsonate y se emparentó con la familia Zedán.
En su libro, Alfredo Bukele aseguró que hacia 1916 José y Abraham fundaron un almacén llamado José Bukele y Hermano en el que vendían «finos trajes de lino y casimir, camisas de exportación, corbatas y artículos para caballeros y damas». Después de una búsqueda exhaustiva en periódicos de la década y en registros comerciales de San Salvador no encontramos publicidad ni anuncios sobre ese establecimiento. Creemos que eso tiene dos respuestas probables: era tan pequeño y pobre que no tenían mayores márgenes de maniobra o la comercialización de sus productos era tan exitosa que la publicidad era innecesaria.
En esa época, sin embargo, eran diarias las publicaciones de almacenes de migrantes de origen árabe y de sastrerías que regentaban migrantes italianos o españoles como Roca Hermanos.
En los años treinta, los hermanos Bukele fundaron un taller textil llamado Camisería Americana que se supone fabricaba la camisa Norma. Su éxito —narró Alfredo Bukele en su libro— fue «haber introducido por primera vez en El Salvador el cuello duro que le daba firmeza a la pieza. Antes de las camisas Norma, las amas de casa almidonaban los cuellos para que no cayeran desordenados sobre los hombros».
Los Bukele, sin embargo, no fueron los primeros en introducir en el mercado los cuellos duros. A mitad de los años treinta, los almacenes que regentaban familias españolas, que habían llegado al país mucho antes que las familias árabes, también los vendían. En la edición de febrero de 1937 de la revista El Economista encontramos un anuncio de la Librería Universal y Almacén El Siglo, propiedad de Emilio Casanovas, en el que ofrece las camisas Arrow confeccionadas con cuello Arroset «que no necesita almidón».
Los hermanos Bukele siguieron la misma ruta que sus antecesores en la migración. Algunos se dedicaron a la venta ambulante de telas, perfumería y baratijas en todo el país. Viajaban en caballo, en burro o en tren, mientras regentaban el almacén que abrieron en San Salvador. En el 90 aniversario de fundación de la Academia Salvadoreña de la Historia, celebrado en el año 2012, Armando Bukele dijo: «mi papá tenía dos burros… era mayorista».
Desde ese momento y hasta la fecha es clara la existencia de lo que en antropología conocemos como segmentación étnica de la economía, es decir, grupos de personas que se especializan en determinadas actividades productivas, aunque no sean los únicos que las ejercen. Aquí, por ejemplo, las familias árabes se dedicaron a la comercialización de textiles, pero también lo hicieron migrantes judíos de origen europeo, españoles e italianos, contra quienes compitieron.
Queremos mostrar que gran parte de las familias de migrantes árabes tuvieron el mismo comportamiento económico y anduvieron el mismo camino de acumulación. En los archivos del AGN están las pruebas. La mayoría comenzó como comerciantes ambulantes. Luego abrieron almacenes y con el capital acumulado instalaron fábricas textiles. Finalmente, si todo marchó bien, diversificaron sus inversiones.
En el fondo documental Gobernación de la Serie Comercio, caja 2 del año 1941, encontramos una circular que el Gobierno mandó a todas las alcaldías preguntándoles: ¿hay buhoneros extranjeros en su jurisdicción? Si la respuesta es afirmativa, ¿pagan impuestos? Las respuestas fueron que en Santa Ana se cobraba cinco colones a los buhoneros Donato del Vecchio, italiano, y a Elías Hasbún, palestino. San José Villanueva no tenía registros de ingresos por ese rubro, pero sí llegaba con bastante frecuencia el palestino Jorge Charur en un camión a entregar mercaderías directamente a las tiendas y pulperías, así como también lo hacían otros coterráneos suyos que llevaban maletas y vendían al por menor. En la misiva puede leerse: «ya lo hice del conocimiento del señor gobernador departamental manifestándole la competencia desigual que le hace en esa forma al pequeño comercio tanto de esta población como de Santa Tecla». Santa Rosa de Lima tampoco tenía registros, pero sí llegaban todos los sábados comerciantes extranjeros establecidos en las plazas vecinas «quienes incluyen en sus mercancías y venden al menudeo gran cantidad, si no todos los artículos que son objeto primordial de la buhonería, sin que las autoridades les llamen la atención por tratarse de comerciantes en mayor escala».
Después vinieron los almacenes. En la caja 8-2, año 1941, encontramos el conflicto que las vendedoras del mercado de San Vicente tuvieron contra los palestinos Emilio Nosthas, Jacobo Hasbún y Juan Saca, así como también el italiano Pascual Rugiero. Las primeras acusaron a los segundos de manipular al alcalde para que las desalojara de las calles adyacentes a sus almacenes. «Tenemos más de diez y ocho años de ocupar nuestros puestos en la calle indicada, sin afectar el negocio del señor Nosthas, y quien nos quiere quitar solamente por el ornato (…) y para que puedan llegar vehículos sin dificultad hasta ella», denunciaron.
El caso terminó con los desalojos. Las vendedoras perdieron.
Volviendo a los Bukele: transcurridos los años, los hermanos se separaron y cada uno fundó su propio negocio. En la década de los cincuenta, Humberto y sus hijos abrieron su propio taller de confección que estaba ubicado en la Calle 5 de Noviembre y 16 Avenida Norte, en San Salvador. Ese local con el tiempo se convirtió en la casa matriz de la fábrica de camisas Norma.
En el Diario Oficial del 16 de enero de 1957, en la página 397, fue publicada la solicitud de Humberto de inscribir a su nombre «y como de su exclusiva propiedad» la marca Camisería Americana.
El 14 de febrero de 1964, Humberto y sus hijos fundaron la sociedad mercantil H Bukele e Hijos, como puede verificarse en el libro número 166, página 387, de comercio del Centro Nacional de Registros (CNR). La razón social de la empresa era la compra y venta de acciones, títulos valores y cualquier otro. También la fabricación de muebles, aparatos y maquinaria para vender.
Los socios fundadores fueron Humberto Bukele Salman, Victoria Kattán de Bukele y sus hijos Armando, Mario Humberto, Norma Victoria y Mary Nelly Bukele Kattán.
El 20 de octubre de 1964, Humberto Bukele Salman falleció y en su testamento ordenó que al morir su esposa la administración de la empresa debía pasar a manos de Armando Bukele.
El 2 de marzo de 1970 encontramos el primer anuncio de Norma publicado en El Diario de Hoy ofreciendo camisas Kaky «manga larga y manga corta, cuellos con botón y con ballena en todas las medidas».
Para entonces, H Bukele e Hijos era un taller textil con aparentemente dos docenas de empleados. Pero antes de seguir adelante hay un contexto económico que debemos entender. Regresemos tres décadas atrás.
En los años treinta, el gobierno de Maximiliano Hernández Martínez implementó una política económica que garantizaba la acumulación de capital agrícola y bancario; los cafetaleros eran los mismos propietarios de los bancos. Juan Mario Castellanos, en su libro El Salvador 1930-1960, antecedentes históricos de la Guerra Civil, aseguró que esa decisión chocó con los sectores empresariales «emergentes que buscaban expansión en el área industrial».
En 1936, la Ley de Apoyo al Comercio e Industria prohibió la importación de maquinaria entorpeciendo la incipiente industrialización.
Héctor Dada Hirezi, en su libro La economía de El Salvador y la integración centroamericana. 1954-1960, aseguró que el Martinato frenó la industrialización para proteger el monocultivo de café, pero también para evitar una revuelta de trabajadores urbanos y campesinos que se hubieran enfurecido al ser sustituidos con maquinaria en los ingenios azucareros y beneficios algodoneros.
A inicios de 1940, la Segunda Guerra Mundial estancó la exportación de café. En julio de ese año familias oligarcas como los Prunera, Borgonovo, Bettaglio, Wright, Silva, Boillat y de Sola fundaron la Cooperativa Algodonera con la que reconvirtieron sus inversiones al algodón. La producción de la materia prima propició la consolidación de la industria textil en la que incursionaron con más intensidad familias de origen árabe y españolas para fabricar camisas, toallas, calcetines y otros productos. En 1949, según Castellanos, había unos 36 establecimientos de todos los tamaños dedicados a ese rubro, de los cuales 14 eran fábricas con 100 o más empleados, por ejemplo, la henequera Cuzcatlán, de Julio Enrique Ávila; El León, de Arturo Gadala María; La Estrella, de Teódulo y Víctor Safie; Minerva, de Andrés Molins y otras.
En los años cincuenta, luego del Golpe de Estado de 1948, comenzó una modernización del Estado y de la economía. El nuevo gobierno aumentó el impuesto a la exportación de café, derogó las leyes que restringieron las actividades industriales, remozó la red de carreteras y amplió la distribución de la energía eléctrica. Entre los años 1949 y 1950, por ejemplo, compró al Banco Mundial un préstamo de 44.5 millones de colones para financiar la construcción de la Central Hidroeléctrica del Río Lempa. También firmó tratados de libre comercio con Guatemala y Nicaragua en 1951, así como también con Honduras y Costa Rica en 1953.
En su libro Formación y lucha del proletariado industrial salvadoreño, Rafael Menjívar aseguró que en esta etapa el país entró en la corriente ideológica «nacional-industrialista» que avanzaba desde 1948 con la creación de la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL).
De acuerdo con Castellanos, la industrialización no tuvo más propósito que responder a los intereses de la «gran burguesía comercial salvadoreña» a la que además atribuyó la petición de ayuda a la CEPAL.
Dada Hirezi explicó en su libro que el gobierno creó la Ley de Fomento de Industrias de Transformación y el Instituto Salvadoreño de Fomento de la Producción (INSAFOP) en los años 1952 y 1955, respectivamente.
La Ley de Fomento de Industrias de Transformación, según Hirezi, estableció cuatro categorías de empresas que debían ser beneficiadas: iniciación necesaria, iniciación conveniente, incremento necesario e incremento conveniente. Estas empresas «recibirán el derecho de dispensa de los impuestos de importación de insumos, de bienes de capital y de materiales de construcción necesarios para realizar el incremento del capital y el funcionamiento de la producción, en casi todos los casos, pudiendo llegarse hasta la dispensa del impuesto al capital, el de la renta y beneficios, y los de producción».
El INSAFOP distribuyó los créditos para las cuatro categorías con tasas de intereses menores en comparación con la banca privada.
Una parte de la población salvadoreña de origen árabe aprovechó esta política. En los diarios oficiales de la época encontramos varios casos. Veamos cuatro ejemplos:
En el Diario Oficial del 23 de enero de 1957, el Ministerio de Economía y de Hacienda publicó que había aceptado clasificar como industria de iniciación necesaria a Capri, propiedad de Arturo Emilio Zablah Kattán, librándola de pagar impuestos hasta el 23 de enero de 1967 en los siguientes rubros: importación de los materiales de construcción de su edificio, su planta industrial y las viviendas anexas de sus empleados; importación de maquinaria, equipos, herramientas, implementos, repuestos y accesorios para la fabricación de productos; importación de materias primas y los necesarios para la producción; sobre el establecimiento o explotación de la empresa y sobre la producción o venta de los productos elaborados; sobre el capital invertido en la empresa.
En el Diario Oficial del 3 de julio de 1957, el Ministerio publicó que había aceptado clasificar como incremento de industria necesaria, por un periodo de cinco años, a la fábrica de camisas Monarca, propiedad de Jorge Elías Bahaia, exonerándola de pagar impuestos en los siguientes rubros: importación de los materiales de construcción de su edificio, su planta industrial y las viviendas anexas de sus empleados; importación de maquinaria, equipos, herramientas, implementos, repuestos y accesorios para la fabricación de productos. Para entonces el capital de la empresa ascendía a 20 mil colones y tenía 29 empleados.
En el Diario Oficial del 24 de octubre de 1958, el Ministerio publicó que había beneficiado a Jorge José Charur para que estableciera una fábrica de jugos, néctares, jaleas, mermeladas y frutas envasadas al vacío exonerándolo de pagar impuestos en rubros como: importación de los materiales de construcción de su edificio, su planta industrial y las viviendas anexas de sus empleados; importación de maquinaria, equipos, herramientas, implementos, repuestos y accesorios para la fabricación de productos; importación de materias primas y los necesarios para la producción; sobre el establecimiento o explotación de la empresa y sobre la producción o venta de los productos elaborados; sobre el capital invertido en la empresa. El capital inicial de la empresa era de 125 mil colones e inició con 21 empleados.
El 4 de noviembre de 1960, el Ministerio publicó en el Diario Oficial que había beneficiado a Manuel Arturo Gadala María, propietario de Comercial Gadala María, con la exención de impuestos en la importación de los materiales de construcción de su edificio, su planta industrial y las viviendas anexas de sus empleados; importación de maquinaria, equipos, herramientas, implementos, repuestos y accesorios para la fabricación de productos; importación de materias primas y los necesarios para la producción; sobre el establecimiento o explotación de la empresa y sobre la producción o venta de los productos elaborados; sobre el capital invertido en la empresa. La empresa inició con 16 empleados y 200 mil colones de capital.
Dada Hirezi señaló que esas iniciativas produjeron, desde 1952, un acelerado proceso de crecimiento del capital industrial. En ese año, por ejemplo, fueron instalados 256 talleres mecánicos. También fueron fundadas dos fábricas que al año siguiente produjeron unos 2 mil pares diarios de zapatos. Asimismo, se inició la producción de cemento con el consiguiente empleo de 200 trabajadores.
Además, Dada Hirezi indicó que en la otra esquina quedaron los pequeños talleres familiares y de manufactura simple en los que trabajaban menos de diez empleados. Estos representaban el 92 por ciento de las empresas industriales y el 45 por ciento de la fuerza de trabajo total del país.
Su conclusión fue que los más beneficiados de esta política fueron los miembros de la «burguesía agroexportadora» que invirtieron en los sectores más dinámicos de la economía gracias al capital acumulado en las décadas anteriores.
Esto, sin embargo, es discutible a la luz de la evidencia documental de la época.
A finales de los años cincuenta, los precios del café volvieron a caer y una nueva crisis económica devino en el derrocamiento del entonces presidente José María Lemus en octubre de 1960. En esos días la Revolución Cubana obligó a Estados Unidos a mirar con más atención a América Latina e impulsó la creación del Mercado Común en Centroamérica.
A inicios de la década siguiente asumió el poder el Directorio Cívico Militar, el cual, apoyado por asesores estadounidenses, creó las bases institucionales jurídicas para las «actividades económicas en general e industriales en particular».
De acuerdo con Castellanos, el nuevo gobierno respondía fundamentalmente a dos intereses: a un grupo empresarial que apostaba por la industrialización y la integración económica centroamericana, y a la pretensión anticomunista de Estados Unidos de evitar a toda costa una revolución al estilo cubano. El Directorio, además, aprobó varias reformas sociales que beneficiaron a los trabajadores como el descanso dominical remunerado, el incremento al salario mínimo, la alimentación mínima, entre otras.
Eso, sin embargo, provocó descontento en la oligarquía agraria tradicional y algunos miembros del Directorio, como José Antonio Rodríguez Porth, renunciaron a los pocos meses. Sobró quien tildara de comunistas a los integrantes que quedaron.
El Directorio permaneció en el poder gracias al apoyo estadounidense y, además, a un compromiso tácito con los oligarcas: dejen de conspirar, repatrien el dinero que guardaron en bancos internacionales, lo invierten en la industrialización y no habrá reforma agraria.
Las medidas económicas impulsadas por el Directorio fueron las siguientes: la reestructuración del INSAFOP —cuyo nombre fue modificado a Instituto Salvadoreño de Fomento Industrial INSAFI—, el cual reconvirtió sus inversiones de actividades agropecuarias a exclusivamente lo industrial; la aprobación del Tratado General de Integración Económica, en febrero de 1961; el Protocolo al Convenio Centroamericano sobre Equiparación de Gravámenes a la Importación, en febrero 1961; y el Convenio Constitutivo del Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE), el 17 febrero 1961.
Esas leyes se convirtieron en la base jurídica del Mercado Común Centroamericano (MERCOMUN).
El Tratado de Integración Económica, por ejemplo, habilitó el libre comercio para todos los productos manufacturados elaborados en la región, exonerándolos de todos los impuestos por exportación e importación, inclusive derechos consulares. Los productos agrícolas, sin embargo, quedaron excluidos.
El investigador Hugo Molina, en el artículo Un siglo de modelos económicos impuestos y la necesidad de concertar al final del Siglo XX, contenido en el libro El Salvador a fin de siglo, que recopiló el sociólogo Rafael Guido Béjar, concluyó que el Directorio montó un modelo de «industrialización sustitutiva de importaciones orientado hacia adentro» con la creación de empresas industriales, el crecimiento del comercio interno y los servicios estimulados por la industrialización. Había, en el momento de la aprobación de las reformas, 430 empresas manufactureras con 14 mil empleados. Una década más tarde había aumentado a 1 mil 482 con 33 mil empleados.
La mayoría de los productos eran vendidos en el mercado regional y los consumían las clases medias. En el MERCOMUN, según Molina, los vendedores eran Guatemala y El Salvador; los compradores eran Costa Rica, Nicaragua y Honduras.
El crecimiento industrial devino en el crecimiento de la clase media y la expansión urbana, pero el mundo rural y los campesinos continuaban marginados.
En su libro, Molina escribió: «esa limitación estructural era lo que presagiaba objetivamente el pronto agotamiento del nuevo modelo, a pesar de que sus promotores le pronosticaban vida larga». Señaló, además, que hacia 1968 el modelo se desaceleró y entró en crisis como consecuencia de la saturación con los mismos productos elaborados en la región.
La guerra entre salvadoreños y hondureños le dio el tiro de gracia.
El Salvador ya no pudo vender sus productos en el resto de Centroamérica y no le quedó más opción que almacenarlos, pues su mercado interno era demasiado pequeño. Las inversiones cayeron y la economía se estancó. A eso debemos sumar la deportación de miles de salvadoreños desde Honduras.
Las condiciones para la crisis estaban dadas.
INTRODUCCIÓN: Nayib no existiría sin el primer Simán
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Toda vez que al ser descendiente de palestinos *Hasbun), no me queda más que felicitarles por tan interesante artículo.
Saludos