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¿Homicidio o feminicidio? Las preguntas alrededor del cruel asesinato de Elizabeth

Su muerte ha conmovido a toda una comunidad que la vio liderar una infinidad de causas nobles y justas. Porque en palabras de quienes la conocieron, doña Bety, como le decían, dedicó su vida entera a servir.

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mayo 17, 2022
Imagen Elementos

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Un día antes su esposo sufrió un fuerte dolor en el pecho y lo interpretó como un dolor en el corazón.

Un dolor para el que, en ese momento, no encontró explicaciones.

Unas horas después acompañó a su esposa a las gradas al final del pasaje. Eran las cinco de la mañana y el sol aún no despuntaba.

Elizabeth De León solía abordar el autobús en ese lugar. Pero ese día decidió caminar.

— Te voy a dejar —dijo su esposo.

— No, aquí dejamé, hay bastante gente ya —respondió ella.

Caminados unos pocos pasos una mujer le ofreció aventón. Ella se negó. Tenía ganas de caminar. Llegó a la calle principal del cantón.

Todo pasó rápidamente.

 

Habla Florencia:

Por una tienda estaban los muchachos, en un carro blanco. Todavía estaba oscuro. Dicen que ella se sentó en las graditas y comenzó a quejarse: ¡ay, ay, ay! Una vecina que iba en el bus se bajó para avisar que la habían apuñalado. Todo ocurrió en cuestión de minutos. Ella perdió demasiada sangre. En el hospital los doctores dijeron que ya no llevaba pulso.

Habla Karina:

Cuando nosotros llegamos ya estaba inconsciente. A lo mucho había pasado cinco minutos. Mi hijo llegó primero. Trató de taparle las heridas, pero eran bastantes. Yo la vi completamente ensangrentada. La metieron al carro, pero ella prácticamente ya iba sin sangre. En el camino murió. Ya no alcanzó a llegar hasta el hospital.

Habla Maritza:

Para nosotras fue muy fuerte. Me decían las compañeras: ¿Niña Ely? ¡Es que no puede ser, es que ella es muy querida en la zona! ¿Cómo puede ser? Cuando nos enteramos nos hicimos un montón de preguntas.

 

Esos muchachos que estaban agazapados en el carro blanco se llevaron todas las pertenencias de Elizabeth.

Hasta ahora, sin embargo, sus familiares y amigos no se explican por qué la agredieron. Ella nunca se resistió a un asalto. Es más: siempre aconsejó a sus suyos entregar las pertenencias para conservar la vida.

Las nueve puñaladas que le asestaron a Elizabeth De León, la madrugada del pasado 22 de marzo, todavía es un acto inexplicable para su familia. Tampoco sus compañeras del Movimiento de Mujeres de Santo Tomás encuentran una respuesta lógica, certera, razonable.

¿Por qué la asesinaron con tanta brutalidad? Nadie parece saberlo con claridad. Lo cierto es que su muerte ha conmovido a toda una comunidad que la vio liderar una infinidad de causas nobles y justas. Porque en palabras de quienes la conocieron, doña Bety, como le decían, dedicó su vida entera a servir a los más necesitados.

Las anécdotas son abundantes y coincidentes: doña Bety en primera fila durante la pandemia del coronavirus y los fuertes temporales, entregando alimentos y colchonetas a los más vulnerables, defendiendo a mujeres y niñas violentadas.

Doña Bety aquí- doña Bety allá, solidaria e incansable, recorriendo los cantones Las Casitas, El Guaje, La Manzana, Potrerillos y Las Joyas, todos del municipio de Santo Tomás, en San Salvador, lugar en el que nació y vivió la mayor parte de su vida.

Florencia, un familiar cercano, asegura Elizabeth forjó una vocación de servicio desde que era una niña, quizá por todo lo que vivió en un orfanato de Santa Ana donde fue internada con su hermana Karina porque en casa había carencias económicas.

Karina, por su parte, asegura que en casa eran cuatro hermanas. El problema es que su madre era mamá soltera y las deficiencias económicas eran evidentes. Fue entonces que decidió enviarlas a Santa Ana.

En el orfanato, Elizabeth se convirtió en una madre para Karina, la protegió en todo momento; sin embargo, dos años después fueron separadas. «A ella la pasaron a un colegio de aquí de Santa Tecla, que realmente era feo y a mí me mandaron a San Jacinto. Todo ese tiempo, quizá como ocho años, estuvimos separadas».

Después de graduarse como bachiller, Elizabeth aprendió costura y comenzó a trabajar en casa. Por ese tiempo se acompañó con un hombre y tuvieron dos hijas. Pero la relación, según su hermana Karina, se rompió a los pocos años y tuvo que afrontar la maternidad a solas.

Florencia tiene una explicación del porqué Elizabeth tenía una determinada inclinación hacia la defensa de las mujeres: «Creo que lo que más la motivó fue el hecho de ser madre soltera».

 

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Habla Maritza:

Santo Tomás es un municipio geográficamente accidentado. Aquí las familias vivimos en el bordo o debajo del bordo: o nos cae un talud o se nos derrumba la casa. Para los temporales muchas familias salen a resguardarse en los lugares habilitados por la alcaldía o por las lideresas del municipio. Doña Bety era una de ellas. Para nosotras era nuestra referente en la zona. Era la primera en activarse. Cuando nosotras preguntábamos ella ya andaba activa.

Habla nuevamente Maritza:

Para la pandemia ella fue el enlace para llevar alimentos a la gente necesitada. A veces de la organización le dábamos su paquete, pero ella lo entregaba a otras personas más necesitadas. Allá íbamos con otro paquete que igual lo volvía a regalar. Pero ella era así: empática con el dolor y con la carencia de la gente… Nosotras decimos que con su asesinato nos han restado en el territorio, pero a la vez han sembrado resistencia y coraje para seguir ese legado que ella traía y que nos ha heredado.

 

Elizabeth De León nació el 13 de febrero en 1967, en Las Casitas, Santo Tomás. Su infancia, como relata su familia, no fue fácil. No obstante, las adversidades le hicieron tomar conciencia sobre la difícil realidad de las mujeres que crecen en las comunidades empobrecidas del país. No solo eso: se convenció que la única manera de revertir esa situación era ser solidaria con los más necesitados y sobre todo organizarse para defender derechos básicos.

En 2010 se unió al Movimiento de Mujeres de Santo Tomás. Desde entonces se convirtió en el rostro visible en el territorio: visitaba a familias de escasos recursos, les llevaba víveres, colchonetas, láminas para arreglar sus casas. Iba de un lado a otro, siempre en primera fila, demostrando su vocación de servicio. Eso aseguran quienes la conocieron. Lo repiten hasta el cansancio, conmovidas e indignadas por su asesinato.

Maritza, representante del Movimiento de Mujeres, recordó que doña Bety también acompañó batallas en defensa del medio ambiente y los derechos humanos. En 2015, por ejemplo, se enfrentaron al Grupo Roble por la ejecución del proyecto urbanístico «Sierra Verde». Se trataba de la construcción de más de 400 casas, lo que representaba un enorme impacto ambiental en una zona altamente vulnerable. Estaba en disputa, además, el agua.

Las mujeres del movimiento, entre ellas doña Bety, iniciaron una férrea oposición. El resultado fue una avalancha de insultos y amenazas. «La misma seguridad de la empresa nos decían: miren, ustedes un par de plomazos se merecen», recordó Maritza.

Agregó que por ese entonces se dio el secuestro de una joven que integraba el Movimiento de Mujeres. Fue liberada horas después gracias a una rápida denuncia en instancias policiales y una campaña de búsqueda en las comunidades y en redes sociales.

También hubo constantes amenazas de muerte contra algunas líderesas. Maritza recuerda que ella misma recibió varias llamadas de un número desconocido. La voz de un hombre le decía que le habían pagado para asesinarla, pero que se abstendría si ella entregaba otra cantidad de dinero. «Yo ya sé quiénes son. Ellos tienen dinero, pídanles más, yo no tengo», asegura que respondió.

Otra área de trabajo del movimiento fue la defensa de los derechos de las mujeres. En este tema doña Bety jugó un papel importante, no solo porque le indignaba el maltrato que sufren muchas niñas y mujeres de las comunidades pobres, sino porque un familiar cercano fue víctima de agresión sexual en un destacamento militar de Morazán.

Esa batalla la hizo suya.

Hasta el final de sus días, según recuerda Maritza, doña Bety leía la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV) porque las resoluciones de los jueces le parecían absurdas.

¿La asesinaron por su rol de defensora de derechos humanos?

Las integrantes del Movimiento de Mujeres, aunque tienen sus cabezas inundadas de incertidumbres, no lo descartan. De lo que no tienen dudas es de que la forma en que la asesinaron configura el delito de feminicidio, pues hubo odio y saña.

El 24 de marzo, dos días después del crimen, la Red Salvadoreña de Defensoras de Derechos Humanos exigió a la Fiscalía General de la República (FGR) realizar una investigación inmediata, exhaustiva, imparcial y libre de estereotipos de género que considere la labor de defensa de derechos humanos que realizaba Elizabeth en su comunidad.

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Son 4 mil 482.

Entre 2010 y enero de 2022 fueron asesinadas 4 mil 482 mujeres en El Salvador.

Son 4 mil 482 mujeres principalmente asesinadas con armas de fuego, armas blancas y objetos contundentes, según las estadísticas oficiales que incluyen los registros del Instituto de Medicina Legal (IML), Fiscalía General de la República (FGR) y Policía Nacional Civil (PNC).

Estadísticas muertes violentas de mujeres, 2010-enero 2022.
Estadísticas muertes violentas de mujeres, 2010-enero 2022.

 

¿Cuándo es un asesinato y cuándo un feminicidio? La LEIV dice que el feminicidio ocurre cuando la muerte va precedida de episodios de violencia física, el agresor se aprovecha de cualquier condición de vulnerabilidad física o psíquica o de alguna superioridad basada en el género y, finalmente, atenta contra la libertad sexual de la víctima.

Habla Maritza:

No podemos entender la magnitud del odio y la saña con la que fue asesinada; el ataque que sufrió no es violencia común. Si hubieran querido solo robarle, habría sido una puñalada, pero fueron varias. Para nosotras no es un hecho común.

4

 

El siguiente relato está basado en la declaración de una persona a la que llamaremos El Testigo:

A mediados del 2014, Lucía fue contratada como contadora en un destacamento militar. Al principio todo iba bien, pero con el tiempo comenzó a ser acosada por un teniente.

Comentarios de mal gusto. Seguimientos incómodos. Así fue escalando el nivel de acoso hasta que una noche de diciembre del 2014, el teniente arrancó cuatro vidrios de la ventana de la habitación que le habían asignado a Lucía.

Era alrededor de la una de la mañana. Lucía se alarmó, se levantó y se colocó cerca de la puerta de la habitación. El teniente se desabrochó el pantalón y se sentó en la cama. Estaba ebrio. Ella le reclamó con molestia. Luego lo tomó del brazo y lo sacó a empujones.

Al día siguiente, Lucía informó a los superiores lo que había sucedido. Ellos, incluso, tomaron fotografías del hueco que el teniente hizo para colarse a la habitación. El resultado: le prohibieron entrar al bar donde se embriagaban y lo mandaron a cuidar un centro penal.

Los superiores se disculparon con Lucía. Le rogaron que siguiera trabajando con ellos y le garantizaron que nunca más volvería a ser molestada. Ella se quedó con dudas y temores, pero aceptó continuar en el destacamento militar.

Los meses transcurrieron sin ninguna novedad. El problema fue que el 30 de abril de 2015 llegaron nuevos jefes al cuartel y las cosas cambiaron.

El teniente, quien era presidente de una de las contabilidades a cargo de Lucía, comenzó a llamarla para asuntos que no tenían nada que ver con el trabajo. Ella le reclamó: le dijo que se abstuviera de hacer comentarios fuera de lo laboral.

Pero el acoso no tuvo fin.

La madrugada del 17 de julio, el teniente volvió a entrar a la habitación de Lucía. Esta vez lo hizo con violencia. La sujetó de sus brazos y la lanzó contra la pared. Ella trató de defenderse: le quitó, una y otra vez, las manos de su cuerpo. Pero el tipo estaba enloquecido, decidido a consumar una violación sexual.

Cuando Lucía sintió que no podía detenerlo comenzó a gritar. En ese momento, el teniente le apretó los labios y le arrancó un pedazo de carne.

Al observar el rostro ensangrentado de Lucía, el teniente huyó de la habitación.

Ella salió al pasillo para pedir ayuda. Fue llevada a un hospital en el que estuvo internada durante 30 días. Ahí elaboró una denuncia que desembocó en un proceso judicial accidentado.

La versión del teniente, durante el juicio, fue que Lucía era su pareja y que la noche del incidente se negó a tener relaciones sexuales con él.

Una jueza del Tribunal de Sentencia de Morazán únicamente condenó a tres años de prisión al teniente  por el delito de lesiones. La pena, sin embargo, fue sustituida por trabajos de utilidad pública. También lo obligó a pagar $2,500 en concepto de responsabilidad civil.

Lucía, con el apoyo de organizaciones feministas y de doña Bety, presionaron a la Fiscalía General de la República (FGR) para que apelara en la Cámara de lo Penal de San Miguel, donde finalmente resolvieron repetir el juicio en el Tribunal de Sentencia de esa misma localidad. El resultado fue peor: el juez de este tribunal ratificó la condena únicamente por lesiones y redujo el costo de la responsabilidad civil.

Actualmente el caso se encuentra en casación en la Corte Suprema de Justicia (CSJ).

 

Habla Maritza:

Ella sabía identificar dónde estaba la violencia contra la mujer, identificaba y sabía a quién recurrir. Aprendió a identificarla desde su propio cuerpo, desde su propia vivencia.

 

Doña Bety, quien batalló a lado de Lucía, ya no podrá ser testigo del desenlace de este caso que tanto la indignó. El pasado 22 de marzo dos criminales desalmados la asesinaron bestialmente cuando se dirigía a su trabajo (cuidar a su nieto) en el cantón San José Las Casitas, en Santo Tomás.

Fue llevada al Hospital Saldaña. Pero los médicos ya no pudieron hacer nada.

*Los nombres de todas las personas que aparecen en este texto, excepto el de Elizabeth De León,  fueron cambiados por asuntos de seguridad.

    
 
Jaqueline Ponce

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