Con frecuencia escucho a algunos analistas políticos y académicos decir que el presidente Nayib Bukele es un tipo «sin ideología», que su partido Nuevas Ideas no es derecha ni izquierda y que su gobierno no parte de las premisas políticas que dominaron de uno y otro lado durante las últimas tres décadas.
Considero que tales afirmaciones parten del error de confundir la ideología con el pragmatismo político extremo del presidente Bukele, quien, por ejemplo, maldijo a China en la Fundación Heritage y después se reunió con Xi JinPing o tuvo apoyo de ALBA Petróleos y luego se rodeó de asesores de la oposición venezolana. Este pragmatismo a la vieja usanza de los políticos camaleónicos y cínicos no tiene nada que ver con la ausencia de posturas ideológicas claras; y en el caso de Bukele, él construyó su ideología mediante tres procesos bien definidos.
El primero es la «continuación de la perspectiva capitalista neoliberal»: reducción del Estado, liberalización del mercado, desregulación de las actividades económicas, dominio del sector privado, flexibilidad laboral, regresividad tributaria y demás dogmas planteados en el llamado «Consenso de Washington», que no fue realmente un consenso sino una imposición de las transnacionales y los gobiernos de los países ricos a las naciones pobres.
El principal mecanismo de imposición fueron los organismos financieros, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que para otorgar préstamos a los países pobres les obligaban a privatizar empresas estatales, quitar impuestos a las grandes empresas y trasladarlos a los consumidores, modificar las leyes laborales y ambientales, entre otras condiciones.
En nuestro país, la mayor oleada privatizadora fue para cumplir requisitos de un préstamo de 100 millones de dólares del Banco Mundial, durante el gobierno de Armando Calderón Sol. Se privatizó el sistema de pensiones, las telecomunicaciones, la distribución y parte de la generación de energía eléctrica.
El neoliberalismo económico fue implementado por ARENA; se mantuvo con los gobiernos del FMLN, que impulsaron políticas sociales que mitigaban los efectos del modelo pero no alteraron sus lógicas de acumulación; y ahora continúa con el actual gobierno. Éste, incluso, lo ha profundizado con el enfoque «libertario» del anarco-capitalismo (que comentaré más adelante en el tercer proceso).
Cuando militaba en el FMLN, Bukele decía que era anti neoliberal y «de izquierda radical»; sin embargo, luego de ganar la elección presidencial se confesó abiertamente neoliberal, cuando en marzo de 2019 dijo en la ultraconservadora Fundación Heritage que creía en las inversiones privadas y en el «estado pequeño». Ahora el carácter neoliberal de su gobierno se confirma con la vigencia de las AFPs, el esquema tributario regresivo, las privatizaciones, tratados de libre comercio, la desregulación de precios y otras medidas que no quiso revertir para no afectar a grupos oligárquicos y compañías transnacionales que se benefician con este modelo.
Esa afiliación neoliberal y su defensa de intereses económicos pudientes es la razón por la cual Bukele no le ordena a sus diputados eliminar las AFPs y revertir otras privatizaciones, aprobar medidas tributarias progresivas donde «paguen más quienes tienen más», regular precios de los productos básicos (alimentos, medicinas, insumos agrícolas) y revisar los tratados de libre comercio.
Entonces, Bukele sí tiene ideología, es capitalista neoliberal. Aunque su discurso diga que gobierna para el pueblo (y que la gente también así lo crea), los hechos lo desmienten.
El segundo proceso de construcción ideológica del bukelismo es «el retorno a formas antidemocráticas de gobernar». Bukele regresó al basurero de la historia a recoger viejas prácticas que podrían servirle para gobernar a su manera y sin oposición, sin rendir cuentas y sin respetar la separación de poderes, la institucionalidad y el estado de derecho.
Y tomó las dos que mejor se acoplaban a su necesidad: el autoritarismo y el militarismo. Resabios autoritarios y militaristas existieron en los gobiernos anteriores, pero Bukele los asume sin medias tintas. Para justificarse recurrió a un negacionismo histórico según el cual la guerra civil provocada por el autoritarismo «no existió», los Acuerdos de Paz que desmontaron el militarismo «son una farsa» y las reformas democráticas impulsadas desde 1992 fueron las reglas con las que ARENA y el FMLN «se repartieron el poder en los últimos treinta años».
Le devolvió a las Fuerzas Armadas la beligerancia política que les había sido proscrita por los Acuerdos de Paz, desnaturalizó a la Policía Nacional Civil creada por estos mismos acuerdos, realizó su primera exhibición autoritaria y militar en el 9F y (ya con la súper mayoría legislativa obtenida en enero de 2021) dio el golpe final. Tomó el control de la Asamblea, la Fiscalía, la Corte Suprema y luego las demás instituciones (PDDH, Corte de Cuentas, etc.)
Así desapareció la separación de poderes, la independencia judicial y la institucionalidad. La pandemia de COVID-19 y la «guerra contra las pandillas» han facilitado la implementación de esta vieja forma de gobernar, que se expresa claramente con la suspensión de garantías constitucionales y violaciones a derechos humanos con el régimen de excepción que comenzó en marzo de 2022 y seguramente llegará hasta después de las elecciones de 2024.
Por tanto, la ideología capitalista neoliberal del bukelismo también es autoritaria y militarista.
Y, finalmente, el tercer proceso de construcción ideológica de Bukele es la incorporación de «nuevas ideas» relacionadas con el populismo, el anarco-capitalismo y una supuesta utopía digital, que tiene su máxima expresión en la fallida implementación del Bitcoin y busca imprimirle un aspecto de modernidad a los vetustos componentes capitalistas y antidemocráticos de la ideología bukelista.
Es importante destacar que este tercer elemento se ubica principalmente en el plano de lo simbólico y la construcción de sentidos en el imaginario social mediante una estrategia propagandística que se fundamenta en el neuromarketing, una narrativa polarizante, un enorme aparato mediático y digital, la aplicación rigurosa de manuales de comunicación y la escucha permanente de las emociones de la gente.
Gracias a este eficiente operativo de manipulación masiva, la población percibe un gobierno diferente a los «mismos de siempre», que se debe a la gente, es instrumento de Dios, tiene propuestas innovadoras y que el país proyecta un futuro promisorio.
Otro hecho que sintetiza el anarco-capitalismo y la utopía digital es el anuncio de contratar a empresa Google para «digitalizar el gobierno», que en la práctica sería entregar a una transnacional la información pública, datos sensibles de la población y prestar el país a experimentos de inteligencia artificial, algo que Bukele hasta presentó logro en su discurso en la reciente Asamblea General de la ONU.
Resumiendo, entonces, la ideología de Bukele es capitalista neoliberal, autoritaria-militarista y con aspectos «novedosos» del populismo, anarco-capitalistas y una supuesta utopía digital.