Re-volución lingüística sinódica
Política e identidad migratoria
Abstract: It does not matter how many criticisms are written today against the bibliographical void of the National Library in downtown San Salvador, the new recreational center. No university library protects the archives of ancestral mother tongues.
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La clasificación más aceptada sobre los idiomas náhuatl y náhuat asienta su pertenencia a la familia de lenguas yuto-nahua que se extiende del estado de Utah hasta Nicaragua. Si por prestigio la familia se llama "yuto-azteca", la rama del náhuat suele denominarse "azteca general". Pero está comprobado que las variantes del náhuat son pre-mexicas, es decir, anteriores a la llegada tardía de los aztecas al altiplano central de México (1321). En verdad, la familia misma debería llamarse "yuto-nicarao" de proseguir el nombre habitual que incluye los dos linderos extremos de sus idiomas: indo-europeo. Sin detallar la distribución de esa extensa familia, este comentario se concentra en referir la división interna del "náhuatl" que engloba al "náhuat".
Se presupone que la rama "oriental" se compone de cinco divisiones cuya última fracción corresponde al náhuat salvadoreño o "pipil". Desde el inicio de su libro —a comentar en seguida— Lyle Campbell (1975-1985) refiere la diferencia entre la ciencia y la conciencia del lenguaje por el simple nombre del idioma. El nombre «"pipil (está) profundamente arraigado en la literatura científica"», mientras "na:wat" se llama en "su propia lengua". Esta doble sustitución —"azteca/náhuatl" y "pipil" por "nicarao" y "náhuat"— sella una primera reticencia al estudio de la lingüística en El Salvador. Quizás.
Náhuatl/Náhuat general (Azteca general)
En segunda evasiva profunda, aún en vigencia, el nacionalismo literario parece más cercano a las teorías desfasadas del siglo XIX que a la ciencia del lenguaje actual. Según E. G. "Squier (1852, https://quod.lib.umich.edu/m/moa/AJL4807.0001.001?view=toc)...los hablantes de nahua tendrían su origen en el sur, emigrando desde Nicaragua y El Salvador hasta el centro de México" ("XV. San Salvador": 295-327 y "XVI. Aboriginal Population of San Salvador", 328-352). Una presuposición semejante del siglo XIX, el canon literario la aplica a las treintaiuna lenguas de la familia maya, al hacer del país el centro de Mesoamérica.
En verdad, Squier anticipa el nacionalismo literario salvadoreño al sugerir que "la hipótesis de una migración de Nicaragua y Cuscatlán a Anahuac es en conjunto más consonante con las probabilidades y con la tradición que la que los deriva de los mexicas del norte...el origen de los aztecas lo designa el signo del agua (atl por Aztlán), un templo piramidal...cercano a un árbol de palma...el país primitivo de los nahuas (se sitúa) al sur de México" (349). La misma raíz atl, se aplica a la Atlántida desde la colonia, en su vigencia literaria, fantasiosa, hasta la segunda mitad del siglo XX (Francisco López de Gómara, 1511-¿1566?).
Rebasada por la lingüística actual la lectura puede rastrear esta idea en la obra de los grandes clásicos de la literatura nacional, que identifican el "nahual al mexican(o)". Sin experiencia actual directa ni recolección de datos, su "vigencia" letrada no sólo repite teorías obsoletas, sino a su conveniencia la autoridad poética importa los idiomas de prestigio —náhuatl, yucateco, quiché, etc.— para omitir las lenguas maternas ancestrales de su propio territorio. No extraña que, antes de la publicación de Campbell —sobre el náhuat salvadoreño— en El Salvador no existan datos fiables sobre el contraste entre la lengua del Occidente, la del Golfo de Veracruz y la del altiplano central de México.
No interesa cuántas críticas se escriban hoy contra el vacío bibliográfico de la Biblioteca Nacional, el nuevo centro recreativo. Ninguna biblioteca universitaria resguarda los archivos de los idiomas maternos ancestrales. En cambio, con entusiasmo, se conservan los documentos personales de los "héroes de la pluma". Sin indicar su nombre propio, las figuras de renombre no sólo reemplazan al pueblo en su habla popular directa. También, justifican la omisión de toda clase de lingüística mesoamericana en las más diversas facultades: antropología, filosofía, historia, literatura, etc. A menudo se argumenta que por tratarse de lenguas moribundas su estudio resulta irrelevante. La declaración legal de sus defunciones justifica excluir todo diálogo con la diferencia, a la vez de acallar su derecho a las tierras comunales. Tal vez así se arraiga aún más la identidad literaria monolingüe, la cual expulsa toda lengua adversa —toda perspectiva disímil— fuera del territorio nacional.
Casi nunca se considera que la historia implica hablar de la Muerte. Se dialoga con los Muertos, sea porque viven en el pasado, o porque el requisito monolingüe los excluye de su agenda literaria legal. Por esta ausencia de una historia elemental, siempre se dice que los eventos se repiten. En re-volución sinódica constante, prosiguen el giro de los astros según el eterno retorno de lo mismo. Basta referir el tema actual de las migraciones para verificar que su "novedad" se arraiga en la fundación de Cuzcatlán/Kushkatan, otro emblema de lo nacional como Tierra Prometida, ¿la única región náhuat reconocida? El continuo éxodo hacia esa dichosa "Tierra de Preseas" —Terruño de dulce "infancia"— constituye un hecho repetido cada estación de lluvias o estación de sol. La lluvia dispersa gotas —el sol, rayos luminosos— hacia los cuatro rumbos del horizonte que guían la diáspora. Siempre la travesía migratoria la emprenden quienes anhelan "escapar de la tiranía", política y lingüística (Torquemada, 1615).
En verdad, si se reconoce el náhuat como lengua materna ancestral del Occidente salvadoreño, debe establecerse el carácter migratorio, fundacional de esa región. Las primeras migraciones se fechan "hacia 800 DC", unos cinco siglos antes de la llegada de los mexicas que luego absorben el nombre original. Incluso, se propone que "antes de 1300 DC existía una continuidad de grupos náhuat desde Veracruz y Tabasco hasta Guatemala y El Salvador, pasando por los altos de Chiapas...y por la costa del Soconusco...la expansión de los señoríos quichés y cakchiqueles favoreció la separación" (García de León, "Pajapan", 1976: 41). Aunque las fechas de la glotocronología resultan dudosas, se citan como indicadoras posibles de las migraciones fundadoras de esa región, a saber: "800-1250-1300 en varias migraciones (700-900; migraciones pipiles entre 728-832 DC)", unos "cinco siglos antes de la Conquista". El náhuat se establece "en el Occidente, el Centro y en el sur del río Lempa" (Fowler, 1981: 498).
Es posible que este arribo tardío no deje en suspenso el nombre de los idiomas anteriores a esa fecha, a la lectura de identificarlos. De lo contrario, El Salvador se definiría como un terreno baldío hasta el siglo VII-VIII. Quizás la historiografía la aclara la falta de una escritura (graphos) viva de la tierra (geo), previa a esas fechas claves. Pero, al cabo, de nada sirve nombrar los hechos del pasado —para prestigio del presente— si se descartan las características más relevantes de su identidad. Tal es el caso de lo maya cuyos presupuestos turísticos y nacionalistas invaden las aulas universitarias y las academias. La excepción la ofrecen los grupos autóctonos cuya "mayanización" preserva la filosofía que reclama el derecho supremo a la tierra que arraiga su lengua y su saber. Por esta apropiación nacionalista de una cultura legendaria clásica, el presente valida su política cultural —hoy llamada "descolonización"— sin aclarar cuáles de las treintaiuna lenguas de esa familia se habla(ro)n en el país. Menos aún se describen sus mito-poéticas singulares, ni se dialoga con los rasgos gramaticales que fundan una verdadera filosofía, una sabiduría (sophos) del amigo por filiación (philos), hoy despojado de sus tierras comunales. Según se dijo, al decreto literario le basta copiar lecturas de lenguas extranjeras —yucateco y quiché, por ejemplo— para legitimar su posición, sin recolectar la presencia materna ancestral.
Sin celebridad, el mismo silencio lo sufre Managuara y los otros topónimos desconocidos que nombran la diversidad de ecosistemas culturales al Oriente de la república. Por la tradición poética monolingüe —carente de ética hacia la diferencia— se imponen los archivos clásicos del extranjero —las lecturas del Occidente— hacia una región que desconoce sus amplios rizomas entre la montaña y la hondonada, de la costa a la sierra. Acaso el mismo recubrimiento opaca la raigambre original del "Mar del Sur", desde "Escuintepeque...Sinacantán, etc.", el "río de los Esclavos" y los "pueblos sinca (xinca)", hasta el río Lempa. En esa "costa del Balsimo" —dice Squier— "estos indios tienen rasgos más angulares y severos...más oscuros en el color, más taciturnos y menos inteligentes" (334). A saber quiénes son... Pero, desde niño, yo reconozco su destreza cuando, amarrado a la mula, guían mis pasos de Comasagua a Comaylán.
Hay un enorme desfase entre el canon literario monolingüe —en vigor— y el legado de las lenguas maternas ancestrales —en rechazo docente. El dictado académico enseña que sólo el primer rubro funda la identidad nacional, mientras el segundo debe acallarse por decreto pedagógico en las escuelas y universidades. Estos opuestos complementarios rara vez se perciben como tal, ya que define el axioma fundacional de la república (1821-2023): el castellano-centrismo. Si fuese verdad que únicamente "se repite lo desconocido", quizás nadie observa el giro de los astros, quienes le otorgan al ser humano el sentido original del concepto de re-volución, gracias al ciclo anual de las estaciones. Por ello, el eterno retorno de lo mismo indica el cambio radical más aclamado.
En breve, prosiguiendo ambas historias, la crítica y la oficial, el común acuerdo establece el acto inicial de lo náhuat como constitutivo de la nación. A la búsqueda migratoria incansable de la "Tierra de Preseas" —la vida misma en su fluir antes de la Muerte— se agrega la tabula rasa que inaugura la recolección (Logos) del pasado. Toda nueva llegada a ese Paraíso Perdido de lo político se vislumbra como acción inaugural que deja en vilo el pasado. La migración describe tanto ese alcance de la gloria política viva, así como el éxodo de quienes no compartan su manera de referir el mundo, en una sola lengua, en una sola visión política de lo Real. En su envés, persiste la utopía de encontrar en la diáspora esas prendas —sean grabados en la piedra; huidizas como las hojas coloridas del otoño. Desde la lejanía autóctona, ellas que permitan expresar libremente la diferencia.