I. Las ideas al servicio del mal
Ocurrió a mediados de 2017, en la redacción del periódico para el que entonces trabajaba: Félix Ulloa me extendió un sobre manila y masculló unas cuantas palabras. Adentro del sobre había unos libros y en medio de esos libros una invitación para participar en una cátedra sobre los Acuerdos de Paz.
La catedra duró seis meses y durante esos meses se habló de la guerra civil, de la transición democrática, de las instituciones de posguerra. De los avances. De los retrocesos. De los estancamientos.
Las reuniones se realizaban todos los viernes, en un salón de la Fundación Friedrich Ebert, en San Salvador. Eran extensas discusiones sobre historia y política. A veces de filosofía. Entre los profesores recuerdo al historiador Roberto Turcios, al sociólogo Rafael Guido Béjar, al constitucionalista Eliseo Ortiz, y, naturalmente, al ahora vicepresidente Félix Ulloa, quien durante mañanas enteras habló sobre la transformación, desde el siglo pasado hasta el presente, del sistema político y electoral salvadoreño.
Recordó el funcionamiento de las instituciones políticas durante el autoritarismo militar: el clientelismo, la corrupción, los fraudes.
Evocó las batallas políticas en la década del setenta, su organización en los movimientos estudiantiles y su incorporación a la guerrilla en los años ochenta.
Estaba convencido de que la lucha armada había sido necesaria para abrir los espacios políticos y que los Acuerdos de Paz, más allá de sus imperfecciones, habían posibilitado la construcción de una institucionalidad democrática sin precedentes. La pluralidad de ideas, la cultura de la tolerancia, la creación de un sistema político y electoral más imparcial, más equilibrado, más balanceado, en comparación al que existía durante los regímenes militares, materializaban esa etapa «fundacional» del país.
El triunfo de la izquierda, en 2009, y la alternancia en el poder confirmaban esa tesis.
Ulloa también se ufanaba de haber sido el artífice de las sentencias de inconstitucionalidad que habilitaron las candidaturas no partidarias y la elección de diputados por rostro. Reconocía que esa modernización político-electoral únicamente había sido posible gracias a todos aquellos que inmolaron sus vidas por un país más justo y democrático, pues al final de cuentas eso había permitido, entre otras cosas, la independencia del órgano judicial que le terminó dando la razón.
Profundizar los cambios, dijo, con un tono provocador, era responsabilidad de las nuevas generaciones.
Aún conservo los apuntes y los documentos de sus clases.1 También los libros de su autoría donde se declara, una y otra vez, hasta el cansancio, un defensor de la democracia.
No sé si alguna vez tuvo ideas demócratas, pero si las tuvo, nada de eso queda en su cabeza. Las ha volcado. Las ha vaciado. Se ha convertido en el justificador de un régimen vulgarmente autoritario, que ha destruido las instituciones de fiscalización y transparencia, de seguridad y derechos humanos, así como la independencia de poderes que él mismo utilizó para romper la partidocracia.
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Alguna relevancia habrá tenido el señor Ulloa en la construcción del partido Nuevas Ideas y en la candidatura presidencial de Nayib Bukele, pues, a pesar de no ser del círculo familiar ni del círculo de confianza, terminó integrando la fórmula presidencial.
Más allá de la elaboración del proyecto de reforma constitucional y de integración centroamericana —de los cuales se habla poco y parece importar poco en la cúpula del poder—, el papel de Ulloa en la vicepresidencia ha sido el de una infame paradoja: luego de pasar veinte años de su vida luchando, o diciendo luchar, contra una dictadura militar; y después de pasar treinta años escribiendo y abogando por la democracia ha terminado defendiendo y justificando, en el ocaso de su existencia, a un gobierno autoritario. Sin duda que esa debe ser una de las contradicciones más miserables de la vida, porque defender principios con la palabra y dinamitarlos en la práctica es la perversión más siniestra de todas las perversiones intelectuales.
Desde hace algún tiempo el señor Ulloa se ha declarado un socialdemócrata, marxista, heredero de la social democracia salvadoreña, fundada en los años sesenta por connotados intelectuales y profesionales entre los que estaba su padre. Su entusiasmo en esa vía lo llevó, en los primeros años de la posguerra, a promover la construcción de una izquierda democrática, defensora de la legalidad; posteriormente, al inicio del milenio, fomentó la democratización de los partidos políticos para que, entre otras cosas, transparentaran sus finanzas. Pero desde la vicepresidencia ha hecho todo lo contrario: se inventa doctrinas jurídicas y tergiversa teorías políticas para justificar a un gobierno corrupto y déspota. Es, además, el funcionario que más ha dado la cara ante la comunidad y la prensa internacional, el más preocupado por lavarle el rostro a un régimen violador de los derechos humanos, el más obsesionado por explicar, desde el oficialismo, y con un falso rigor académico, el accionar político de Nayib Bukele.2
A su criterio, el presidente de El Salvador es un demócrata con un «liderazgo fuerte».
En su deformada lógica invadir la Asamblea Legislativa con policías y militares y controlar a fiscales y jueces, así como desbaratar la transparencia y violar las leyes, encarcelar a opositores y atacar a la prensa, es parte de una nueva democracia, así como también lo es el vivir en un eterno régimen de excepción.
Nada de autoritarismo. Mucho menos dictadura.
El Salvador es una «democracia compleja».3
Basta con ganar las elecciones y tener una mayoría legislativa para aniquilar todos los límites, todos los controles, todos los contrapesos.
El poder de la mayoría lo justifica todo.
Quizá lo que mejor le vendría al señor Ulloa es releerse. Tal vez devanándose los sesos recuerda algunas lecciones del siglo pasado que jamás debió haber olvidado. En sus libros —particularmente en los que escribió en los años noventa— hay ideas que bien podrían servirle para entender los vicios del presente.
Cito una, una sola:
«Tristeza profunda al escuchar las noticias, que día a día nos anuncian con la misma fuerza de aquellos años, que estamos repitiendo los errores del pasado, que pareciera ser que no aprendimos la lección, que es cierto que solo el ser humano es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra, que los pueblos que no entienden la historia están condenados a repetirla, y todo ello, cuando aún está fresca la sangre derramada».4
[1] Félix Ulloa, La postguerra y la alternancia política: transición fundacional hacia la democracia, Cátedra Acuerdos de Paz y Hegemonía de Posguerra, Fundación Friedrich Ebert Stiftung, 2017.
[2] Ver: Félix Ulloa, Pensamiento democrático, Editorial Guayampopo, 1996. El dinero y la democracia, Editorial LibrosEnRed, 2004.
[3] Entrevista con Félix Ulloa en Frente a Frente, 16 de enero de 2023.
[4] Félix Ulloa, Quince años después la utopía continúa, Editorial Guayampopo, 1996.
SEGUNDA PARTE: Las perversiones intelectuales de Félix Ulloa (2)
TERCERA PARTE: Las perversiones intelectuales de Félix Ulloa (3)