Amor… Las enormes garras recorriendo nuestra carne de mujer. Y los enjambres fugaces del espíritu sobre la continuidad de las aguas… Rosario Castellanos
Abstract
0. Desafío y Desconfío
I. Del hecho a la palabra, 1932
II. Po-Ética viril de la violencia de género
III. Historia vs. Po-Ética
IV. Colofón
Abstract: while it is said that the English word "challenge" implies an "accusation" the Spanish term "desafiar (defy)" invokes a "renouncement from an allegiance", by a lost of faith in traditional perspectives on national identity. This defiance reveals the historiographic lack of "ethics" on "gender violence". Despite a "long durée" of archives testifying its aggressive misbehavior, historiography tends to qualify those documents as "fiction" and "fantasy". In a drastic reversal, the essay develops a poetic approach which reveals how "gender violence" offers one of the main topics of a male oriented literary canon. Before coining "sexual harassment" as a legal term, "the right to stay/droit du seigneur (derecho de pernada)" relates male political rule to a legitimate exercise of power, as well as to becoming a real man by violence. This poetic approach derives from the double meaning encompassed in the Spanish term "Po-Ética" which contains an ethical perspective on transforming real facts into words: the historical tabu of the human sexual body.
0. Desafío y Desconfío
Hoy que "los periodistas" asumen el "desafío" ante "la ética y la violencia de género" (https://www.disruptiva.media/desafios-para-los-periodistas-frente-a-la-etica-y-la-violencia-de-genero/), es necesario reflexionar sobre la larga dimensión de ese fenómeno. Literalmente, el "reto" ya no consideraría ese agravio una constante degradación fuera de lo legal, ni un hecho impune que se mantiene en el silencio. En cambio, el des-A-Fío se analiza en un trío nocional que de la "inversión del acto" (des-) de acercarse "a dar fe", desemboca hacia una esfera hoy juzgada autónoma. Rara vez se reflexiona que el dominio de la fe —visto como religioso exclusivo— extiende sus ramales hacia lo político económico, en cimiento de lo social, y hacia la con-fianza de la cooperación. El olvido de los enlaces que vincula el "vocabulario institucional" imagina esferas autónomas, pese a los nexos que las reúnen.
Por lo contrario, un breve examen elemental de la etimología reestablece esas conexiones conceptuales. En efecto "fiar" anuda la "fianza" a la "con-fianza" —la administración fiduciaria y el fideicomiso a la fe— de igual manera que el credo sujeta el crédito bancario. En esta (con)fusión de esferas nocionales ya no hay una autonomía radical de la economía política con la religión. Los dos ámbitos se entrelazan desde una fuente de origen hasta bifurcarse en afluentes que hoy no se perciben unidos.
Sin embargo, ese enlace indisoluble vuelca todo verdadero desafío hacia la pérdida (des-) de la fe en un sistema de pensamiento tradicional. Al negar toda "crítica cultural" de lo propio, siempre se repite el estribillo "quien no conoce la historia, está condenado a repetirla". Pero, sin cese el verso olvida que su vocación de "Funes el Memorioso" se halla siempre truncada. La interrupción de esa aptitud de memoria infinita desdeña su opuesto complementario que le limita el poderío absoluto. Así, la poética documenta la historia cuyos hechos tabúes los remite a la historiografía fantástica.
A comentar esa larga dimensión literaria —hechos en palabra y letra— se dedican las siguientes líneas. Desarrollan esa temática de la "violencia de género" que la censura desconoce adrede y, por tanto, la sociedad salvadoreña la repite a diario. La cuestión de género —arista encubierta de lo político— muestra su enlace con la adquisición y el ejercicio del poder. Por ello, se vuelve necesario indagar cómo se representa la "violencia de género" en la literatura nacional, ante todo desde la perspectiva de la masculinidad. Todo verdadero desafío presupone un desconfío profundo con las ideas imperantes que anulan esa historiografía al tildar la masculinidad violenta de fantasía. De esta manera, se entabla un vaivén entre la discusión de "las periodistas" y la larga dimensión de la violencia de género desde una perspectiva viril dominante.
I. Del hecho a la palabra, 1932
Los cambios culturales provocan que los mismos hechos (cuatro/four = 4 = IV = ….) se perciban desde perspectivas distintas (10-6). El ejemplo clásico lo exhibe Venus, que casi todos los lectores lo nombrarían un planeta del sistema solar. Empero, hace siglos en el mediterráneo sería una Diosa, así como una dualidad en el centro de México: Nextamallani matutina y Xolotl vespertino. Asimismo sucede con la homosexualidad, cuyo término peyorativo y vulgar en el país implica el polo pasivo, aun si ahora recibe un anglicismo neutro que lo unifica al activo.
De igual manera ocurre con la infracción del acoso sexual. Parcialmente lícita, hace un siglo se llama derecho de pernada. Se trata de la prerrogativa de poder que el hacendado ejerce sobre las campesinas jóvenes que viven en sus tierras. La novela regionalista clásica —Balún Canán (1957) de Rosario Castellanos y Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo— retrata esa costumbre ancestral en el campo latinoamericano. Anteriores a esas obras maestras, se escriben El oso ruso (1944) de Gustavo Alemán Bolaños y Ola roja (1948) de Francisco Machón Vilanova, obviamente inéditas e el país. La falta de técnica literaria no les resta un mérito histórico cierto, a saber: el liderazgo femenino indígena durante la revuelta de 1932 y su vínculo al derecho de pernada. Las novelas salvadoreñas describen el difícil paso conceptual del derecho de pernada masculino, el antiguo régimen colonial, al acoso sexual contra la mujer, el nuevo régimen moderno.
En efecto, en ambas novelas, la difusión del comunismo en el campo salvadoreño sucede por iniciativa de una indígena que sufre el acoso sexual de un hombre ladino, con poder político y económico. Por derecho de pernada consuetudinario, la mujer debería someterse al deseo masculino que le exige cumplir con su deber de subalterna. Sin embargo, al negarse a ofrecer su cuerpo, la única opción que se le ofrece se considera comunista. Por una doble repartición de género obvia —sexual (gender) y literario (genre)— la ficción le concede voz a la mujer, mientras la historia se concentra en asuntos socio-políticos. Hacia la época descrita, si el reclamo femenino se designa comunismo, es porque en El Salvador la mujer violada —la Chingada mexicana— no cuenta aún con una oficina legal que respalde su verdadero derecho, ante la arbitrariedad del varón supervisor.
La verdad novelesca la reitera el artículo “El comercio de la carne morena en El Salvador” (Cypactly, 592) de Alfredo Alvarado, el cual denuncia el enlace entre el abuso sexual y el poder municipal ladino en Nahuizalco. Según Alvarado, en ese pueblo se reproduce la orientalización sexual de la indígena. Nahuizalco “repite el femenino fenómeno de la inmensa China”, por “la atracción libidinosa del sexo”, debido a que “el monopolio político cayó en manos de personas ladinas”. Acaso su denuncia documental sobresalga al establecer la correlación entre la política étnica y la sexualidad en el occidente del país.
Sin embargo, por su fidelidad, el testimonio más reconocido sobre "el 32" —"Miguel Mármol" (1972) de Roque Dalton— no sólo le atribuye a Mármol un poema de su propia creación "de las mujeres mejor no hay que hablar", menos aún en su lengua materna ("Home sweet home", "El amor me cae más mal que la primavera", "En la humedad", 1994: 464). También, el poeta parece recitar ese verso del tango "Tomo y obligo" (1931) de Carlos Gardel y Manuel Romero, sin una cita directa de su proveniencia original. El testimonio "directo" se permite crear voces y silencios al libre arbitrio del transcriptor quien edita la verdad en palabras. Para la cuestión étnica, , antes del encuentro con Mármol, ya se sabe que desde la monografía "El Salvador" (1963, "orígenes del pueblo salvadoreño"), el transcriptor ya pronostica que "no existe un problema indígena específico", por lo cual se diluye en "rebeldía campesina".
Es sintomático de la cultura letrada salvadoreña que la historia científica eluda contenidos que, por tradición cultural, le delega a la poética. En la prosa que Rosario Castellanos (1972: 243) deriva del francés St. John Perse, ese reparto de disciplinas y temáticas la dictan “los oficiales del puerto”, quienes “como gente de frontera” rigen “el tránsito terrestre” y “los reglamentos del éxodo”. Por decreto teórico, “los grandes conceptos de piedra” (243) eluden “el grito de la mujeres en la noche” (258).
En corolario poético, el comunismo que por precepto cultural lo documenta la ficción —sin manifiestos náhuat— se expande gracias al quehacer de la mujer violada. “Las doncellas atadas a la base de los cables”, sin duda, “hablarán mejor que el dios”, el científico, “al que sustituyen” (Castellanos, 258). A él lo reemplazan en su “impaciencia de la palabra” (259), mientras a borbollones fluyen de “la mar” como “madres solteras” (244). Salvo en un mundo utópico —aún por construir— siempre habrá temas “hollados a las puertas de la ciudad” (248).
En breve, la cuestión de género nos enseña a recobrar las voces femeninas de 1932, las cuales casi sólo las refleja la po-Ética, pese a eludir el idioma ancestral. En desafío a la historia social, se intuiría un rubro en el silencio hasta 2023. No en vano, quienes mantienen las lenguas maternas ancestrales son las mujeres cuya voz aún permanece oculta, ya que incluso la crítica cultural se concentra en la literatura escrita en castellano, sin una consulta directa con las lenguas maternas ancestrales. Este desafío se vuelve un desconfío de todo aquel pensamiento crítico que excluya la actualidad de esas voces en la identidad nacional.
II. Po-Ética viril de la violencia de género
No menos sutiles resultan las referencias al cometido femenino que podría rastrearse en la literatura nacional, desde su acto fundacional (anti)feminista. Desde el célebre modernismo de Vicente Acosta que la acusa de “¡pobre histérica!” que “se desespera y se retuerce hambrienta” (2013: 102), al de Arturo Ambrogi que tilda el “régimen del Benemérito Libertador” de autorizar violarla (El Jetón, 14-15) —“se la pidió el cuerpo” (10) al “ministro cuelludo” (14)— el acoso sexual exhibe una temática central de la literatura nacional. Que se reclame ficción o fantasía —“ninguna mercancía tan apetecida de los hombres ricos” y poderosos (“La tristeza de Ulusú-Nasar”, O-Yarkandal, 1974: 139) — sólo atestigua que el deseo masculino ocupa un lugar prominente en un discurso desdeñado de la historia. El más explícito de los escritores se llama Ramón González Montalvo, cuyos personajes declaran: “¿y dónde habís aprendido que una mujer no quiere fuerza? Aunque sea de mentira le gusta sentirse dominada” (1960: 15). Otro clásico de la literatura prediría a quien casi siempre le corresponde la posición de prestigio y la verdad por “competencia” profesional: “ha sido leal con la revolución” y el partido (H. Lindo, El anzuelo de Dios, 1962: 177).
No en vano, la obra cumbre de Claudia Lars —El ángel y el hombre (1962), sección III.II.)— designa el encuentro amoroso con el sugestivo guerrero de “la batalla de mi cuerpo”, ya que los “trayectos corporales” prosiguen la erotomaquia griega. Y si la poeta no puede servirle a dos señores —al varón y al arte— “al entrar en el temblor de tus ramajes” (II.II.), cuando “nace el amor” (III.II.), “el centro de mi vida/se vuelve ciudadela abandonada” (II.III.). En un mundo cultural donde lo viril y la virtud se compaginan —en su rima inicial, vir-— lo femenino marca lo inferior por decreto poético (véase: Salarrué, Conjeturas en la penumbra, 1969: 546; para el viaje astral y la sexualidad espiritual, con "dos hermanas semi-desnudas" (133), léase "La llama" en "Catleya luna", 1974: 125-137. Otro desafío propone el enlace entre la trascendencia anímica viril y su apoyo en el cuerpo sexuado femenino). “Los versos que escriben las mujeres, que son el alcaloide de lo malo” (Ambrogi, “La degollación de los santos naranjos” (1901), Marginales de la vida, 1974: 119), pues la presencia femenina sólo sirve “para romper lazos de amistad y de cariño” entre los hombres (Ambrogi, “Con don Ricardo Jiménez” (1909), lugar citado: 41).
Si “el poeta es” —no una mujer— sino “un hombre”, “sincero apóstol”, intenta no recaer en “una poesía de cierto género inferior” (A. Guerra Trigueros, Poesía vs. arte (1942), 1999: 113). En el doble sentido, “el género inferior” implica una “poesía sin mensaje alguno trascendente” para el “Hombre”, al igual que “aquella otra poesía femenil y bailable; aquella blanda poesía armónica” (113), “para que bailen mujeres” (A. Guerra Trigueros, lugar citado: 114). Quien se atreva a alzar las “filas del feminismo” se considera “matador del hogar y de la vida” (J.R. Uriarte, “Prólogo” (1912), en Ambrogi, 1974: 13) , acaso transgresora de la identidad nacional como toda “estrella sin patria” (Castellanos, 247). Si hay que “libertarse”, es para trascender el “servilismo feminoide” y el “actualismo eunuco” que sólo se logra con lo masculino (A. Guerra Trigueros, lugar citado: 93-94). Quizás, puesto que la humillación viril y el arribismo varonil no se mencionan ni imaginan acciones posibles.
Hasta la “poesía” más “pura” añora “la ternura de la hembra” (118), “la fecunda hembra” (José Valdés, 1956: 129). Empero, el poeta sabe que su “carne triste no apetece” (120) ya a “la hembra indócil” (133), aun si su “lengua sabia de los Esoterismos” (175) siempre evocará el “amor de hembra”. Sólo “la dulce esposa, íntima, recatada” rescata al “varón” (171) de sus “martirios errantes” y de su tristeza profunda (202). Acaso lo “puro” invoque la sutileza en el llamado masculino de la mujer, manteniendo siempre la distinción obligatoria de los oficios —“símbolo heroico”, “bandera de la patria” (168)— entre “las madres” en su “próvida virtud” y “el brazo varonil” en el “surco” florido (anthos) (169).
Más radical, resulta la crítica anti-feminista de Manuel Andino (1892-1958). Si prosiguiendo la propuesta de la novela Roca – Celis (1908) de Manuel Delgado (véase ensayo II) contrapone el poeta al político —la cultura vs. el estado-nación— es para reiterar que ambas esferas les corresponden a “hombres que hacen de la seriedad una profesión” (Mirando vivir, 1960: 131). Tan estricto resulta el carácter de esos personajes que su ideal supremo consiste en declarar “me espera entre rosas una princesa” (113). La formación plena de la subjetividad masculina expresa el ideal de la esfera pública nacional. Por una jerarquía de género, Andino deduce un interés particular por las temáticas que le interesan a los varones y a las hembras. Si el sexo superior discute de “política, periodismo, literatura, negocios” (105), el débil se enfrasca en pláticas triviales ya que “las mujeres” están “poco seguras de su virtud”. Aunque Andino certifique que su descripción procede de una constancia natural, recurre a un hecho cultural, el corte de pelo y el vestido, para justificarlo. Forja el neologismo “desmujerizarse”(50) que expresa el temor varonil ante la moda en el vestir femenino al hurtarle al hombre las prendas exclusivas de sus prerrogativas sociales. Con mayor recelo se percibiría que la hembra asuma posiciones públicas y oficiales, reservadas al varón.
III. Historia vs. Po-Ética
En términos aristotélicos clásicos, existe una repartición cognitiva de los discursos letrados. En paráfrasis salvadoreña, la poética es a la historia, como la mujer deseada al hombre político. La primera se considera fantasía; la segunda, hecho histórico. De nuevo, se trata de una cuestión de género, en el doble sentido de la palabra castellana, literario y sexual. El nombre —ficción o fantasía, analizada en sus técnicas formales— no cambia el hecho-en-sí: violencia de género. Empero, el nombre lo vuelve hecho-para-sí de una cultura, bajo la mirada que lo reviste de palabras. Hasta el 2023, aún no existen múltiples publicaciones que desglosen la historiografía del género (gender) en el género (genre) llamado poética masculina.
Si queda en suspenso la larga dimensión de la poética —escritura del deseo masculino y su crueldad— el silencio se debe a una convención cultural. Ese imperativo categórico de la identidad representaría The Salvadoran Matrix. Lo Real lo disfraza de palabras una realidad social que excluye el cuerpo biológico sexuado de su agenda teórica sin deseo: “nuestra animalidad” sin incidencia política (H. Lindo, 1962: 130). Semejante a los aludidos al inicio —Venus, etc.— los hechos se trastocan en cultura por los nombres que reciben. Vulgares o cultos, los nombres establecen “el vocabulario” institucional de una identidad (E. Benveniste, 1969); la ficción, su imaginario y su deseo oculto. Tan oculto resulta el deseo masculino que rebrota como primavera perenne en diversas temporadas.
IV. Colofón
Hoy x hoy = 2 x 2, el pasado no pasa. Multiplicado, se vuelve presente activo en repetición perpetua. Gira en una revolución viril tan permanente como el ciclo de los astros. Quizás el acoso sexual sea un tema tabú para la crítica cultural masculina, tema ficticio. A la larga dimensión de la violencia de género, se añadiría una búsqueda de las constantes riñas —siempre "justas" en sus purgas, a veces mortíferas (RD/Marcial/Ana María = RIP)— por controlar la única verdad, la política que emana de quien gobierna. Se llame tal verdad oficial “la honra” —contra quien se empuña “la hoja puntuda con cara de vengador” (Salarrué, “La honra”, Cuentos de barro, 1933: 15 y 19)— se designe autonomía contra aquel “cuya voluntad era soberana” (Ambrogi, 14): "caballeros" ambos raptores, es decir, jinetes sin cortesía... Parecería que los hechos que no se repiten carecen de vigencia. Al cabo, no hay un verdadero des-A-Fío sin un des-Con-Fío en el enfoque tradicional que acalla la larga dimensión de "la violencia de género" en la po-Ética masculina. Ligado al poder, el desafío consiste en revelar ese enlace entre el ejercicio de la potestad política y el abuso sobre el cuerpo humano sexuado.
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Gracias,en el camino se va aprendiendo a deconstruir el lenguaje.