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Desde Comala Siempre...

La presencia de los muertos según Roque Dalton G.


Hoy en día, el ideal de restaurar el legado de Roque Dalton no solo ignora la distancia con respecto a su experiencia en un movimiento guerrillero pasado —preludio de una revolución socialista fallida—. Tampoco se considera restablecer el singular diseño de su poética —una corriente incesante, quizás surrealista— como testimonio de su vida.
Publicado en septiembre 22, 2025
Professor Emeritus. New Mexico Tech rafael.laramartinez@nmt.edu Desde Comala siempre…

Inicio «demudado»

El breve relato «Cine«» («Vida Universitaria.  Publicación del Departamento de Extensión Cultural, Universidad de El Salvador», noviembre-diciembre de 1962: 8) de Roque Dalton G., cuestiona la manera en que su legado lo reciclan los ensayos académicos, la actualidad periodística sin un arraigo en su compromiso guerrillero.  Sería difícil identificar quiénes prosiguen la secuencia cronológica de su vida, arraigada en firmes creencias hechas ciencia irrefutable: teoría marxista —> militancia en el Partido Comunista —> guerrilla —> revolución —> modo de producción socialista.  Quién sabrá si su lectura de su obra vaticine el resurgimiento de la extrema derecha en el mundo actual, opuesto a su ideario.

Tampoco se asientan en el modelo literario que reclaman suyo.  Ni la vivencia ni su expresión validan la vigencia actual de un legado.  Si la aptitud de lo político la verifica lo inexistente de toda acción armada, la esfera poética ofrece un ejemplar de escritura automática —surrealista quizás— sin un enlace sustancial con el prototipo en boga.  Ante la ausencia de un objetivo inicial, el relato carece de un hilo de Ariadna que guíe la temática desde el inicio hasta la conclusión.

En cambio, la narración prosigue una secuencia inesperada, imprevisible, cuyo torrente niega el uso de los signos de puntuación que juzga obsoletos. En verdad, desde la primera, la única oración —«sentence and prayer»— el relato prescribe cómo el dictado (Dichtung) del «deseo» subjetivo orienta el escrito, en un flujo interminable. «Aparecen las generaciones...», durante un desfile aleatorio en su secuencia temporal. La historiografía persigue las «apariciones» fantasmagóricas que Dalton G. recolecta (Logos/Tapixca) en el instante mismo de la concentración poética. En ese instante, el pasado manifiesta el presente de la memoria.

La escritura literaria de la historia establece un axioma subjetivo que la disciplina aledaña —la socio-política— descarta al exigir la objetividad. No obstante, ambas se reconcilian negando la presencia del sujeto hablante, difunto, cuya antigua presencia la oculta la traducción actual de los hechos pasados en palabras, i.e. Anastasio Aquino (1833) sin un manifiesto en su lengua materna ni en su habla coloquial (véase su cita en «Cine», a comentar). Fuera de su comarca, de su época y de su experiencia, sólo habla el arbitrio lejano de un enemigo: José Antonio Cevallos (1891). Luego, sin cita, siempre se recita su transcripción de la voz difunta —medio siglo después— para hacer creer que la voz de Aquino pervive en nosotros.

Esta prescripción poética sobre la presencia actual del agente histórico no presupone el rescate del pasado en su cosmovisión original.  Por lo contrario, aplica el postulado lingüístico del único tiempo existente: el presente en el Yo-Aquí-Ahora, o bien Espacio-Tiempo-Sujeto, San Salvador-1962-Danton G.  La convención cultural obliga a escribir de acuerdo con una cronología lineal —del pasado al presente— para legitimar un proyecto futuro siempre incierto. A menudo, la verde esperanza se marchita en hojarasca de otoño, salvo para quienes perciben lo actual como el logro de sus sueños. No extraña que la conversión de las cárceles clandestinas en hospedajes penitenciarios —las persecuciones migratorias— las guerras interminables, la censura contra la diferencia política, etc., sugieran la utopía.

Si el ideal revolucionario se arraiga en el imaginario monárquico, en el presente pervive la ilusión de establecer su proyecto político en el pasado guerrillero extinto y en su expresión sin una práctica literaria similar. Parece que toda utopía funda su constitución en axiomas opuestos y complementarios a los suyos: monarquía imaginaria —> guerrilla disuelta; socialismo —> auge de la extrema derecha.

Esta misma ilusión imagina la presencia activa del difunto. Acaso no existe un enlace indisoluble entre los hechos y las palabras. Las diversas revistas establecen normas editoriales que dictan toda publicación. Se trata de la traducción de la historia en historiografía, según el libre arbitrio del hablante. Pero, esta libertad de expresión debe someterse a las convenciones sociales de un formato, el cual adapta las acciones a la exigencia de un protocolo singular. De igual manera que la inactividad guerrillera mantiene la vigencia de su legado político —eso dicen, ante la ausencia de un nuevo modo de producción— tampoco el ejemplo poético inspira la recolección de su archivo.

Por mi parte, no pretendo afirmar la vigencia de su legado en armas, antesala de la revolución socialista, inimaginable en 2025. No sólo me sitúo en una dimensión vivencial lejana de la actividad guerrillera —desde el nacimiento (1952), hasta estos últimos quince años de quimioterapia. Hacia la cumbre corporal, la cabeza testimonia lo descabellado que brota de mi experiencia. No soy poeta, ni creo que la subjetividad literaria sustituya el saber científico en un mundo digital que disemina ese conocer individual e inmediato en las redes sociales, gracias a los lenguajes artificiales. Tampoco la poesía sustituye la tecnología que dotaría a todos los habitantes de una nación con infraestructura elemental: puentes, carreteras, viviendas con agua potable y electricidad, escuelas, etc.

En cambio, la práctica del ensayo restituye su complejo significado original, el cual oscila del tanteo y de la prueba hacia el sondeo y el análisis. En el sentido musical, ejecuta una interpretación de la partitura original, adaptada a los acordes sonoros de las cuerdas, del teclado, del viento, etc. Por su parte, la prueba experimental también exige la muestra, el archivo escondido por años. En este recinto encerrado, el estudio elabora el examen en el laboratorio y desglosa el contenido intrínseco. Obviamente, el ensayo y la interpretación se conjugan en la necesidad de fundar el resultado en la muestra o en la partitura que examina el análisis, o se representa en el escenario.  Así se reúnen la subjetividad de la interpretación teatral y la objetividad del laboratorio, otra escena más razonada.

Al rescatar el relato oculto por más de medio siglo (1962-2025), este ensayo interpretativo —interpretación ensayística— une los opuestos complementarios, en su identidad indisoluble. Mientras el sujeto piensa el objeto, la memoria reconoce el olvido que integra su unidad indisoluble, aun si niegue la presencia opaca de su consorte. En el desdén, este relato enseña que el día y la noche transcurren tal cual lo transcribe la última oración incompleta, una exclamación. «¡Ah! y la revolución» sinódica congrega los contrarios, en la madrugada y en el atardecer. Jamás se vive «día a día», sino en la palabra que escabulle la noche del olvido. En la liviandad o en la pesantez, el sueño adormece la actividad diurna de la luz. Así, la memoria olvida recolectar los frutos, sean indeseables o en límite de su pensar finito y mortal.

Los «muertos», «espectadores de» los vivos

Al referir el pretérito, el escritorio define el lugar donde los muertos supervisan la escritura de los vivos. En su presencia inicial, «la saliva...de los asesinados» remoja la consciencia de «la Escuela Militar». La víctima pervive en las pesadillas del asesino. Esta misma culpa fantasmal la difunde el propio «Salvador del Mundo» quien habla con acento vasco de «Bilbao». Pero su sacrosanta figura no protege a las jóvenes estudiantes que sufren el acoso sexual autorizado por «la política local», siempre bajo la orden masculina. La lectura sabrá si un vuelco hacia la independencia de la mujer rige la escena actual.

Sin importar las fechas, los espectros vivos del pasado acechan el jolgorio del presente. Fulgurantes aparecen Feliciano Ama y Farabundo Martí (1932 sin manifiestos en el idioma materno), al igual que José Simeón Cañas (1838). Entretanto, los recuerdos personales se entremezclan con la colecta que resucita el pretérito en fantasma. «Mi amada...desnuda» atiza el «deseo» carnal de Dalton G., a la vez que restituye su infancia perdida en el tiempo del «Colegio de las señoritas Gonzalbo». Asimismo, transitan sus contemporáneos, tal cual el historiador Jorge Lardé, Orlando Fresedo, con «su orquesta de muertos» y Camilo Minero quien enlaza el arte plástico con las funerarias, esto es, la pintura de la historia, «ataúdes verdes» en esperanza (véase la figura coronada de Aquino, bajo la firma de Minero, esto es, el retrato del pasado según el presente). Su arte es necesario puesto que a su lado —bajo el cielo azulado— ladran «los perros que orinan el amor».  Asimismo el axis mundi de «la Ceiba» transcribe el testimonio «de los fusilados» y la «propia muerte» de la flora, cuyo follaje se llama «hoja», el mismo asiento de la escritura. Así lo declaran hoy el régimen de excepción y El Espino.

Según el orden arbitrario del ensueño, las apariciones continúan sus relatos en «libros mentirosos» y en «Monumentos» que conmemoran la «Revolución de 1948», «los periódicos», y los «cuarteles» que albergan «el odio», en actos criminales hasta la fecha del escrito y aún después. Siempre regresa el espectro del «General Martínez» unto a «la hojarasca» de la sequía. A contrapeso, en el bando opuesto, quizás, describe el ambiguo arquetipo de la vigencia liberadora,«Monseñor Mario Casariego», cuya paradoja anhela el ingreso al «Partido Comunista». Es obvio que los seguidores de Dalton G. obran de manera similar al militar en las nuevas filas marxistas, excepto si validan en una literatura sin vivencia.

Las temporadas de la historia se entremezclan en la escritura, cuya única cronología son las letras y los renglones en línea interminable.  Reaparece Gerardo Barrios (1863) «horrorizado» por los frutos de su labor política, al lado de Roberto Armijo en discusión literaria estricta y los insultos contra Hugo Lindo y Ricardo Trigueros de León en sus flamantes «oficinas». Las figuras históricas brotan como la flora que proviene de «la semilla» subterránea.

Hay nombres propios vivos y cadáveres. De nuevo, el paisaje tropical sesgado declara el testimonio criminal, desde el estero de Jaltepeque hasta Panchimalco, donde la «nube» canta el legado viril de «los hoscos varones». Dicen, yo no lo sé, que hoy se disipa gracias a la mujer con autonomía absoluta sobre su propio cuerpo. Quizás.  El gran reclamo poético propone la lectura universitaria de la obra de «Lenin», censurada por establecer «la esperanza de los pobres» (no se comenta la influencia católica arraigada también en el compromiso, i.e. «Lenin como Jesucristo» en «Un libros rojo para Lenin», Managua: Editorial Nueva Nicaragua, 1986: 24). En verdad, la censuran los «hombres» carentes del espíritu viril, debido a que pierden «la próstata», pero no olvidan el «campeonato intercolegial» para erigir su retrato varonil. En ese instante, gracias a «la mano de mi amada entre la niebla», Dalton G. alucina el descenso celestial de «Anastasio Aquino» (1833) a la escucha del «concierto de Rachmaninoff» (1873-1943), quien esparce su «grito como rocío», siempre-vivo en la palabra actual.

Su proyecto por restituir las tierras ancestrales permanecería tan actual como las rondas de la «Guardia Nacional...a carcajada» abierta para conservar el orden y eliminar la violencia innecesaria. Pero su acción represiva no soluciona el problema nacional de «los cementerios polvorientos».  A diferencia de hoy, dicen que el CECOT suple la urgencia médica y la educativa.  Al menos, la encubre bajo el régimen de excepción y del silencio opositor. Ya no hay «escuela protectora» de menores en la policía, ni mendigos «vueltos» pordioseros en su oración para calmar el hambre. Sólo persiste «el izote» en «flor» tan amarga como la nación que representa, «jorobada de esperanza».

Siempre debe acallarse el canto «popular» de «los sindicatos», mientras «las mujeres» se hunden en «la prostitución», los hombre en los «bares».  Ni «las iglesias» ni los «conventos» hospedan la tortura «callejera», que vive «el juicio final cotidiano».  Una vez más, la conmemoración reitera que todos esos desmanas ya caducan bajo un nuevo estado de sitio que los desplaza hacia la diáspora sin nombre. Sólo el renombre de quienes mantienen la vigencia de la utopía en vigor encarna la excepción del habla que aún distribuye «diamantes azules». Ya se sabe que toda discrepancia merece el oprobio y esta disensión reitera la vigencia del asesinato de Dalton G.  Si la divergencia no recibe el mismo tiro de gracia, la democracia la sanciona con el silencio.

Al preguntarse quién tiene la razón sobre el pasado difunto, la respuesta resulta bastante simple. «Soy yo quien no sólo estoy vivo, sino soy el más vivo, mientras tú estás moribundo y, por tanto, no te concedo el derecho de habla».

Cine

Abstract: "The Presence of the Dead according to Roque Dalton G." describes the narrative "Cine (Movie, 1962)", written by the Salvadoran radical author.  His style is exceptional, since it consists of only one sentence, without any punctuation mark.  Dalton G. offers a subjective perspective on historiography, which recovers the Specters of the victims next to the living.  Equally, if socio-political historiography prescribes a strict chronological line —from the past to the present, and forward to the uncertain future— Dalton G. situates himself in the present from which he recollects Death in an arbitrary temporal order.  Nowadays, the ideal to restore his legacy does not only disregard the distance from his experience in a past guerrilla movement —prelude of a failed socialist revolution.  Also, currency does not consider reestablishing his poetics singular design —an incessant stream, surrealist perhaps— in testimony of his life.

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