NEWSLETTER
facebook elementosinstagram elementosyoutube elementostiktok elementos

1932 sin el 32 - Archivos literarios bajo censura del siglo XXI (1)

Desde Comala Siempre...

La memoria y la historia social niegan la historia intelectual y la poética al reconstruir el pasado. Este rechazo de diálogo entre disciplinas aledañas lo ejemplifica hablar de 1932 en El Salvador. El breve comentario siguiente introduce varios textos tachados adrede al referir la revuelta de enero y la matanza en su represalia, ese mismo año.
Publicado en febrero 13, 2022
Professor Emeritus. New Mexico Tech rafael.laramartinez@nmt.edu Desde Comala siempre…

(En 1932) nada nuevo hay bajo el sol; y.…por un esfuerzo editorialista, se publicaron algunas obras, pocas por cierto; pero que empujaron, por el camino bibliográfico, los alados sueños, las ideas precursoras de realidades.   J. F. Toruño

Abstract: memory and social history deny intellectual history and poetics in their reconstruction of the past.  This denial of a dialogue between bordering disciplines is exemplified by current talks about 1932 in El Salvador.  The following brief comment introduces several texts deliberately under erasure, when referring the January revolt, and the massacre in its reprisal, that same year.  By offering a retrospective of the «literary activities of the year 1932», the presentation questions the existence of two contemporary historiographies that, in the name of democracy, ignore the open debate on national archives.  It is very simple to incriminate military dictatorships of control —by publishing their enemies— while the academic present obstructs any discussion of different perspectives, and the rescue of primary documentation.  The multiple studies on the revolt and its bloody repression contrast with the absence of debate on the cultural «activities» of 1932, in the same way that daytime memory is opposed to nighttime forgetfulness.  Approaching the centenary of 1932, it is urgent to publish the first minimal anthology of those activities to support historiography on national archives.

Resumen: la memoria y la historia social niegan la historia intelectual y la poética al reconstruir el pasado. Este rechazo de diálogo entre disciplinas aledañas lo ejemplifica hablar de 1932 en El Salvador. El breve comentario siguiente introduce varios textos tachados adrede al referir la revuelta de enero y la matanza en su represalia, ese mismo año. Al ofrecer una retrospectiva de las «actividades literarias del año de 1932», la presentación cuestiona la existencia de dos historiografías contemporáneas que, en nombre de la democracia, ignoran el debate abierto sobre los archivos nacionales. Es muy simple incriminar a las dictaduras militares de censura —al publicar a sus enemigos— mientras el presente académico obstaculiza la discusión de perspectivas distintas y el rescate de la documentación primaria. Los múltiples estudios sobre la revuelta y su sangrienta represión contrastan con la ausencia de debate sobre «las actividades» culturales de 1932, de igual manera que la memoria diurna se contrapone al olvido nocturno. Al acercarse al centenario de 1932, urge publicar la primera antología mínima de esas actividades para fundamentar la historiografía en los archivos nacionales.

La censure, quelle qu'elle soit, me paraît une monstruosité, une chose pire que l'homicide; l'attentat contre la pensée est un crime de lèse-âme (La censura, sea cual fuere, me parece una monstruosidad, algo peor que el homicidio; el atentado contra el pensamiento es un crimen de lesa-alma).  Carta de Gustave Flaubert a Louise Colet, 9 de diciembre de 1852.

 0. Entrada

Este breve comentario introduce varios textos claves para explicar el abismo que separa la consciencia intelectual de 1932 con respecto a la reflexión actual de ese mismo año, el 32.  Los dos escritos centrales se intitulan «Actividades literarias en el año de 1932» de Juan Felipe Toruño y «La liberación hacia sí mismo» de Salarrué, el cual no aparece en la primera reseña, al atestiguar su carácter parcial.  Parece que Toruño no recuerda el Centenario de Goethe que transmite el legado espiritual de Weimar al enlace entre la universidad, los intelectuales y el estado, ni el Centenario del Padre Delgado que refuerza la independencia nacional, fuera de toda intervención imperialista.  Tampoco Toruño refiere la conmemoración de la muerte de Alberto Masferrer, el 4 de septiembre de 1932, durante la cual Salarrué acusa a la Iglesia Católica de apropiarse del legado del maestro, el cual parcialmente lo publica el «Boletín de la Biblioteca Nacional» y el «Repertorio Americano» en Costa Rica (Masferrerismo. Salarrué contra la Iglesia Católica, 2021). Los años siguientes, el recuerdo de Masferrer oculta los eventos de enero, en vez de volverse emblema personal de la tragedia colectiva.

Un recuadro intermedio entre ambos comentarios transcribe «La hora de los maestros» de Salvador Cañas, que anticipa la necesidad de la actividad cultural para solventar lo conflictos sociales, así como la sección final transcribe un discurso del director de la Biblioteca Nacional, Julio César Escobar. Mientras Cañas anticipa la necesidad de vincular la acción de «los maestros» y «hombres de letras» a la «consciencia» política para evitar la «zozobra» social, Escobar forja el término de «política de la cultura», al vincular a los intelectuales salvadoreños de mayor renombre con el gobierno.

De las omisiones de Toruño, también cabe destacar la prohibición de ciertas danzas tradicionales —«Moros y cristianos»; «La bajada de San Juan»— en las comunidades indígenas, las cuales se perciben como alegoría del conflicto armado. Fuera del recinto literario urbano —sin interés para las CCSS— su trama guerrera exhibe la revolución sinódica de la violencia (neo)colonial, inscrita en el cuerpo de los danzantes (Adolfo Herrera Vega, «Expresión literaria de nuestra vieja raza», 1961 y María de Baratta, «Cuzcatlán típico», 1951-1952).  Antes de traducirse en escritura alfabética, la historia es tatuaje corporal en un mundo vivo.

De esta manera, el presente ensayo enfoca su contribución en comentar el cuarto rubro sobresaliente de los cuatro acontecimientos claves para entender los sucesos de 1932 en su amplitud, a saber:

1. Golpe de Estado de Maximiliano Hernández Martínez (diciembre de 1931), con apoyo intelectual: Alberto Masferrer, en nombre del anti-imperialismo («Contra el expresidente Araujo», "Diario Latino", 10 de diciembre de 1931, «tan pronto como el Departamento de Estado envíe marinos americanos don Arturo Araujo volverá a El Salvador»), «Cypactly» (8 de diciembre de 1931, «se restablece el imperio de las leyes y la tranquilidad en el país»), «Repertorio Americano» (Juan del Camino, «Si El Salvador capitula...Urge ya el ejemplo viril. Ya no queremos más el tutelaje yanqui»,  diciembre de 1931, quien en enero de 1932 es de los primeros centroamericanos a denunciar la matanza), Vicente Sáenz, «Rompiendo cadenas» (1933, «cohesión de los salvadoreños frente al imperialismo»).   Se resalta el carácter anti-imperialista del apoyo intelectual al golpe de estado, y la falta de reconocimiento del gobierno estadounidense. (véase: Roberto Turcios, «publicaciones comunistas...saludan el golpe»,  Academia Salvadoreña de la Historia, 27 de enero de 2022).

2. Revuelta indígena sin apoyo intelectual del indigenismo, ni episteme náhuat hasta 2022. Si existen razones para creer que «desde hacía tiempo se venía preparando el levantamiento», se ignora la negligencia y la falta de apoyo de esa organización en los círculos intelectuales indigenistas (Segundo Montes, «El compadrazgo», 1979: 180).  Las CCSS y los estudios culturales inventan la paradoja de hablar de levantamientos indígenas sin lengua indígena (zoon logos ejon), esto es, sin manifiestos en lengua materna ni coloquial desde Anastasio Aquino (1833) hasta 1932.

3. Masacre en el silencio —salvo quizás el «Repertorio Americano» (Juan del Camino)— al igual que Misas en honor al ejército («El Día», 25 de febrero y «Diario Latino», 29 de febrero de 1932), que demuestran el lapso entre los hechos sangrientos, la consciencia de la matanza y la conmemoración tardía. Es necesario ocultar toda responsabilidad colectiva, para crear la imagen nefasta de un chivo expiatorio único.  Ya se mencionó cómo en la esfera literaria la. conmemoración de una figura ilustra —Masferrer, por ejemplo— tiende a reemplazar la tragedia colectiva. La poética le aplica una ley lingüística elemental a la política: el representante, la palabra, sustituye al representado, los hechos o los objetos.

4. «Política de la cultura» (Julio César Escobar, «Boletín de la Biblioteca Nacional», abril de 1932, véanse, sección I y V, así como Toruño). Escobar documenta la participación intelectual en las editoriales del estado, a la vez que plantea el derecho del agente histórico a nombrar su experiencia social y personal, es decir, hablar de «política de la cultura» al fomentar la consolidación de un canon artístico nacional. La sección V reproduce este documento ya que desglosa la amplia red intelectual —Presidente-Biblioteca Nacional-Ateneo-Salarrrué (epítome del intelectual)-Amigos sin nombre— que, con un ideal pacifista y cultural, responde a solventar la crisis social.  En 2022, esta colaboración diseña una tajante división entre una antigua dictadura ––al publicar a sus presuntos enemigos— y las democracias que no actúan de manera similar.

I. Las "actividades literarias" según Toruño

Toruño ofrece la descripción más amplia de esas actividades culturales, a las cuales se añadirían las artes plásticas, fílmicas, publicidad, etc.  Cita unos diecinueve (19) revistas o periódicos, unas cinco/seis (5-6) libros o novelas y otras tantas obras de teatro, que definen un mínimo necesario para entender cómo la intelligentsia testimonia de la historia que sus conciudadanos viven en carne propia. Las revistas comprueban cómo a la censura de prensa de la historia social le corresponde la apertura literaria que favorece la edición —incluso estatal— de los escritores canonizados.  Los libros destacan la labor historiográfica de la independencia y del siglo XIX, al igual que la presencia de un Sandino nacionalista —pre-sandinista, sin censura— y la sexualidad inter-racial hecha fantasía, mientras el teatro expresa un giro indigenista.

El reporte de Toruño verifica la distancia medular que existe entre la esfera literaria y la acción política de la revuelta. La poética —la historiografía— y la historia social circulan por vías paralelas que ignoran el diálogo. Por ello, no sorprende que su reseña descriptiva —y la mayoría de los escritos citados, sino todos— adrede los excluyan las investigaciones actuales de mayor prestigio.  Al hablar de reconstruir el hecho social total, siempre se eliminan los archivos que no ilustran la tesis central bajo análisis. Por esta totalidad selectiva, «las actividades culturales del año de 1932» resultan secundarias e inútiles para comprender el panorama que la historia científica llama el 32.  La historia intelectual de ese año clave no ofrece el más mínimo indicio sobre el movimiento indígena que surge a su lado, salvo en la exigencia de promover una identidad literaria nacional para solventar los conflictos sociales. Por tal veredicto, se tacha ese archivo de toda consideración actual, ya que de rescatarlo se admitiría el enlace estrecho entre el intelectual y el estado.

En efecto, pese a que Toruño critica la publicación de la revista «Cypactly» por su «poca significación literaria», en la edición del 28 de febrero de 1932, «La hora de los maestros» de Salvador Cañas destaca el «ejército de maestros» y de los «hombres de letras», quienes formarán «la conciencia del pueblo salvadoreño». La educación la concibe como mecanismo para solventar los conflictos sociales «en estas horas de zozobra, de dolor y perplejidad». Al presuponer que la conciencia popular proviene de «las autoridades escolares», Cañas cree que «el problema (que) es de cultura» solventará «este momento grave», gracias a un compromiso entre la intelligensia y el estado, es decir, por medio de la educación oficial. Así, anticipa la publicación del «Boletín de la Biblioteca Nacional» (abril de 1932) y el doble centenario de Goethe y del Padre Delgado, en el cual colaboran literatos hoy consagrados como fundamento de la identidad nacional: Salarrué, Francisco Gavidia, etc. («los ungidos, las almas luminosas» según «Cypactly», 20 de marzo de 1932 y el elogio de «Alberto Guerra Trigueros» por su dirección de «Patria» y «Vivir», según L. Ovidio Rodríguez el 15 de abril).  Gracias al estado, el intelectual se vincula al pueblo de manera permanente, según un concepto de «cultura» que emana de «las autoridades escolares superiores» —«los maestros» y «los hombres de letras»—hacia «el pueblo».  Las «huellas de la identidad» —las llama Cañas— descienden de «la élite» que, entre la «bohemia» y el «trabajo», «vive así» como «Toño Salazar» («Boletín de la Biblioteca Nacional», 1 de septiembre de 1932).

Cañas alienta a forjar una nueva identidad nacional que aún se celebra, a igual derecho que la conmemoración de la matanza de enero.  Por esta unión de los opuestos, el presente integra los contrarios en un solo gesto de acusación contra lo militar y de defensa de su cultura. En 2022, la conmemoración en recuerdo —el réquiem por los caídos— la corona la celebración artística de la propuesta estatal de una «política de la cultura» (nótese que «El testamento espiritual de Mussolini» aparece en el mismo número de «Cypactly», quizás por simple coincidencia). Para rematar, no extraña que el testimonio de Julio Fausto Fernández quede en el olvido, ya que certifica lo hoy inefable: discutir abiertamente de política, mientras corría el año 1932 en Santa Ana el grupo «Rumbo» integrado por Pedro Geoffroy Rivas, Guillermo Castellanos...publicaba su propio semanario...apareció...la figura larga y flaca de Hugo Lindo...de «El Convólvulo» y por él supe de «Chema Méndez» al «hablar de serias cuestiones sociales y políticas», sin censura («Prólogo» a «Espejo del tiempo» (1974: IV) de José María Méndez).

RECUADRO

 La hora de los maestros

Salvador Cañas

Cypactly, Revista de Variedades, 28 de febrero de 1932.

Hemos visto publicado en los diarios un llamamiento a los maestros, para que en estas horas de zozobra, de dolor y perplejidad, emprendan la obra de salvación nacional.

Los maestros y nadie más que los maestros, deben formar la consciencia del pueblo salvadoreño.

Agreguemos a ellos los hombres de letras, porque éstos también tienen responsabilidades morales, sociales y políticas.   Los maestros y los hombres de letras son los encargados de orientarlo.  Porque a uno —los maestros— ya no los consideramos ni los queremos como simples dadores y tomadores de lecciones.  Esta clase de maestros debe desaparecer y abrir campo a los que son actualizados, es decir, a los que conocen las urgencias de cualquier género que sea, de la vida presente. De colocarse al margen, glaciales. y obstaculizantes, o rezagarse por incapaces y pusilánimes, contribuyen, sin sospecharlo, a la muerte de las mejores ansias de todo un pueblo.  Ya es perogrullada exponer que el avance de un país, incuestionablemente, se debe al ejército de maestros que hacen cultura.  Lo que en estos momentos lamentamos todos, tiene su origen en la falta de los forjadores de conciencia, de. gramática, de geografía, descuidando, lamentablemente, los aspectos vitales.  Los maestros no abren los ojos de las generaciones que deben hacer cambiar la fisonomía social, económica, educativa, política y artística de nuestro país.  Sin relegar la docencia, pueden contribuir a la solución de problemas de necesidad inaplazable.  No pensamos tampoco que a estas generaciones se les debe dar esa schinola de politiquismo como muy bien la llama. el inquieto chapín Adolfo Orozco Posadas, a esa maña de hacer política porque sí,  sin contar con ideales definidos, ni con la hombría suficiente.  Los maestros darán cultura que sintetice humanidad y comprensión, desde luego, porque son el resultado de fuerzas orgánicas y sociales incontenibles, pero sin las. consecuencias y repercusiones dolorosísimas.

Entre nosotros el problema es de cultura.  El día que la tengamos habrá conciencia.  Conciencia que signifique cumplimiento de los deberes y reclamo de derechos, respeto bien entendido y no servilismo y esclavitud, amor a una vida sencilla y de trabajo, de consideración mutua y de obligaciones justamente compartidas y cumplidas, de conocimiento de las necesidades y aspiraciones del país, conforme a las exigencias de la hora actual.

Para esta labor debe haber un núcleo de maestros capaces, no sólo por su acervo pedagógico, sino por la visión clara de las cosas.  Las autoridades escolares superiores y la sociedad, en vista de los acontecimientos trágicos del minuto, se convencerán de la urgencia de preparar maestros en el sentido puro y actuante de la palabra.  Porque, repetimos, el problema es de cultura.

Como trabajarán los maestros después de los hechos que los han movido a agruparse y a formar un solo frente con actitud nueva.  ¿De qué manera tratarán los mil asuntos complejos surgido en este momento grave?  Deben estar informados ampliamente y penetrados de la trascendencia de su misión.  Queda una obra seria, enorme, de responsabilidades limitadas: hacer conciencia.  Que no se trata de adormecer al pueblo.  Esto sería engañarse y fatalmente.

Los hombres de letras, como los maestros, también, tienen su función importantísima en esta hora.  Estos deben contribuir a hacer conciencia.  Sobre todo el periodista dejará a un lado el charlatanismo y el sensacionalismo absurdos, y emprenderá una campaña de orientación cultural.  Si quiere de verdad servir a los intereses de la colectividad que hoy lo lee y paga.

 

II. «La liberación de sí» en Salarrué

El segundo texto —borrado también— testimonia el recibimiento honorable con el cual el gobierno central acoge a un buen número de intelectuales salvadoreños, pertenecientes al Ateneo, al periódico «Patria», al Grupo Masferrer, etc.  No importa que hoy se consideren en oposición radical o moderada a Maximiliano Hernández Martínez.  Interesa recalcar que, en ese mismo año de 1932, «la Banda de los Supremos Poderes» los recibe con beneplácito en la Universidad Nacional (véase ilustración). No en vano, para el primer período del martinato (1931-1934), el pacifismo radical de Alberto Guerra Trigueros declara «tenemos del general Martínez el más elevado concepto moral» («Sentando precedente» (1934), «Poesía versus poesía», 1998: 41-42; véanse sus poemas en el «Boletín de la Biblioteca Nacional», 1932 sin correlación al 32).

Ya la lectura imaginará que un evento similar ocurrirá en este año de 2022, cuando el presidente Nayib Bukele reciba a los periodistas de «El Faro» y a otros diarios de oposición, con música marcial en los recintos oficiales. Acompañada de la edición estatal de sus trabajos, esta honorable recepción ofrecerá la premisa necesaria para que sus enemigos redoblen la acusación. Quizás. Igualmente dirán si la Asamblea Legislativa no asume las publicaciones de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas —luego del interrogatorio de su rector— no cumple las cualidades de tiranía. De manera más drástica, la diseminación de la obra artística enemiga la confirmarían las editoriales y revistas estatales que, en Nicaragua, demostrarán la verdadera dictadura de Daniel Ortega. Mientras no reciba a Sergio Ramírez, Gioconda Belli, et. al., con la misma pompa con la cual el gobierno salvadoreño a Francisco Gavidia, Salarrué, etc, en 1932, su calidad autoritaria queda en duda. No otro es el veredicto de la historia literaria salvadoreña. La dictadura más férrea abre las puertas al enemigo; la democracia las cierra.

Quizás, sólo entonces —si el futuro no quema esos archivos por hablar de «una política nueva. La política de la cultura»— «el excelentísimo señor presidente...que se esfuerza por la cultura salvadoreña» se asociará de nuevo al «espíritu dilecto» de sus oponentes.  En verdad, el periodismo crítico a su labor está «llamado a levantar el estandarte de los intelectuales salvadoreños» en la esfera oficial (Julio C. Escobar, «Discurso del Director de la Biblioteca Nacional leído el 12 de noviembre al inaugurarse la Exposición de Libros», «Boletín de la Biblioteca Nacional», noviembre de 1933 (sección V); a notar que Escobar publica la segunda edición de «El Cristo Negro» (1936), con prólogo en el olvido, véase: «San Uraco (des)colonizador»).  Tal es el vaticinio que la memoria histórica le depara al presente al negar los archivos nacionales, entre ellos destaca la negación de la negritud y la misceginación que se interpretan como «fantasía» en «Remotando el Uluán» de Salarrué, o como «superstición» en «el nahualismo negro... el indio negro» («Chingaliza» de J. Rufino Paz, «Cypactly», 15 de abril).

No existirá una «política de la cultura» —denegada a todo régimen contrario, sin derecho de habla— antes de esa colaboración de los oponentes con la oficialidad en turno. Escobar confirma cómo la red de intelectuales se extiende del gobierno hacia el Ateneo y hacia acatar las recomendaciones de sus «amigos» y presuntos. oponentes, tal cual Salarrué. Esta amplia red de intelectuales la confirma Manuel Quijano Hernández quien —durante su cargo de Secretario General de la Universidad Nacional— recibe a las autoridades del estado, al igual que a los intelectuales que conmemoran el Centenario de Goethe y del Padre Delgado.

La negativa historiográfica del presente no sólo elimina los archivos nacionales. incómodos a su apropiación del pasado.  También, sin derecho a la palabra, les atribuye los veredictos de los agentes históricos difuntos a sus enemigos contemporáneos, sin dar la cara en un debate abierto (véase: Ricardo Roque Baldovinos, «La rebelión de los sentidos», 2021: 30).  Por ello, la afirmación de Baldovinos «es exagerado hablar de verdaderas políticas culturales» traduce «es necesario censurar la documentación primaria que forja ese término en 1933».  En democracia, exigir que todo libro incluya un «contra-libro» se considera una ficción borgeana. De validar la confluencia de los opuestos en una misma editorial, este propósito sólo lo promueve la dictadura, según lo comprueban los archivos incluidos en este trabajo.

II. I. Revuelta y mujer sin voz

De nuevo, el contenido poético introspectivo de Salarrué aísla la esfera literaria de la acción política revolucionaria e indígena de ese mismo año, aún si la relaciona a la apertura poética estatal.  La liberación individual en momento alguno da cuenta de la liberación colectiva en su intento fallido y represión siguiente.  Tampoco acusar a los «comunistas» de «pedigüeños» y de «degollar» en nombre de la «justicia» se interpretaría como denuncia previa de la matanza ni rechazo de la política gubernamental («Mi respuesta a los patriotas»).  Acaso esta denuncia se aplica al Socorro rojo Internacional, al Partido Comunista Salvadoreño —incluido Miguel Mármol— y, sin duda, a los indígenas sublevados.

Ni siquiera «el indio contemplativo» organiza la revuelta que traiciona los principios pacifistas de Hoisil, Higinio Naba (2 de noviembre de 1931), contra «el levantamiento de venganza» («Balsamera», 1935).  Incluso la publicación «Obras escogidas» (1969-1970) acalla toda mención al 32, al testimoniar la distancia entre el hecho histórico y la consciencia literaria actual, bastante tardía.  Se insiste que este mismo desdén juzga innecesario referir la mito-poética náhuat la cual se halla ausente de toda explicación sociopolítica, desde el siglo XIX hasta 1932.  No hay manifiestos en idiomas indígenas de las revueltas indígenas, como si el castellano fuese la única lengua capaz de calcar la realidad nacional (véase: Carlos Gregorio López Bernal, «Historiografía y movimientos sociales en El Salvador (1811-1932)» (2013), quien confirma la inexistencia de manifiestos en idioma indígena para los movimientos sociales indígenas).

***

Menos aún, sin derecho a voto —ni mención en «las actividades literarias» de los «hombres luz» (Salarrué) u «hombres de letras» (Toruño)— «la mujer soñadora» recibe una alusión honorable, fuera de su encierro doméstico apolítico.  Al recitar la diferencia entre «la patria de la política» y «el terruño...querencia...soñador» —sin citar a su autor original, José Ingenieros («Las fuerzas morales», 1918, capítulo 12)— la lectura acostumbrada evade comentar la distancia entre el activismo político indígena y la literatura de 1932, así como oscurece la remisión de la mujer al hogar.  Toruño y Salarrué acallan toda «actividad literaria» femenina en su celebración o en su discrepancia con la labor política masculina de sus contemporáneos.  Más explícito resulta la propuesta viril de Salvador Cañas quien —en «La hora de los maestros» («Cypactly», 28 de febrero de 1932)— vincula la necesidad de «contar con ideales definidos» a «la hombría suficiente» para llevarlos a la práctica (nótese que en el elogio a Toño Salazar, Cañas no menciona a la mujer como colega, sino ella representa «la fugacidad de mujer histérica» y «mujer bonita»).   La presentación de la pieza teatral «Candidato» de José María Peralta Lagos confirma esta exclusión femenina al silenciar la voz de Prudencia Ayala, ausente de casi todas las historiografías literarias antes de finales del siglo XX, incluida la generación comprometida.

Actualmente, el debate homo-erótico por aclarar la relación política entre figuras sociales de renombre —Salarrué y Martínez, por ejemplo— insiste en anular toda presencia femenina, a la vez que elude un encuentro frontal con el enemigo disidente a quien no le concede el derecho de respuesta (Miguel Huezo Mixco, «La resistencia sutil de Salarrué», 2022).  Por esta razón, la entrada de una «mujer negra desnuda» al dormitorio del héroe blanco —su corolario sexual— se juzga simple fantasía, ya que transgrede dos temáticas censuradas («Remotando el Uluán», 1932).  A la presencia de una afrodescendiente en la esfera literaria nacional, se agrega la necesidad de reconocer la existencia de un cuerpo femenino sexuado, sin el cual espíritu ario viril no alcanza su cima espiritual, esto es, «la liberación de sí» en Salarrué.  Hasta 2022, la ausencia de una antología sobre las «actividades» culturales «del año 1932» culmina en la negativa por debatir con el oponente. Ante todo, el rechazo lo motiva resaltar que, a etnia diversa (Gnarda) en 1932,  la mujer existe durante toda discusión viril por monopolizar la verdad. Nadie más que Vicente Rosales y Rosales predice los estudios culturales como confrontación viril entre iguales por privatizar la poesía, bajo el símbolo de «la rosa». «Creces y te adelgazas, Rosal, por un destino/Sin mancha y sin herrumbre./Yo te veo crecer,/Y me pongo celoso porque ya mi vecino/Parado de puntillas quizá te puede ver» («Mi maestro el rosal», 1929).

La fantasía de las CCSS aplica la misma censura a otro tema tabú que —como el incesto y el acoso sexual a una menor, pederastia— lo describe según la ilusión legendaria de la «Inmaculada Concepción» («La sed de Sling Bader», 1971). En efecto, la jerarquía social masculina —de un «capitán», por ejemplo— autoriza acciones hoy calificadas de acoso sexual, pero antes las encubre el derecho de pernada, tal cual podría rastrearse en varias «actividades literarias en el año de 1932».  Esta traducción del derecho consuetudinario en acoso aún se juzga fantasía por el carácter «anfibio» del ser humano. Al estar dotado de lenguaje, siempre «vuelve capaz de transitar» del «mundo material» de los hechos hacia el «mundo espiritual» de la palabra que le otorga un sentido cultural y legal al mundo en sí.

En breve, del silencio náhuat y de la mujer, en esos documentos de 1932, los estudios culturales acallan la presencia femenina afrodescendiente y el derecho de pernada, en un debate homo-erótico sin atributo de respuesta para el enemigo actual.  Si la UCA le reclama a Bukele evadir «la crítica racional» (EDH, 5 de febrero de 2021), ¡cuánto más triste resulta que esta falta de argumentos la repitan las CCSS!  En nombre del rédito político presente, la memoria histórica elimina múltiples archivos nacionales y rechaza toda discusión que los restituya, ya que son «inservibles».  Sin embargo, por una leve con-fusión entre la ciencia y la conciencia, el debate académico abierto imita al político, el cual sólo sucede cuándo «su majestad escoja».  Esta entidad real (real and royal) se otorga la razón gracias al poder que la respalda.

III.  Salida

Sólo al rehusar el diálogo entre la historia política y la poética —la historia intelectual— los documentos transcritos deben permanecer ocultos de toda investigación actual, tal cual se reconoce hasta el 2022.  Parecería que, en vez de fomentar la consolidación de un archivo general de la nación, a la memoria histórica le atañe censurar toda documentación primaria que no se acomode a su objetivo político actual.  Anhela que de un solo gesto —la condena de la matanza y el elogio de las «actividades literarias»— el presente obtenga un doble rédito político.  Si la consciencia del pasado (1932) se aparta de los hechos políticos relevantes para el presente (el 32), esa consciencia no existe (i.e., energía atómica (hecho) ≠ uso eléctrico/militar (consciencia reciente)).  A la espera de publicar la primera edición completa de las «actividades literarias», artísticas y culturales «del año de 1932», hay que conmemorar el Centenario en un diálogo democrático, es decir, con un mínimo de dos o más versiones distintas sobre lo mismo (2=2=3+1...).

Continúa...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Lecturas Recomendadas

Revista que combina el método periodístico con las herramientas de las ciencias sociales. Entendemos que todo pasado es presente: contar los hechos a partir de la actualidad es mutilar la realidad. Por eso profundizamos en nuestras historias.
QUIÉNES SOMOS
Derechos reservados 
2025
linkedin facebook pinterest youtube rss twitter instagram facebook-blank rss-blank linkedin-blank pinterest youtube twitter instagram