Regresa. Siempre regresa. Roque Dalton fue asesinado en 1975, pero sus ideas continúan golpeando, furiosamente, la conciencia de los salvadoreños. Su pensamiento persiste en sus poemas y ensayos, en libros y documentales. En cátedras. En estudios. Aquí y allá, en todos lados, como una sombra que perturba la memoria de un país condenado a la barbarie. Es verdad: algunas de sus ideas son obsoletas. Han caducado. Han pasado de moda. Pero hay otras que todavía desatan violentas sacudidas, descargas eléctricas, martillazos que retratan nuestra miserable historia. El pasado. El presente. El futuro. La mentalidad del salvadoreño. La condición humana en general. La vida, la muerte, el amor.
Quizá por eso siempre regresa. En algún diálogo, en algún conversatorio. En eruditas investigaciones como la del profesor James Iffland, quien durante veinticinco años hurgó en el pensamiento de Dalton con una pasión desenfrenada. Fue en el tiempo de la guerra civil salvadoreña que descubrió sus poemas y quedó impresionado por la manera de construir ideas, por la forma de denunciar las injusticias. En ese entonces escribió una serie de ensayos sobre poetas revolucionarios de Centroamérica: dos de estos estaban centrados en la poesía de Dalton. Esos fueron los primeros pasos. Luego finalizó la guerra y se firmó la paz. Pero en la cabeza del profesor Iffland nunca dejaron de revolotear los versos del poeta salvadoreño asesinado por sus propios compañeros de combate, seis años antes de que El Salvador se sumergiera en un océano de sangre. Entonces se planteó la idea de investigar y analizar su obra completa. Todo. Hasta lo que estaba inédito, oculto, escondido en algún archivo personal.
Antes de eso se embarcó en un proyecto para radiografiar la obra de Miguel de Cervantes, principalmente El Quijote de la Mancha, el cual consumió su tiempo durante la década de los noventa. Fue hasta el año 2006 que decidió volcarse en el pensamiento daltoniano. Viajó a El Salvador. Viajó a Cuba. Realizó innumerables entrevistas. Leyó libros, cartas, obras inéditas. También revisó una buena parte de los estudios sobre Dalton. Quería elaborar una hipótesis diferente. Decir algo nuevo. Lo primero que notó fue que la mayoría de los trabajos eran críticas parciales, mutiladas, inconclusas, pues marginaban poemarios, ensayos y documentos, principalmente donde Dalton planteaba sus ideas político-militares. Fue entonces que comenzó a esbozar una tesis que luego se convirtió en un libro, de casi dos mil páginas, titulado «Para llegar a Roque Dalton: pequeños infiernos y otros paraísos», el cual presentó en San Salvador en junio pasado.
Días después nos encontramos en un hotel capitalino donde, acompañados de una taza de café, conversamos sobre la elaboración de su libro. Pero la entrevista quedó a medias: el profesor Iffland debía cumplir con otros compromisos de su apretada agenda. La conversación se retomó meses después vía telemática. Ahí seguimos profundizando en algunas interrogantes: ¿Quién era Roque Dalton? ¿Aún están vigentes sus ideas? ¿Qué diría sobre la realidad actual?
— Usted define a Roque Dalton como un revolucionario que también escribía. ¿Por qué?
— La tesis central de mi libro es que Roque era un revolucionario que también era escritor. No al revés. Lo que trato de demostrar es que el centro de gravedad de Roque es el compromiso con el cambio revolucionario. Es decir: Roque es un modo de pensar, un modo de analizar, un estilo de pensamiento que aplicó para su momento histórico. Lo que yo trato de exponer, no sé si con éxito, a lo mejor no, es que hay una especie de mecanismo interno en toda la obra de Roque que permite una constante puesta al día. Si él estuviera vivo estaría abogando por la justicia económica y social. Eso seguro. Estaría haciendo, como dice Lenin, análisis concretos de situaciones concretas. Es decir: no hay una receta para todo. Cada situación requiere de un análisis cuidadoso a la altura de ese momento. Pero para llegar a esa conclusión hay que leer toda su obra. Y eso es lo que no se hace.
— También dice que Dalton debe ser estudiado no solo por su alto nivel literario, sino por su vigencia política. ¿Por qué cree su pensamiento político continúa vigente?
— Yo creo que el mundo de hoy en día hay que arreglarlo. El nivel de pobreza, la visión entre ricos y pobres… Hay algunos estudiosos que dicen que estamos peor a nivel mundial que en la época de Roque. Todo esto es resultado de los problemas estructurales. Hay estructuras que hay que cambiar. En mi libro yo hablo, algunos seguramente se van a enojar conmigo, del terrorismo capitalista. ¿Por qué? Porque actualmente 3 mil niños mueren de hambre diariamente en el mundo. Ese es el mismo número de los muertos de los atentados a las Torres Gemelas. ¿Y por qué están muriendo 3 mil niños de diarrea en este momento histórico? Es porque el mundo está organizado bajo un sistema capitalista que en efecto mata no solamente a esos niños, sino a muchos de sus padres. Hay miseria, hay hambre, en fin. Entonces hay que cambiar eso. La pregunta es cómo cambiarlo. Yo creo que Roque estaría negando lo que está sucediendo ahora. Mi premisa es que hay un estilo de pensar en Roque que en buena parte es producto de su compromiso con la poesía. Él se acercaba a la cuestión política con el cerebro de un poeta. Tenía la capacidad de mirar la realidad desde la imaginación y la capacidad creadora, y eso enriquece su capacidad de pensar sobre cuestiones políticas. Ojalá que las personas que lean mi libro puedan decir: así pensaba Roque Dalton, este era su mundo interior, así funcionaba su cerebro. A ver si podemos derivar alguna inspiración, pautas de orientación para las tareas que nos confrontan ahora, porque este libro lo he escrito para la juventud, no solo de El Salvador, sino de Centroamérica, pues son ellos los que van a heredar este mundo.
*
El profesor Iffland es un hombre que pertenece a la izquierda clásica. Reivindica, por ejemplo, el pensamiento de Marx, de Lenin, del Che Guevara. O, en el mejor de los casos, a los herederos de esas ideas en la actualidad: Slavoj Žižek o Alain Badiou. En los años ochenta realizó trabajo de solidaridad a favor de la guerrilla salvadoreña y durante la Revolución Sandinista trabajó como cooperante en la producción de café. En esos años conoció la obra de Roque Dalton, la cual proponía la vía armada para la solución de los problemas políticos, económicos y sociales. El profesor Iffland considera que las ideas posmodernas han empujado a los partidos de izquierda de América Latina a jugar un juego que ha imposibilitado la ejecución de reformas profundas que reviertan las situaciones de injusticia en sus países. No teme, para nada, que se le catalogue como un intelectual que defiende anacronismos. Al fin de cuentas, dice, esos mecanismos de desprestigio han sido elaborados por las potencias occidentales para que las nuevas generaciones permanezcan inmovilizadas ante las atrocidades que ocurren en todo el planeta.
*
— Usted dice que el pensamiento posmoderno de izquierda lanzó a la basura la idea de una concepción política emancipadora que promovían algunos pensadores clásicos como Marx, Lenin o el mismo Che Guevara. Sin embargo, sostiene que las herramientas analíticas del marxismo y la misma idea de revolución continúan vigentes. ¿Por qué?
— Por diversas razones. Después de la caída de la Unión Soviética, la izquierda, salvo algunas excepciones, ha andado un tanto desorientada. No hay una corriente de izquierda, mucho menos planteamientos teóricos que den soluciones a lo que no es funcional. También está el desprestigio del marxismo-leninismo. Entonces, ¿cuál es el camino que debemos seguir? Lo que trato de decir en mi libro es que la vigencia de Roque Dalton —Roque pensaba en términos estructurales— es porque hace falta la revolución para cambiar la estructura. ¿Cómo se hace eso? Roque trató de responder esa pregunta en su contexto histórico. Recordemos que Roque muere en 1975 y desde entonces hay muchas cosas que cambiaron. Hubo una guerra civil y, milagrosamente, años después el FMLN gobernó durante un tiempo. El problema es que la exguerrilla llegó al poder en un sistema que está estructurado para que no puedan hacer nada o para hacer muy poco. Una de las preguntas que yo planteo es qué diría Roque si estuviera vivo y observara la situación actual. Él siempre enfatizaba una premisa esencial de Lenin: hace falta el análisis concreto para situaciones concretas. No hay una fórmula universal. No hay solución mágica que tenga validez para siempre. Yo creo que Roque no estuviera diciendo: vamos, tomen un fusil, vamos al monte. Actualmente no lo creo. No sabemos qué pasará en 10 o 20 años. No podemos decir que la lucha armada es cosa del pasado. Si por ahí, en 30 años, hace falta que la gente vuelva al monte, veamos.
— Cualquiera podría decir que esas soluciones finales no resolvieron nada en el siglo pasado. Ni la Unión Soviética ni Cuba ni ningún otro país comunista logró eliminar esos grandes males de corrupción e injusticia social. Hay, incluso, una inmensa cantidad de prestigiosos historiadores que han documentado el terror que se vivió en estos países en los que se trató de eliminar las injusticias imponiendo otras injusticias. En algunos casos con métodos horrorosos como el asesinato en masa.
— Los éxitos de las revoluciones no hay que medirlos con base a criterios de los sistemas capitalistas y los valores que tratan de infundir a todo el mundo, especialmente a los jóvenes, porque los jóvenes son revoltosos y ellos no quieren que se excedan en sus planteamientos. (Durante varios minutos el profesor Iffland se extiende sobre el modelo de Cuba, el cual, a su criterio, ha permitido que los cubanos accedan a un sistema universal de salud, así como a una educación gratuita de alta calidad. China comunista, agrega, está regida por un partido que mantiene un capitalismo vigilado, controlado, donde si alguien se excede es sancionado. Nada de eso, dice, ocurre en un país democrático y capitalista como Estados Unidos, donde el acceso a salud es limitado y los jóvenes se enfrentan a dificultades para seguir sus estudios superiores por falta de recursos económicos). ¿A dónde voy con todo esto? La vigencia del marxismo, y yo agregaría del leninismo, tiene que ver con una forma de pensar, una forma de analizar, que toma en cuenta la realidad de estas pugnas que siempre estamos viendo. Hay una lucha de clases y los que han tenido más éxito en la lucha de clase son los dueños del sistema. El marxismo-leninismo ayuda a entender qué es lo que está pasando. Es verdad que en los últimos treinta años se ha machacado que el marxismo-leninismo es algo anquilosado y lo de la lucha armada una reliquia. Tratan de convencer de que eso es pasado y que es imposible que nos encontremos en un momento en el que desgraciadamente tengamos que recurrir a ese modo de cambiar las cosas.
— ¿Considera un error que los partidos de izquierdas abracen los valores democráticos occidentales?
— Es que muchos de estos partidos de izquierda han vivido con el marxismo como su orientación. Ahora no lo dicen, pero ha sido así. Un ejemplo es el FMLN en El Salvador. El problema para todos estos partidos es que ya se encuentran metidos en una dinámica de «parlamentarismo capitalista». Es decir: están metidos en lo que antes se le llamaba democracia burguesa. Son sistemas electorales, democráticos, pero que en última instancia funcionan bajo la égida del capital. ¿Y qué es lo que sucede? Bueno, lo que le pasó al FMLN en El Salvador. Y eso también sucede en otros países: intentan quedarse en el sistema y no hacen reformas, que yo llamo «reformas enérgicas», para tratar de cambiar realmente las estructuras. Porque si no cambiamos las estructuras socioeconómicas no cambiamos nada. ¿Qué es lo que pasa? El sistema está construido en contra de los partidos de izquierda. Les permite llegar hasta cierto límite, pero luego el mismo sistema tiene dispositivos, mecanismos que frenan esos procesos. Y si logran sortear esos dispositivos de un momento a otro vienen las intervenciones. Se pone en movimiento el aparato de inteligencia, el Pentágono, etcétera. De esto hemos visto mil casos. Aunque ahora ya no vemos golpes de estado militares al estilo clásico, pero cuando se salen de las reglas del juego democrático, como ocurrió en Venezuela, Washington activa una de sus mejores armas: las famosas sanciones. Cuba está donde está en términos de riqueza porque han sido sesenta años de sanciones y embargo económico. Venezuela igual. Y ahora vemos las sanciones contra los rusos, los iraníes y los chinos hasta cierto punto. Es un arma muy eficaz.
*
El profesor Iffland dice que los partidos de izquierda que aceptan el modelo —que Alain Badiou denomina «parlamentarismo capitalista»— terminan como los hámster: dando vueltas sobre una misma rueda, en el mismo lugar, sin ir a ninguna parte. Eso, agrega, le sucedió al FMLN, que terminó inmerso en un maquinaria electoral y fue incapaz de realizar reformas profundas. O, como él las llama, «reformas enérgicas».
*
— ¿Las reformas enérgicas que usted menciona contemplan el uso de la violencia?
— Cuando se desarticuló la Unión Soviética un influyente pensador de apellido Fukuyama escribió un libro donde decía que había un nuevo orden mundial dominado por los valores democráticos de occidente. Se tardaron dos minutos para darse cuenta de que eso era mentira. Pero en el fondo es lo que quieren que se crea. ¿A qué voy con esto? Si el mundo sigue como está y los problemas se van agravando, con las masivas migraciones de gente, las caravanas hacia Estados Unidos; si las cosas siguen como están, algo tiene que modificarse. Y se va a tener que modificar por las buenas o por las malas. En ese sentido creo que es relevante que, por ejemplo, los jóvenes de ahora miren la forma de pensar de una generación salvadoreña que quiso cambiar el sistema. ¿Por qué se fueron al monte a pelear? ¿Por qué no hicieron las cosas por las buenas? La persona que dice eso es porque no sabe nada de la historia salvadoreña. Simplemente es un ignorante. En ese momento las armas eran el único camino factible.
— Hay una pregunta que usted se formula que, aunque pertenece al campo de la especulación, me parece válida. ¿Qué diría Roque Dalton si estuviera vivo? Y usted contesta que no suscribiría posturas posmodernizantes, sino más bien seguiría convencido de que la raíz de todos los males de la sociedad radica en el capitalismo. En este caso estaría más cerca del socialismo o incluso del comunismo. A mí me gustaría ir más allá, ¿qué hubiera dicho Roque Dalton al saber que sus compañeros de lucha, incluso quienes lo asesinaron, terminaron finiquitado la vía revolucionaria a través de un acuerdo de paz que permitió una débil democracia?
— Los Acuerdos de Paz instauraron cambios. El Salvador que salió de los acuerdos no era el de los años sesenta y setenta. Era otro país, con una democracia burguesa y un sistema de capitalismo parlamentarista. Sí. Pero eso representaba una mejoría a lo que había antes y posibilitó, entre otras cosas, dos gobiernos del Frente. El hecho de que hayan podido llegar a ocupar la presidencia dos veces fue fruto de esa guerra. En ese sentido fue un logro increíble hacer esa transición, porque muchos de esos movimientos armados no pueden hacerla. Los del Frente lo lograron, pero luego terminaron como los hámster. ¡Jaja! Lo que pasa es que si vas modificando el tablero como hicieron en Venezuela, entonces te caen encima y te ponen sanciones.
— Pero tampoco se puede negar que en algunos países la izquierda clásica ha terminado siendo corrupta y autoritaria. Un claro ejemplo es Nicaragua, donde se han suprimido los partidos de oposición, donde la crítica no es bien vista, donde se encarcela a opositores.
— Yo sé a lo que te refieres. Pero simplemente tengo que enterarme más sobre la situación concreta de Nicaragua. Sucede algo: las fuerzas políticas internacionales que quieren frenar los procesos de cambio orientados hacia la izquierda —hay que conocer cómo funciona una agencia como la CIA— se mete en los sindicatos, en la prensa, en todo. Lo que quieren es que haya reacciones del tipo que se han visto en Nicaragua. Y luego se comienza a decir que son antidemocráticos, que están arrestando a periodistas, etcétera. Eso es material excelente para sus propios aparatos de propaganda que incluye la prensa libre, libre entre comillas, porque echan lodo y convencen a los ciudadanos de otros países que lo que está pasando es malo… Ahora se habla de una vuelta del autoritarismo en Centroamérica.
— Hay otra pregunta que me gustaría plantear siempre desde el campo de la especulación. Roque Dalton luchó toda su vida para cambiar la realidad de su país, entre otras cosas porque los militares nunca permitieron que la izquierda compitiera por vías democráticas. Él mismo fue víctima por haber denunciado a ese régimen. Lo encarcelaron, lo amenazaron, lo exiliaron. Vivió en carne propia el autoritarismo ejercido desde el poder estatal. ¿Qué cree usted que diría Dalton ante la realidad actual, en la que transitamos aceleradamente a un régimen autoritario que ha revivido algunas de esas prácticas que él combatió?
— Lo que sucede es que siempre hay contradicciones… si no me equivoco, el presidente Bukele representa un sector de la burguesía, pero no de la oligarquía tradicional salvadoreña. Bukele pertenece a lo que podríamos llamar una burguesía más ilustrada, emprendedora, que no está de acuerdo con lo que había antes. Cuando fue alcalde de San Salvador gozaba de una popularidad enorme y eso no se consigue si el pueblo no te percibe como alguien que sí está haciendo cambios a su favor. Actualmente uno ve encuestas, más o menos fidedignas, y muestran que tiene una clase de apoyo que no tiene ningún otro presidente del mundo. La pregunta es, ¿por qué diablos sucede esto si este tipo es un capitalista y además está mostrando tendencias autoritarias? Yo sé, porque estuve ahí, por ejemplo, que esta política con las maras todo mundo está contento, porque la situación había llegado a niveles insoportables. Entonces, la gente está contenta… Respecto a la toma de la legislatura se ve bien feo. Eso sí parece una vuelta atrás. No es fotogénico, desde luego.
— Es verdad: no se puede negar que Nayib es basatante popular. Pero a lo largo de la historia ha habido dictadores y autócratas nefastos que han sido altamente populares. Para no ir tan lejos: Donald Trump, un sujeto totalmente autoritario, tenía cierto nivel de popularidad.
— Pero nunca ha tenido ni tendrá la popularidad de Nayib Bukele. No hay comparación. Hay que recordar que él perdió el voto popular dos veces.
— Regresando a su investigación sobre Roque Dalton, ¿qué fue lo que más le impactó? ¿alguna entrevista?
— Han sido muchas entrevistas impactantes. La que le hice a Aída, la viuda de Roque, en el mismo apartamento donde él vivió, fue bastante fuerte. Volví al hotel y agarré una botella de ron y me tomé unos tragos porque estaba impactadísimo. ¡Jaja! Luego la entrevista con Silvio Rodríguez, en su estudio de la Habana; estaba muy emocionado, incluso, en un momento se le aguaron los ojos. Y luego está la entrevista con Miriam Lezcano, su última pareja en Cuba, quien muy amablemente me compartió unas cartas y un proyecto teatral en el que estaban trabajando ellos dos. Porque Roque, al final de su vida, se estaba dedicando mucho a lo que era el género dramático. Estaba trabajando en un montón de proyectos simultáneamente. Yo creo que él presentía que esto de venirse a El Salvador no iba a terminar bien.
— Y cuando se integró a la guerrilla salvadoreña siguió produciendo.
— Y ahí está parte del problema. Los poemas que la gente conoce como «Poemas clandestinos» los estaba escribiendo, pero circulaban con seudónimos. Los dirigentes del ERP no querían que hiciera eso, ni aún con seudónimos, porque no querían que la gente supiera que él estaba en El Salvador. Ese fue un punto de tensión entre Roque y una parte del sector que lo asesinó. Están los poemas, pero también produjo dos documentos internos, que son análisis político-militares. Hay un documento que él fechó en febrero de 1975, dos meses antes de su muerte. Son documentos técnicos, de estrategia. Yo he puesto entre corchetes la cuestión de su muerte, porque si me meto en eso contribuyo a un fenómeno contra el cual estoy tratando de luchar: que todos terminamos hablando de eso y no estamos leyendo su obra.