En una democracia no es el poder (académico) quien decide lo que se publica (del pasado (1932), para legitimarse en el presente (2022), sin derecho de respuesta al oponente). Paráfrasis de "El Faro", 8 de abril de 2022
0. Apertura intelectual en los "Torneos universitarios"
Hacia finales de 1932, la Universidad Nacional, el gobierno de El Salvador, el periódico «Patria», el Ateneo de El Salvador, la Academia de Historia y varios intelectuales conmemoran un doble centenario: el de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) y el del Presbítero José Matías Delgado (1767-1832). La iniciativa de la universidad —«la más prestigiada de la cultura salvadoreña» (Jacinto Paredes)— suelda una amplia red de intelectuales quienes acuden a ese recinto, avalados por los supremos poderes del estado. A continuación, se ofrece el índice de las ponencias y autores, así como el inciso III de este breve comentario transcribe la participación de Francisco Gavidia (1863/5-1955) en el homenaje a Delgado. Adicionalmente, la sección IV reproduce el decreto del «Diario Oficial» que ensancha la magnitud del centenario del «Prócer Delgado», en el cual no sólo participan otros intelectuales de prestigio: Miguel Ángel Espino[1], Francisco Morán, Victorino Ayala, «en representación del Poder Ejecutivo, de la Academia de Historia», y Raúl Contreras, en Madrid. También toman parte activa la «Guardia Cívica», las municipalidades y las escuelas a las cuales el gobierno difunde una religiosidad cívica nacionalista, en nombre de la independencia patria, antigua y actual.
En representación de la Academia de la Historia, junto a Ayala, Gavidia exalta el nacionalismo salvadoreño de la época, al interpretarlo como expresión divina, esto es, El Salvador (The Saviour) al pie de la letra. De esta manera, en 2022, a los noventa años de 1932, el nuevo centenario que hoy celebra la Academia debería asumir sus antiguas responsabilidades al publicar textos que la memoria histórica tiende a olvidar por razones de reciclaje político. «La democratización» del pasado se entiende como dictadura en el presente. De seguro, ayer como hoy, se insistirá, persiste «el ideal supremo» que «es la vida y la libertad...en los pueblos» (Sarbelio Navarrete). Acaso desde 1932 hasta 2022, esta utopía la realizan «los máximos prestigios intelectuales» que se dedican «al cultivo del pensamiento», porque el «país...ha gastado ya lo suficiente en educación superior» (Paredes). En esta obra de difusión pedagógica nacionalista, el «Diario Oficial» recalca «la participación activa y descollante (d)el Poder Ejecutivo de la Nación, de la Universidad Nacional» y otras «Corporaciones oficiales y particulares» (11 de noviembre de 1932). Así, la escritura de la historia aplica el «Decreto No. 39» del «Poder Legislativo» que dictamina cómo la «consagración nacional» inspira la literatura («Diario Oficial», 8 de octubre de 1932). En réplica oficial, «hoy (que) se inicia el homenaje a Goethe. Con una serie de conferencias en la Universidad Nacional», «la Banda de los Supremos Poderes» certifica con pompa el recibimiento de los varios ponentes («La República. Suplemento del Diario Oficial», 5 de diciembre de 1932).
El diálogo abierto establece una complicidad intelectual entre esos distintos grupos. No interesa que en 2022 los participantes se perciban en oposición radical o moderada al régimen. Su presencia en un mismo recinto —luego en una publicación conjunta sin censura— sirve de ejemplo magistral a la democracia actual. En 2022, habrá que buscar cuáles periódicos estatales y revistas críticas de la acción oficial les conceden un amplio espacio editorial a sus adversarios, sin cuya presencia no existe una apertura democrática completa. Por ello, los «torneos universitarios» resultan emblemáticos, ya que testimonian la manera en que una temática de la historia crítica actual —la censura de prensa del martinato en 1932 y años siguientes— en absoluto afecta a las figuras consagradas que se reúnen en el recinto universitario. «Nuestros valores intelectuales auténticos» (Adolfo Pérez Menéndez) —ayer, hoy y mañana— seguirán difundiéndose sin ningún reparo. Parecería que existe una correlación directa entre las excepciones —al aplicar la ley de censura dictatorial— y la decisión actual de nombrar a varios autores, opuestos al régimen. Es difícil entender el rescate actual de los «héroes de la pluma», sin el archivo de la publicación de sus obras consagradas en editoriales autónomas y del estatales.
Los participantes —sólo hombres, por supuesto— destacan el valor espiritual del encuentro. Como lo cita Jacinto Paredes al inicio, «en esta hora americana de profundas renovaciones...las almas de los jóvenes deben ser movidas por verdaderas fuerzas espirituales». No en vano, lo secunda Sarbelio Navarrete, «el ideal supremo de la vida y de la libertad...son una conquista» de la «inteligencia del hombre». Otro participante, refrenda la importancia del evento, ya que «los conglomerados hispanoamericanos no pueden clasificarse entre los núcleos productores de cultura» (Pérez Menéndez). En nombre de la «Asociación General de Estudiantes Universitarios», Miguel Ángel Peña Valle confirma que Delgado «es un estandarte, un ejemplo espiritual» quien «luchó contra una tiranía política» que, en 1932, ya no existe en el imaginario poético de ningún ponente.[3] Triunfante, sólo persiste «el hombre interior...como causa y efecto de la vida» (Salarrué), cuyo «silencio» ya «no cabe en estas aulas donde las verdades» se enuncian gracias a que «el hombre y el pensamiento son libres» (Paredes).[4] En 1932, ninguno de los ponentes menciona la falta de una autonomía universitaria —«en un país eminentemente universitario como el nuestro» (Paredes)— ni mucho menos, existe la consciencia crítica de los eventos del mes de enero.[5]
Esta percepción del mundo, Navarrete la fundamenta en la filosofía de José Ortega y Gasset quien —«pidiendo un Goethe desde adentro»— exige un «El Salvador interno» antes que sociopolítico y externo. Por esta proyección espiritual, el país logrará alcanzar «lo alto de las esferas cósmicas» gracias a la contribución de los «espíritus ávidos e inquietos» (Paredes). En este ideario utópico, el doble centenario viene a llenar un vacío el cual trasciende los problemas sociales que afectan al país. «El mayor y más funesto mal que sufren, que padecen nuestras democracias es la falta de una renovación ideológica constante» (Pérez Menéndez). El ideal universitario consiste en «desarrollar...una labor de higiene mental», por la enseñanza de «los más grandes representantes intelectuales» hacia «las capas inferiores de la sociedad» (Pérez Menéndez). Tal cual lo certifica el «Diario Oficial» (véase sección IV), el centenario difunde una religión cívica en virtud de los rituales conmemorativos y de la historia escrita por los «héroes de la pluma».[6] Un año después, 1933, «los cursos militares de extensión» reconocen la correlación directa entre la «conciencia» de «el hogar, la tierra, los hechos sobresalientes de la Historia» y el «culto de la Patria» («La República. Suplemento del Diario Oficial», 26 de abril de 1933). La historia inculca el amor por el terruño.
En 1932, «el triunfo de la cultura sobre lo espontáneo» se encarga de solventar ese vacío pedagógico, gracias también a la influencia de José Ortega y Gasset, José Enrique Rodó, Miguel de Unamuno, y otros filósofos célebres citados en los ensayos. De aplicarles de manera estricta la noción —irrefutable, dicen— de censura dictatorial, la obra de varios autores quedaría truncada, sin ninguna difusión en las editoriales del estado y en las independientes. En 2022, ese legado literario sería tan desconocido e inédito como la obra de Gilberto González y Contreras (1904-1952), a quien el martinato condena como primer crítico del régimen, al denunciar la masacre de enero de 1932 (1934). Parece que no hay memoria histórica —historiografía salvadoreña— sin los archivos estatales que, en paradoja, se denuncian y rescatan para legitimar el presente.[7]
I. El Presbítero José Matías Delgado según Francisco Gavidia
En cuanto a Francisco Gavidia se refiere, el homenaje que le rinde a José Matías Delgado reclama su pertenencia a la Academia de la Historia. En esta insigne institución percibe el rescate de la historiografía nacional la cual, desde «1914», persiste en establecer una idea de «renovación» de la historia en 1932. Gavidia invoca los ejemplos de Rafael Víctor Castro,[8] hoy desconocido, y del guatemalteco Manuel Valladares (1869-1927). Esta nueva transformación testimonia su disparidad intelectual con el presente. La temática central que hoy se reconstituye desde la distancia temporal —la revuelta y la matanza de enero— permanecen en el silencio de ese renuevo nacionalista y espiritual de la historia. Por esta innovación, junto a Pérez Menéndez, Gavidia desglosa la idea de un «progreso» que culmina en la «democratización» del mismo estado que en 2022 se llama dictadura militar. Este cambio de percepción de los mismos hechos históricos aún no recibe un amplio comentario.
No en vano, el primer interlocutor u oyente de su exposición magistral es el «Señor Presidente de la República». La ponencia analiza dos temáticas claves, a saber: el pueblo como actor de su propia historia y la aplicación de este postulado al nacionalismo salvadoreño. Si Gavidia propone sustituir los próceres por el pueblo mismo, no se dispensa de resaltar la actividad política de Manuel Aguilar y de Delgado como «próceres» iluminados por «un rayo divino». A ellos los llama los «protoindependientes» quienes, durante «quince años», hasta la «gran constituyente» de «1824», guían al país hacia su liberación definitiva.
En esta propuesta de reemplazar a los dignatarios por el pueblo en sí, Gavidia subraya la acción divina. El principio supremo —«expresado por el concepto de Dios»— dirige la historia nacional hacia su ideal de libertad. Luego de indagar los múltiples nombres que recibe ese Ente Sublime —«Yum», «Jehoed», «Allah-al-Allah», «Theo», «Teot», «Eón» e incluso «Rithmo» poético— advierte que las ciencias naturales, en específico la física, expresan esta noción en términos más actuales y fidedignos. Así, el examen de la religión comparada —la de un principio motor único de la historia— desemboca en el concepto contemporáneo de «Espacio-Tiempo-Cantidad (Energía)» o, en términos lingüísticos, Yo (Prócer/Pueblo)-Aquí-Ahora. Acertadamente, esta confluencia de la teología hacia las ciencias sociales distingue la temporalidad de la disciplina de la historia. El tiempo y la historia no se identifican sino, a lo sumo, exhiben dos esferas autónomas que se interseptan. De lo contrario, en su misión profética, la Academia de la Historia representaría a Dios en la Tierra —«Numen, Cantidad, Número, Fuerza»— transcribiendo su «destello» en la escritura que del pasado o del pretérito realizan sus miembros en el presente. En efecto, si esa encarnación la prefigura el Padre Delgado, según el precepto bíblico que Gavidia le aplica al país, de 1932 a 2022, falta averiguar quien(es) se atribuye(n) ese nuevo profetismo para legitimar su agenda política y cultural. Sólo el resplandor racional de Eón explica la manera en que «es escogido el menor de los pueblos de América».
El anhelo gavidiano consiste en racionalizar la antigua idea de la Divinidad Suprema única. Sin especie, género ni partición, su Presencia determina en última instancia el transcurso de la historia salvadoreña. A ese proyecto pueden atribuírsele distintas filiaciones filosóficas como la hegeliana o la indígena sin lengua indígena (véase: «Francisco Gavidia, el artificio del indigenismo en pintura»). Sin embargo, en 1932, predomina un breve estudio de las religiones comparadas por el término que nombra a «Dios». En un estricto monoteísmo, esta Fuerza única dirige la historia humana desde la antigüedad. En emblema bíblico, a través de un «prócer»- profeta, el pueblo salvadoreño prometido recibe su Luz para lograr la liberación nacional, luego de «quince años» de éxodo, contra lo colonial y monárquico.
Por esta encomienda, divina, la historia nacional define una verdadera soteriología que traduce el nombre del país literalmente: El Salvador, Sōtēria, «Salvación». Su minúsculo territorio contiene una grandeza espiritual comparable a «el José de la Biblia y.…el David de aquel Goliatt de la Monarquía Americana y el Imperio de Iturbide», hasta dirigir «la gran constituyente». Gavidia propone una lectura bíblica, religiosa de la «identidad» nacional salvadoreña. Si la república la crea «la época de los protoindependentistas» que culmina en «1824», la recrea el auge «historiográfico» de 1914, en 1932, durante la conmemoración del doble centenario, la escucha del texto gavidiano incita a la «renovación» de ese contrato social nacionalista.
[1]. en el Servicio Diplomático, «Diario Oficial», 21 de septiembre de 1932.
[2]. El 4 de octubre de 1932, «el Poder Ejecutivo acuerda: nombrar médico del Manicomio Central al doctor Alberto Rivas Bonilla» («Diario Oficial») y examinador médico del «Asilo Sara» (9 de enero de 1933).
[3]. para la presencia de Julio Fausto Fernández en esta sociedad, véase: «La República. Suplemento del Diario Oficial», 17 de mayo de 1933, quien asiste al «Segundo Congreso Ibero-Americano», «en San José, Costa Rica», con el beneplácito de la «Subsecretaría de Instrucción Pública», para «dar a conocer la producción intelectual de nuestro país».
[4]. queda por averiguar la correlación entre la nueva «ley de imprenta» («La República. Suplemento del Diario Oficial», 1-4 y 8 de abril de 1933, la idea de «reforzar...las bibliotecas regimentales» (19 de abril de 1933) y la primera edición de «Cuentos de barro» sin censura, ilustrada por José mejía Vides quien presta servicios a la patria.
[5]. véase: «La universidad, su autonomía y su responsabilidad», «La República. Suplemento del Diario Oficial», 11 de mayo de 1933, «el Supremo Gobierno al conceder autonomía».
[6]. véase «Diario Oficial», 23 de septiembre de 1932, dentro de la «Comisión Bibliográfica» hacen parte «doctor Francisco Gavidia, don Óscar Lindo», así como en la «Escuela Normal de Maestras», «José Mejía Vides, Miguel Ortiz Villacorta, Alfredo Cáceres» integran los «Jurados Examinadores», 27 de septiembre de 1932; a Cáceres «la Secretaría de Fomento» le paga «valor de un recibo por la pintura» (2 de marzo de 1932). Para «la escuela Nacional de Bellas Artes...a cargo de don Miguel Ortiz Villacorta», cuyo «éxito fue grande y satisfactorio», así como para la «Escuela Nacional de Ates Escénicas», que también obtiene «gran éxito en sus (nueve) representaciones» de «Alberto Rivas Bonilla, José Llerena, Juan Ulloa y Roberto Suárez Fiallos», véase el 22 de febrero de 1932.
[7]. véase la ponencia de Paredes que alude a quienes «rehusaron la invitación con glacial e inoportuna indiferencia» y, por tanto, permanecen fuera de toda historiografía, al juzgar «la invitación extemporánea»; ídem Pérez Menéndez, «no ha tomado participación muchos de nuestros valores intelectuales auténticos» que la historia nacional condena al olvido por no colaborar con el régimen del martinato.
[8]. véase: «Homenaje fúnebre al Dr. Rafael Víctor Castro, el 6 de septiembre de 1932».