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La corrupción política: una breve introducción a la idolatría del poder


La corrupción se afinca en nuestras tripas, se propaga por todo el organismo, así como ha sucedido con nuestro sistema político donde toda institución se ha visto salpicada de este ácido corrosivo que descompone su funcionamiento.
Publicado en octubre 7, 2025
Licenciado en psicología, graduado de la Universidad Centroamericana UCA. Actualmente trabaja como investigador independiente en temas relacionados a la psicología política y social, filosofía política y ética.

I

Cuando pensamos en política, una de las primeras ideas que nos vienen a la cabeza es la corrupción. Es un tema viejo, desde las dictaduras militares (e incluso antes) la corrupción se volvió algo normal dentro del ámbito político. Se llegó a un punto en el que era normal escuchar frases como «roba, pero al menos hace obras», como reflejo de una profunda resignación, pesimismo e incluso apatía o indiferencia, síntoma de una continuada situación de opresión.

En la época de posguerra, la situación no cambió mucho, parece que solo se hicieron tímidos esfuerzos por encubrir la corrupción que seguía ahí. Pese a estos esfuerzos de encubrimiento, tarde o temprano nos hemos ido dando cuenta de nuevos casos de corrupción, y con impotencia seguimos viendo la impunidad con la que actúan los políticos. El tema volvió a tomar protagonismo en los últimos años gracias a investigaciones periodísticas de medios independientes que contribuyeron a que expresidentes y otros funcionarios públicos fueran llevados a juicio. Aun así, las condenas han sido insuficientes, no se ha logrado recuperar todo el dinero que fue robado y muchos involucrados siguen libres.

El problema actualmente está lejos de ser superado, seguimos observando viejas y nuevas formas de corrupción ejercidas por actores políticos que operan en las distintas instituciones del Estado (ministerios, Asamblea Legislativa, Casa Presidencial, etc.). A pesar de algunas condenas simbólicas de funcionarios secundarios, los casos más importantes se han ignorado. Al contrario, se han desmantelado las pocas instancias que, de haber tenido más apoyo y participación popular, podrían haber servido de protección contra la corrupción: Instituto de Acceso a la Información Pública, Corte de Cuentas, Tribunal de Ética Gubernamental, Unidad Anticorrupción de la Fiscalía General de la República y la CICIES. Por más discursos anticorrupción que se repitan, en la práctica se ha impuesto una política de manos atadas y ojos vendados.

No parece haber solución en el horizonte. En gran parte porque todo el aparato de justicia sigue siendo altamente selectivo: encarcela a los pobres y opositores, mientras deja libres a las élites económicas y políticas aliadas al gobierno. Además, las formas que teníamos para darnos cuenta de actos de corrupción están bajo ataque: la libertad de prensa independiente y los mecanismos institucionales de rendición de cuentas.

Pero también hay otro factor: hay un entendimiento limitado del tema de la corrupción en la esfera mediática e incluso en la académica. Los medios de comunicación, los opinadores y los mismos políticos, cuando hablan de corrupción, solamente hacen referencia al aspecto más superficial y concreto. Se habla mucho sobre el tema, pero rara vez se profundiza sobre qué es la corrupción política y de dónde viene.

Sería engañoso pensar que el mero hecho de tener un mejor entendimiento de los problemas de nuestra realidad nos llevaría automáticamente a resolverlos, no es un asunto que podemos reducir a la “conciencia” o “inconsciencia”, la historia nos ha mostrado que es posible ser conscientes de un problema y aun así no hacer nada al respecto. Comprender un problema no es suficiente, pero sí es un paso necesario cuando tenemos una honesta pretensión de justicia.

Entender estos problemas nos exige ir más allá de lo evidente, discernir la complejidad que les caracteriza, identificar causas estructurales y mecanismos de funcionamiento, para así, encontrar mejores soluciones. Queremos proponer una forma de pensar la corrupción en un sentido más profundo, alejándonos de definiciones simplistas o reducidas. De lo contrario, sin una comprensión adecuada, creyendo que avanzamos, seguiremos dando vueltas en el mismo lugar, como ha sucedido en la mayor parte de nuestra historia política.

II

Desde esta perspectiva que proponemos, la corrupción no nace cuando el actor político (el alcalde, diputado o presidente) decide robar dinero público (enriquecimiento ilícito) o colocar a familiares y amigos en instituciones estatales (nepotismo). Estas acciones, propias de un funcionario público corrupto, se ubican en un segundo momento de la corrupción, son la consecuencia de una corrupción anterior, no su causa. Antes del acto de corrupción concreto hay un momento previo que debemos analizar, este momento es la corrupción originaria que llamaremos fetichismo o idolatría del poder político. Quizás hemos escuchado estos términos anteriormente, ya que puede existir fetichismo en el ámbito económico, político y también religioso, pero este ensayo se concentrará en lo político.

Fetichismo e idolatría serán usados como términos semejantes para este análisis. El concepto de fetichismo proviene de la palabra portuguesa fetiço, que se deriva del latín facere que significa hacer, fabricar, producir. Un fetiche es un ídolo fabricado o hecho por las manos de sus adoradores (Dussel, 2006). Crear ídolos no es el problema, lo problemático surge cuando se adoran estos ídolos creyendo que son divinos. Aquí entra el fetichismo/idolatría: cuando el ídolo, que en un inicio fue creado solo para representar a la divinidad, con el tiempo, pasa a ser tratado como lo divino, como la propia divinidad. Se confunde el objeto representativo (ídolo) con la divinidad (Dios), lo que nos lleva a una falsa adoración. La idolatría viene de rendirle culto a objetos mundanos, tratándolos como si fueran divinos, olvidando que solo son la representación de lo divino.

Recordemos el pasaje de La Biblia referido al becerro de oro:

7 Entonces el Señor dijo a Moisés: —Baja, porque ya se ha corrompido el pueblo que sacaste de Egipto. 8 Demasiado pronto se han apartado del camino que les ordené seguir, pues no solo han fundido oro y se han hecho un ídolo en forma de becerro, sino que se han postrado ante él, le han ofrecido sacrificios y han declarado: ¡Aquí tienes a tus dioses que te sacaron de Egipto! (NVI, Éxodo, 32:7-8).

Imagen Elementos elaborada con IA
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El pueblo hizo su propio ídolo (el becerro) y lo adoraron como si fuera lo que los sacó de la opresión de Egipto, olvidando que fue Yahvé (la divinidad) quien les ayudó a salir, no el ídolo como tal. El pueblo se corrompe al olvidar su propia historia. Este olvido o negación produce una inversión, la realidad se pone “patas arriba". Queda invertida cuando se adora el objeto en vez de adorar lo divino. Creyendo que lo divino y el objeto son lo mismo, se olvida que el objeto solo es una representación de lo divino, ahí está la ilusión y el engaño.

Los idólatras depositan su fe en un objeto creado por manos humanas, dejando que este dirija sus vidas o actuando en nombre de este ídolo falso. Se le adora porque se cree que este ídolo (objeto, persona, institución) tiene poder en sí mismo, esto oculta el hecho de que son las mismas personas las que le han otorgado ese «poder». Llamamos fetichismo a esta distorsión (intencional o no), cuando las personas ven la realidad al revés y se confunde la representación con lo representado. Siguiendo el ejemplo, cuando se confunde una mera representación de Dios con Dios mismo. Fetichismo es la adoración de la representación y no del fundamento.

Esta realidad invertida nos puede llevar a cometer muchos errores, por ejemplo, queriendo defender la vida, podemos llegar a defender la muerte; queriendo hacer el bien llegamos a hacer el mal. Para no caer en esta visión fetichista de la realidad tendremos que saber diferenciar que la representación es una y lo representado es otra. Nunca podrán ser lo mismo, solo la idolatría hace que sean iguales.

III

Explicado el fetichismo en general, ahora vamos a desarrollar cómo se aplica al ámbito político. El fetichismo es un mecanismo que oculta una realidad invertida donde las cosas se ponen «patas arriba», tanto para las élites que se aprovechan de esta situación como para las víctimas que la sufren. Pero antes de hablar de una política invertida y corrupta, hablemos de cómo es el funcionamiento correcto de una política democrática con principios éticos.

Desde una política ética y democrática se plantea que la comunidad política, el pueblo, la totalidad de la población que habita un territorio donde se han organizado instituciones políticas, es la única sede del poder político, de la soberanía (Dussel, 2009). El pueblo es el fundamento del poder político. Sin embargo, para ejercer este poder, el pueblo necesita crear medios que le permitan conseguir sus propios fines. Estos medios creados por manos humanas son las instituciones, por ejemplo, el Estado. Así surge el poder político institucionalizado, las instituciones son el lugar donde se ejerce el poder político que es delegado por el pueblo. El Estado y los funcionarios públicos no pueden ser soberanos, solamente ejercen un poder institucional delegado que obedece al mandato del pueblo. Es un poder servicial que debe estar en relación constante con su fundamento popular-ciudadano.

Si en democracia la comunidad política (el pueblo) es la única sede del poder político, entonces el mundo se pone «al revés», se fetichiza cuando los actores políticos, que ejercen el poder delegado representativo (el funcionario de una institución), olvidan que están al servicio del pueblo y empiezan a creerse la fuente del poder político. Se distorsiona el contenido de la sede del poder, ocurre un desplazamiento: de ser el pueblo fuente del poder pareciera ahora la institución y los funcionarios públicos como su nueva sede (Dussel, 2009).

Aparece el fetichismo o idolatría del poder político cuando el funcionario público (diputado, alcalde, juez, presidente) pasa de ser mero representante a creer que puede ejercer el poder desde su autoridad absolutizada, es decir, pone su voluntad personal o de grupo como el fundamento del ejercicio del poder político. Desde ese momento todo el ejercicio del poder se ha corrompido. La política y todo el sistema se invierte, se pone al revés: los que deberían estar al servicio del pueblo, ahora se sirven del pueblo; en vez de obedecer al pueblo, le exigen al pueblo que sea obediente, sumiso, que cierre sus ojos, que se tome su medicina amarga y que no se queje.

El Estado fetichizado, en este mundo al revés, se declara soberano, aún con respecto a su propio pueblo y, como falso soberano, no le rinde cuentas a nadie. El ejercicio del poder deja de estar articulado o fundado en la voluntad popular de la comunidad política que dice representar. A pesar de que en sus discursos pretende obrar a favor de la gente, en la práctica, se desconecta del pueblo. Es cuando, por ejemplo, un presidente cree que tiene el «monopolio del poder» para hacer lo que le dé la gana, o cuando el diputado o juez piensa que es la fuente de la ley (siendo que el Poder Legislativo y Judicial son otorgados por el pueblo y responden a este) (Dussel, 2009).

La corrupción puede llegar a ser doble: tanto del gobernante que se cree la sede soberana del poder político y de la población que se lo permite, que da su consentimiento para que le retiren sus derechos, que se torna servil y abandona su rol como sujeto histórico soberano, constructor de su propio destino (Dussel, 2006). Así, el fetichismo del poder impide toda posibilidad de democracia cuando limita la participación popular. Por ejemplo, cuando los que usurpan el poder político reducen el rol del pueblo soberano al mero voto electoral cada cierto tiempo y piden que se les deje hacer lo que ellos quieran sin cuestionamiento, expresado en un «así lo quiero, así lo orden». Al reflexionar sobre la política y la corrupción importa más lo que se hace en la práctica que lo que se dice en los discursos.

Uno de los peligros de la corrupción originaria es que alguien puede ser corrupto sin que nos demos cuenta, ya sea porque los efectos de su corrupción no se han presentado visiblemente (no se ha enriquecido ni ha cometido delitos) o porque se han ocultado, pero cuando el político es corrupto, solo es cuestión de tiempo para que aparezcan las señales. Cuesta aún más darnos cuenta de la corrupción cuando tenemos funcionarios que usan frases como «sin cuerpo no hay delito», que sirven como muestra de su forma de actuar y pensar, operan entre las sombras y ocultan toda información pública que los comprometa.

La corrupción se afinca en nuestras tripas, se propaga por todo el organismo, así como ha sucedido con nuestro sistema político donde toda institución se ha visto salpicada de este ácido corrosivo que descompone su funcionamiento y solo deja unos cuantos órganos putrefactos en una carcasa casi vacía. Una vez toma control, todo el campo político se contamina, los actores políticos corruptos, a través de sus prácticas, transmiten la enfermedad a todo el sistema y luego de que este se ha corrompido, todo nuevo actor que entra en la política se infecta si no tiene principios éticos críticos que le protejan.

 Referencias

Dussel, E. (2006) 20 Tesis de Política. Editorial Siglo XXI.

Dussel, E.  (19 de mayo de 2009). ¿Y cuando todo se corrompe? La Jornada.

Nueva Versión Internacional (2022)

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