Santo Domingo de Guzmán, ubicado en el departamento de Sonsonate, es una comunidad que destaca por su profundo arraigo a las tradiciones y costumbres indígenas de origen nahuat. Según una investigación del antropólogo Carlos Lara, en 1572, el pueblo fue asignado a los frailes dominicos del convento de Santo Domingo de Sonsonate, quienes lo pusieron bajo la protección de Santo Domingo de Guzmán. Esta influencia religiosa se refleja aún hoy en la arquitectura colonial del municipio, siendo la iglesia de Santo Domingo una de las más antiguas de América y un monumento importante para la cultura salvadoreña.
Conocido como la cuna del náhuat, Santo Domingo de Guzmán conserva su legado cultural y lingüístico. A pesar de las transformaciones modernas aún hay presencia de personas indígenas nahuhablantes, quienes son los que resguardan este idioma prehispánico.
Su territorio abarca 27.92 kilómetros. Según una investigación de José Edgardo Solís y Raúl Eduardo Trejo García, la comunidad mantiene una mezcla interesante de creencias religiosas, con una mayoría evangélica (90%) y una minoría católica (10%). Además, las prácticas tradicionales y la herencia indígena siguen siendo pilares importantes en la vida del municipio, que limita con Acajutla al sur, San Antonio del Monte al este, Guaymango al oeste, San Pedro Puxtla y Santa Catarina Masahuat al norte.
Santo Domingo de Guzmán se caracteriza por la elaboración de artesanías de barro rojo, el cual fue declarado bien cultural en el año 2019, los artesanos de este distrito resguardan técnicas de alfarería propias del lugar, por ejemplo no utilizan el torno y en algunos talleres de artesanos no utilizan el horno como es el caso de la Nantzin Fidelina Cortez, quien es hablante de náhuat. Creció hablando este idioma y vistiendo con su refajo una pieza de tela, usualmente tejida a mano que se coloca alrededor de la cintura.
Fidelina es artesana y ha trabajado el barro desde los 8 años, continuando con esta labor incluso a sus 81 años. Especializada en la elaboración de comales y ollas, estas piezas son sus principales productos comerciales. Con este oficio, logró sacar adelante a sus 10 hijos, viajando sola desde muy joven a los distritos vecinos de Santo Domingo de Guzmán para vender sus artesanías y garantizar el sustento de su familia.
Fidelina recuerda que en su infancia el idioma náhuat era el principal medio de comunicación. Sin embargo, con el tiempo, y debido a factores como la discriminación y la imposición de la lengua castellana, el uso del náhuat comenzó a disminuir. A pesar de esto y de nunca haber ido a la escuela, Fidelina ha sido una defensora de su lengua materna, enseñando náhuat en programas comunitarios, especialmente a niños y jóvenes. Su participación en la Cuna Náhuat de Santo Domingo de Guzmán, una iniciativa educativa para revitalizar el idioma, fue un esfuerzo significativo para preservar y transmitir este patrimonio lingüístico.
«Aquí era el árbol olvidado del náhuat, nadie siquiera se acordaba, hablábamos solo así entre nosotros. Ahí (en la Cuna Nawat) se les enseñaba de que platiquen en náhuat: cómo se dice para comer, si quiere bañar, si quieren ir al baño».
Ser maestra no fue fácil ya que nunca fue a le escuela. Fidelina recuerda que cuando era niña su madre la escondía en el río para evitar que fuera anotada por los docentes, quienes recorrían las calles al inicio del año escolar buscando inscribir a los niños. Hoy, Nantzin sigue luchando por preservar el idioma y las tradiciones de su pueblo, siendo un símbolo de resistencia cultural y de la identidad indígena de Santo Domingo de Guzmán.
Las artesanías representan la fuente de ingresos de muchas familias de Santo Domingo de Guzmán. Otro de los pilares económicos es el cultivo de granos básicos. Sobre todo, el maíz. Según una investigación del antropólogo Carlos Lara, la ocupación principal de los jefes de familia de este distrito es la agricultura. La mayoría de los habitantes han aprendido a cultivar la tierra desde muy pequeños y se ha convertido en una forma de vida, como en el caso de Nantzin Sixta Pérez, una nahuahablante de este distrito. A sus 82 años sigue cultivando la tierra.
Uno de sus mayores anhelos es la idea de poder seguir sembrando incluso después de su muerte. «Me alegra ver cuando la gente trabaja la tierra. Cuando me toque morir, me iré con tristeza porque dejaré de sembrar», comenta Sixta con nostalgia.
Sixta ha transmitido su amor por la agricultura a su familia, especialmente a su hijo Renato, quien también cultiva maíz y otros granos básicos. Aunque el cultivo no representa el 100% de sus ingresos, para ellos es más que una actividad económica; es un legado y un vínculo con su tierra y su cultura.
Al igual que Fidelina, Sixta ha sido maestra de nahuat por más de 10 años. Empezó su carrera como docente en la Kuna Nawat de Santo domingo de Guzmán, enseñando a niños de entre 5 y 8 años. En la actualidad da clases de náhuat de manera virtual en la escuela «Ne Ichan Sefoura».
Sixta ha logrado impactar en la enseñanza de náhuat a más de 700 personas. Y es la autora del primer diccionario náhuat escrito por una nahuahablante. El nombre de este diccionario es «Yultajtaketzalis» que traducido del náhuat significa, palabras del corazón.
Sixta ha dejado una huella imborrable en la identidad salvadoreña y ha contribuido a la resistencia por mantener viva esta lengua materna. Después de 500 siglos de la invasión española en los pueblos originarios de América, una mujer refleja la cosmovisión de estos pueblos en un libro.
*Esta fotogalería fue producida gracias al apoyo del Programa de Becas de la Asociación de Periodistas de El Salvador y Revista Elementos.