Los trabajos de remodelación del Palacio Nacional realizados por personal del Ministerio de Obras Públicas (MOP) han generado fuertes críticas en redes sociales y medios de comunicación. Artistas, promotores culturales, historiadores y profesionales de la arquitectura cuestionan -especialmente- la remoción de las centenarias baldosas hidráulicas, verdaderas reliquias que fueron lanzadas como basura en un barranco del río Las Cañas.
Haciendo eco de dichas opiniones, presento éstas cinco «tesis» sobre la remodelación del Palacio Nacional.
Primera «tesis»: La remoción de las baldosas hidráulicas del Palacio Nacional y su posterior lanzamiento en un basurero ilegal es una demostración gubernamental de ignorancia y desprecio por la cultura, el patrimonio y la historia del país. Las exclusivas baldosas, fabricadas con polvo de mármol y pegadas con cemento, fueron traídas desde Italia y colocadas por Alberto Ferracuti, entre 1905 y 1911, durante la construcción del actual edificio del Palacio.
Los empleados del MOP quitaron las baldosas del piso del Palacio y luego las fueron a tirar a un botadero clandestino de basura, ripio y otros desperdicios en el río Las Cañas, en el límite de Soyapango e Ilopango, según constató El Faro y otros medios periodísticos. El escándalo público hizo que fueran después a recogerlas, sin que se conozca su destino final.
Esta insensibilidad y falta de respeto por la cultura, la historia y la memoria también se expresan claramente en la reciente remoción de la imagen de monseñor Óscar Arnulfo Romero en el Aeropuerto Internacional de El Salvador que lleva su nombre. Romero fue declarado Santo de la Iglesia Católica el 14 de octubre de 2018 y es el personaje salvadoreño más universal.
Segunda «tesis»: La acciones de remodelación en el Palacio efectuadas por el MOP son una muestra de irrespeto a la legalidad que caracteriza a este gobierno y violenta normativas que protegen el patrimonio cultural salvadoreño. El Palacio Nacional está resguardado por la Ley Especial de Protección al Patrimonio Cultural, la cual prohíbe modificaciones como las que se realizan actualmente.
La destrucción de las baldosas hidráulicas también es una violación a una resolución de la antigua Secretaría de Cultura (ahora Ministerio de Cultura) que otorgó la máxima protección al Palacio Nacional, dándole la categoría de monumento nacional. La intervención del MOP -además- incumple otros decretos ejecutivos, ordenanzas municipales y convenios internacionales de protección del patrimonio cultural.
A esto se suma que -tirando las baldosas en un basurero clandestino a orillas de un río- el gobierno viola flagrantemente la Ley de Medioambiente, la Ley General de Recursos Hídricos, el Código de Salud, la Ley Integral de Residuos y Fomento del Reciclaje y otras normativas referidas a la protección del medioambiente y la salud humana.
Tercera «tesis»: La intervención inconsulta y sin criterios técnicos en el Palacio Nacional confirma, además, la arbitrariedad como metodología de la acción gubernamental. El desmantelamiento de las baldosas del Palacio y demás alteraciones al diseño original de otros edificios del centro histórico de San Salvador se han realizado sin consulta ciudadana, sin criterios de planificación y sin participación de las mismas instancias estatales vinculadas al patrimonio cultural.
Esta acción a lo loco o «a lo bestia», como me dijo una persona que suele transitar por el centro capitalino, tampoco toma en cuenta la opinión de los artistas (escultores y pintores), ni de los expertos (urbanistas, arquitectos, entre otros). Esta forma absurda de hacer las cosas es resultado de la actitud autoritaria y de cierta megalomanía que exhiben muchos funcionarios públicos, empezando por el propio Nayib Bukele.
Cuarta «tesis»: Los cambios arquitectónicos en el Palacio Nacional y otras edificaciones del centro histórico, como todos los proyectos del actual gobierno, carecen de transparencia y rendición de cuentas. No se sabe -por ejemplo- el monto invertido, ni la procedencia de los fondos. Tampoco se conoce el propósito de las remodelaciones y nuevas construcciones, ni a quiénes beneficiará la nueva infraestructura y qué negocios florecerán en el “nuevo centro histórico”.
Sí está claro que no serán los miles de vendedores informales que se ganaban la vida en esas calles y que -con el argumento del ordenamiento, la modernización y la atracción de turistas- fueron desplazados bajo la amenaza de ser capturados y encarcelados bajo el régimen de excepción; ni los que han quedado y deben lidiar permanentemente con el acoso de los policías municipales que impunemente les requisan su venta.
Tampoco serán beneficiados los comerciantes formales a quienes les fueron expropiados sus locales y sus negocios porque eran incompatibles con un centro histórico más «cool» y de «primer mundo», un elemento importante del «nuevo país» que el gobierno de Bukele y sus hermanos dice que está construyendo.
Quinta «tesis»: La remodelación del Palacio Nacional refleja claramente que la prioridad de Bukele no es hacer las obras que el pueblo y el país necesitan, sino las que sirvan a su obsesión narcisista, su estrategia propagandística y sus ínfulas de grandeza. En vez de reconstruir las escuelas, construir el nuevo Hospital Rosales o pagar el presupuesto adeudado a la Universidad de El Salvador, Bukele reconstruye el Palacio para la toma de posesión de su inconstitucional segundo mandato.
En vez de dotar de medicinas a los centros de salud pública, llevar agua potable a las comunidades que no la tienen, construir viviendas de interés social, pagar puntualmente la pensión a los adultos mayores o cumplir con cientos de proveedores estatales, Bukele prefiere alistar el palacio, desde cuyo balcón hablará como monarca a sus súbditos, este 1o. de junio.