PRIMERA PARTE
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Antes que los Chicago Boys transformaran la economía de Chile, y mucho antes que Arnold Harberger asesorara —en el marco del Consenso de Washington— el proyecto de liberalización económica de El Salvador, un intelectual salvadoreño promovió abiertamente la implementación del neoliberalismo.1 Fue en septiembre de 1962 cuando un abogado y profesor universitario llamado Antonio Rodríguez Porth, que un año antes había participado en un golpe de Estado, inició una polémica al criticar el intervencionismo estatal. Su tesis era que el bloque de gobiernos militares —inaugurado por el general Maximiliano Hernández Martínez en 1931— habían ejecutado programas económicos intervencionistas, fijando precios y salarios a través de reglamentos y oficinas de control. Eso, a su criterio, había sido un fracaso total en todos los países en los que se había implementado: en la Italia fascista, en la Alemania nazi, en la Rusia comunista. También en los Estados Unidos, durante los años treinta, cuando el presidente Roosevelt ejecutó el New Deal. Nada de eso había funcionado, porque la injerencia del estado entorpecía al sistema capitalista, lo desordenaba, lo paralizaba, y terminaba generando más pobreza, más desocupación, más injusticia. Finalmente, los comunistas aprovechaban el perpetuo caos social para presentarse como los redentores del mal: «Estos, con su proceder característico, encuentran nuevos motivos para explotar la creciente insatisfacción de las masas, que se ven frustradas y que no pueden explicarse el verdadero origen de sus padecimientos», decía Rodríguez Porth, quien además señalaba que los anticomunistas que avalaban el intervencionismo económico terminaban haciéndole el juego a los marxistas: un ilustrador ejemplo eran los decretos socioeconómicos aprobados por el Directorio Cívico Militar, entre enero de 1961 y enero de 1962, con los que habían nacionalizado algunos bancos y beneficiado a los trabajadores con descanso dominical remunerado, incremento al salario mínimo, alimentación mínima, entre otras medidas que a su juicio eran acciones populistas: «Las impremeditaciones del Directorio y su política típicamente intervencionista han causado profundos daños de difícil y lenta reparación. Desgraciadamente el régimen de la nueva era parece querer seguir el mismo camino, ciego ante las experiencias y sordo a las razones»2, decía Rodríguez Porth, quien también lamentaba que los integrantes del Directorio, con los que él había conspirado para derrocar a una junta gubernamental que a su vez había derrocado a un presidente llamado José María Lemus, cometieran los mismos errores de sus antecesores. Eso era imperdonable. Por eso él había renunciado al Directorio tres meses después del golpe.
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— En agosto de 1979 vino el secretario de Estado Adjunto para Asuntos Latinoamericanos, Viron Vaky, a hablar conmigo. Era un ultimátum para que dejara la presidencia, me dijo que tenía que acortar el período presidencial… Me paré y le dije que ya no teníamos nada que hablar, que a mí el presidente Carter no me iba a decir cuándo se convocaría a elecciones. Él se fue a la casa del agregado militar, donde estaban los otros militares y les dio luz verde para el golpe.3
El expresidente Carlos Humberto Romero le había prometido a su familia no hablar del tema. Esos recuerdos le resultaban perturbadores. Dolorosos. Por eso no había dado entrevistas. Por eso no recibía a periodistas. Pero el silencio fue roto cierto día de octubre de 2005, cuando habló brevemente con la periodista Metzi Rosales Martell. Por ese entonces tenía 83 años. El general aseguró, entre otras cosas, que estaba escribiendo sus memorias, pero que únicamente se publicarían cuando él estuviera muerto.
— Yo pensaba buscar como sucesor mío a un civil, era mi proyecto en mente. Hablé con tres, con los doctores Álvaro Magaña, Leandro Echeverría y Fidel Chávez Mena para que fueran posibles candidatos. No me importaba que Chávez Mena fuera del PDC, yo quería cambiar porque se sentía la presión sobre los militares de parte del gobierno de Carter.
El derrocamiento de Romero puso fin a casi cincuenta años de gobiernos militares, los cuales se perpetuaron en el poder gracias a una alianza autoritaria con la oligarquía. Durante todo ese tiempo no hubo oportunidad para la alternancia. Las elecciones eran una farsa. Cualquier disidencia era silenciada. Cualquier oposición era aniquilada. Nada podía alterar el orden establecido. Quien lo hacía era encarcelado, exiliado, asesinado. Por eso las alianzas opositoras siempre fueron débiles, intrascendentes, incapaces de dar una verdadera batalla política. Así había ocurrido desde los años treinta, cuando las familias poderosas necesitaron de la fuerza militar para seguir gobernando a su antojo.
Las cosas cambiaron a inicios de los años sesenta, cuando surgieron nuevos partidos políticos como la Democracia Cristiana, integrada por un grupo de profesionales que defendían la democracia y la pluralidad de ideas. Ese partido fue creciendo poco a poco, ganando alcaldías y legisladores, convenciendo a los sectores urbanos de que las transformaciones eran posibles.
Pero el problema no solo eran los militares, sino los millonarios que se resistían a los cambios.
A inicios de los años setenta, cuando la alianza opositora —conformada por democristianos, socialdemócratas y comunistas— se volvió más fuerte, los militares tuvieron que hacer fraudes para seguir en el poder. También incrementaron la violencia. El resultado fue una sociedad polarizada, con algunos sectores radicalizados, entre guerrilleros y escuadroneros (ambos convencidos que el asesinato era la única manera de legitimarse en el poder). La guerra civil era inminente. Entonces vino el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979.
— Yo pude haber peleado, el subsecretario de Defensa estaba en la Fuerza Aérea, pero cómo iba yo a bombardear el cuartel San Carlos, si nadie ni nada me podía garantizar que las bombas iban a caer allí y no en las colonias vecinas, en algún colegio. ¡Hubiera sido peor! Cuando salí del país no quise irme en avión de la Fuerza Armada, sino en uno que me envió el presidente de Guatemala, Romeo Lucas García, porque temía que me hicieran algo.
Las dos primeras juntas de gobierno que asumieron tras el derrocamiento del general Romero fueron fugaces. Las aniquiló la moderación de sus integrantes. Los militares conservadores, aliados del poder económico, lograron un triunfo importante para mantener con vida a la alianza ultraderechista. Pero la tercera junta, compuesta por militares y reconocidos políticos de la democracia cristiana, entre ellos José Napoleón Duarte, el máximo líder de ese partido, logró un equilibrio para profundizar las reformas económicas y políticas.
Estados Unidos también presionó para garantizar la instauración de un régimen democrático, en el que hubiera elecciones competitivas, sin fraudes ni imposiciones (aunque la izquierda estuviera totalmente excluida).
A finales de septiembre de 1981, el mayor Roberto d'Aubuisson, un militar vinculado a los escuadrones de la muerte, fundó el partido ARENA con el apoyo de un grupo de agricultores y ganaderos reaccionarios, descontentos por las reformas que habían afectado sus intereses. No bastaba con asesinar a sus opositores. Había que derrotarlos en todos los escenarios. Y si había que hacer política —porque el gobierno estadounidense presionaba en esa dirección— pues estaban dispuestos a hacerla.
d'Aubuisson fue un actor clave en la reforma constitucional de 1983, así como en la elección presidencial del año siguiente, en la que fue derrotado por Napoleón Duarte. Pero el juego electoral dejó algunas lecciones aún para los sectores más autoritarios.
A partir de ahí la coalición democrática comenzó a tomar fuerza.
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Derrocar a los militares, sí, instaurar un nuevo régimen, sí. Pero más que derrocar a los militares, y mucho más que implementar un nuevo régimen, el golpe de estado del 15 de octubre de 1979 pretendía evitar un conflicto armado que permitiera a la guerrilla llegar al poder. Por eso las tres juntas revolucionarias de gobierno —que se integraron en el transcurso de un año— trabajaron, una tras otra, una más que otra, en la ejecución de la reforma agraria y la nacionalización de los bancos y del comercio exterior. Pero nada de eso fue suficiente. Nada impidió el estallido bélico. En diciembre de 1981 los guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) lanzaron una ofensiva general y el país se sumergió en un torbellino de destrucción y muerte.
Para 1983 el improvisado gobierno le había entregado a un grupo de campesinos algunas fincas y haciendas que les habían expropiado a poderosas familias que durante años se habían opuesto, aún con métodos violentos, a la repartición de tierras. Algo había qué hacer. Algo había que idear. No bastaba con financiar a escuadrones de la muerte para asesinar a quienes estaban al frente de las reformas, mucho menos con sobornar o cooptar a militares de alto rango para dinamitar el reparto de tierras. Había que hacer algo más visionario, más inteligente, que tuviera resultados a corto y mediano plazo. El nueve de mayo de ese año, con apoyo financiero de los Estados Unidos, un grupo de reconocidos empresarios, en su mayoría jóvenes, crearon la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social (FUSADES). El objetivo era realizar «toda clase de actividades que tiendan a fomentar la seguridad y el bienestar económico, social, intelectual y físico de los habitantes de El Salvador, bajo los lineamientos de un sistema de libertades económicas e individuales».4 Los fundadores fueron Alfredo Cristiani Burkard, Roberto Orellana Milla, Roberto Mathies Hill, Ricardo Poma, Teófilo Simán, Armando Calderón Sol, Francisco De Sola, Archie Baldocchi, Prudencio Llach, Roberto Murray Meza, entre otros millonarios y profesionales acomodados.
De acuerdo con la investigadora española María Dolores Albiac todo comenzó en un rancho de la Costa del Sol propiedad de Roberto Mathies Regalado. Ahí se reunían, además del anfitrión y su hijo Roberto Mathies Hill, los empresarios Roberto Llach, Roberto Hill y Roberto Murray Meza para discutir, entre otras cosas, las reformas económicas que los democratacristianos habían realizado con apoyo de los militares.5 La expropiación de tierras había dejado herido al poder económico. Pero los tiempos habían cambiado. En Inglaterra y en Estados Unidos, dos de las potencias mundiales, los presidentes Margaret Thatcher y Ronald Reagan habían implementado reformas económicas que tenían en el centro la privatización de bienes públicos y la construcción de mercados libres. En Chile, para no ir tan lejos, un grupo de economistas que se habían formado en la Universidad de Chicago le elaboró un programa económico al dictador Augusto Pinochet que tuvo relativo éxito. El neoliberalismo, pues, ganaba terreno en todo el mundo.
Los Roberto, según Dolores Albiac, eran empresarios jóvenes que habían estudiado en universidades estadounidenses y que, a diferencia de los millonarios de la vieja élite, que veían en la agroexportación la única fuente para acumular riqueza, eran conscientes de la existencia de un abanico de posibilidades diferentes. Únicamente había que aterrizar las ideas, generar las condiciones y echarlas a andar.
La creación de FUSADES fue el primer paso.
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El centro no existe. O una cosa o la otra.
Para Rodríguez Porth no había puntos intermedios: o se defendía el liberalismo económico o se defendía la economía planificada; o estabas con el capitalismo o estabas con el comunismo. Su argumento lo respaldaba con citas de prominentes economistas de la Escuela Austríaca como Friedrich von Hayek o Ludwig von Mises. Porque era importante dejar claro que sus ideas liberales no tenían nada que ver con el liberalismo económico que se aplicó en Inglaterra a mediados del siglo XIX. No. Su planteamiento estaba sustentado en una teoría económica moderna, que promovía instituciones capitalistas que eran compatibles con la libertad y la prosperidad: «Bien se ha dicho que una nación será más próspera mientras menos trate su gobierno de sabotear el funcionamiento de la economía del mercado libre. Consecuencia de ello será el ahorro, el crecimiento del capital y su inversión en nuevas actividades productivas, elevándose en tal forma el nivel de vida de todos los ciudadanos».6
La tesis sobre los extremos del profesor Rodríguez Porth —evidentemente dogmática, aunque común en los tiempos de la Guerra Fría— fue refutada por Roberto Lara Velado, otro abogado y profesor de derecho en la Universidad de El Salvador, además de fundador y principal ideólogo del Partido Demócrata Cristiano (PDC), quien catalogó esos planteamientos como simplistas y cerrados, porque la planificación de la economía no solo era sinónimo de socialismo o marxismo. Al contrario: había una gran diversidad de maneras de dirigir la economía que no necesariamente devenían en métodos totalitarios como el comunismo o el fascismo. Lo que era una locura era confundir o mezclar las experiencias democráticas, como la del New Deal de Roosevelt, con las de regímenes dictatoriales como el de la Unión Soviética. No eran lo mismo. No eran iguales. Había diferencias kilométricas. Los totalitarismos suprimían las libertades individuales e imposibilitaban el progreso humano, pero la planificación ejecutada en un régimen democrático garantizaba a los habitantes sus derechos fundamentales. Entonces no. No era cierto que todas las formas de intervencionismo fueran un fracaso. Los sistemas económicos socialdemócratas de los países escandinavos eran un ejemplo de éxito, así como también lo era la creación del mercado común en la Europa Occidental con gobiernos democristianos. Porque los democratacristianos no eran ni marxistas ni liberales. Tampoco pretendían un sistema colectivista de la propiedad, sino la difusión de la propiedad privada en su justa dimensión: «La postura democristiana defiende el intervencionismo estatal como medio para promover el bien común e implantar la justicia social cristiana que, entre otras cosas, comprende la justa remuneración del trabajo, de acuerdo a las necesidades del trabajador y su familia»7, decía Lara Velado, quien, además, criticaba implacablemente el sistema que defendía Rodríguez Porth: «La libertad económica del liberalismo es para los poderosos la libertad de explotar a los débiles, y para los débiles la libertad de morirse de hambre»8.
Lara Velado también señalaba que lo que se vendía como neoliberalismo era —aunque se le presentara de otra manera— el antiguo liberalismo inglés: «La verdad es que este sistema ha regido al mundo durante el último siglo y medio con resultados desastrosos: la propiedad se ha concentrado en pocas manos, la gran empresa ha absorbido al artesano independiente y la desigualdad social se ha extremado», aseguraba Lara Velado, quien también formulaba una provocadora similitud entre la ideología que Rodríguez Porth defendía con la que criticaba: «La verdad es que el liberalismo tiene profundos puntos de contacto con el comunismo: el materialismo de ambos, la subordinación de lo puramente humano a lo económico y el resultado final, una sociedad sometida a una minoría, en un caso a los capitalistas y en otro a los burócratas».
Para Lara Velado, más allá del antiguo debate entre economía de mercado o economía planificada, los problemas que perturbaban a la humanidad eran más complejos: «El dilema entre totalitarismo y libertad, entre dictadura y democracia, abarca todos los campos de actividad social, de los cuales el económico es solamente uno de ellos», esgrimía Lara Velado, quien también esgrimía que se debía trabajar para construir un régimen democrático con justicia social: «Lo verdaderamente esencial es garantizar el absoluto respeto a los derechos fundamentales de la persona humana, entre los cuales no se encuentra el de atesorar sin medida aún a costa de regatear al trabajador la justa remuneración de su trabajo».
La respuesta de Lara Velado sería el inicio de un largo e intenso debate sobre economía planificada y libre mercado.
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En 1985, dos años después de su creación, FUSADES publicó un estudio que se convertiría en el documento fundacional para la construcción de un nuevo modelo económico.9 El renovado grupo oligárquico, presidido por Roberto Murray Meza, proponía una apertura comercial acelerada, así como la privatización de empresas públicas y la generación de incentivos para diversificar y multiplicar las exportaciones agrícolas e industriales. Había que hacer un cambio radical. Demoler las medidas económicas de los democristianos. Nada estatizado. Nada nacionalizado. Ni el comercio exterior ni los bancos. Nada. Al contrario: había que construir una estructura económica más eficiente y competitiva, eliminar la burocracia, aprovechar la mano de obra del país.
Todo eso era posible. Ahí estaba el ejemplo de Chile. Ahí estaba el ejemplo de Corea. Ahí estaba el ejemplo de Taiwán.
El reto era que esas ideas trascendieran el papel. Había que materializarlas. Para ello era necesario hacer política. Fue entonces que algunos millonarios de FUSADES, entre ellos Alfredo Cristiani Burkard, se sumaron a ARENA luego de la derrota de ese partido en las elecciones presidenciales de 1984.
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7 de abril de 1916.
José Antonio Rodríguez Porth nació el 7 de abril de 1916 en San Salvador. Algunos amigos de adolescencia lo recuerdan como un estudiante aplicado, riguroso, con una implacable vocación por el derecho: en la secundaria ya impartía clases de Constitución a sus compañeros de colegio.10 En los años treinta ingresó a la Universidad de El Salvador como estudiante de ciencias jurídicas. Guillermo Trigueros, uno de sus mejores amigos, asegura que en los primeros años de universidad se reunían para discutir sobre la teoría y práctica del derecho. Por ese tiempo empezó a leer a Marx. También a Engel. También a Lenin. Los estudiaba con una inquietud desenfrenada, tanto que terminó abrazando algunas ideas marxistas. Entre 1938 y 1939 fungió como secretario de la Asociación General de Estudiantes Universitarios (AGEUS) y en el paraninfo universitario brindó algunas conferencias en defensa del determinismo. Pero esa doctrina filosófica, según Trigueros, le fue insuficiente para rebatir algunos enunciados de su profesor de Derecho Penal. Fue entonces que visitó al padre Alfonso Castiello, un jesuita que daba clases en el Externado de San José, quien lo convenció, con ejemplos y argumentos, que sus planteamientos marxistas estaban equivocados. También le inculcó la necesidad de defender ideas liberales y democráticas. Desde entonces su pensamiento cambió para siempre.
En abril de 1944, tres años después de haber obtenido el doctorado en ciencias jurídicas, se sumó al equipo de abogados que defendió a los militares y civiles que habían intentado derrocar al dictador Maximiliano Hernández Martínez. La experiencia fue horrorosa, pues algunos de sus defendidos fueron fusilados en sus propias narices. Entre 1947 y 1948 fue diputado en la Asamblea Legislativa y apoyó al presidente Salvador Castaneda Castro hasta que este manifestó sus intenciones reeleccionistas.11 Luego se dedicó a la docencia. Impartió las cátedras de Derecho Constitucional y Derecho Administrativo en la Universidad de El Salvador. En los años cincuenta se convirtió en decano de la Facultad de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. También fue profesor en la Escuela Militar: algunos de sus alumnos se convertirían en años posteriores en presidentes de El Salvador.
En enero de 1961 participó con un grupo de militares en el derrocamiento de una junta de gobierno que tres meses antes había derrocado al coronel José María Lemus. Renunció cuando se sintió traicionado. Se dedicó a su profesión. Asesoró a empresarios. Defendió a millonarios. Algunos presidentes militares, que habían sido sus alumnos, también lo requerían como consultor jurídico. «Si mi maestro Rodríguez Porth lo dice hay que hacerlo», recuerda su amigo Trigueros que escuchó decir al presidente Arturo Armando Molina, en los años setenta, en una reunión donde discutían asuntos de derecho internacional.
En 1972 fue candidato presidencial por el Partido Popular Salvadoreño (PPS), integrado por profesionales y poderosos empresarios agroindustriales. Para entonces había madurado sus ideas neoliberales. Durante la campaña aseguró que su gobierno se regiría por la «ley y orden», algo similar a lo que Milton Friedman —uno de los principales ideólogos del neoliberalismo en todo el mundo— sostenía en su libro Capitalismo y Libertad: «La principal función (del gobierno) debe ser proteger la libertad… preservar la ley y el orden, hacer cumplir los contratos privados y promover la competencia en los mercados».
En su programa de gobierno, Rodríguez Porth proponía, entre otras cosas, derrotar en las urnas el continuismo de los militares que impedía el desarrollo de la iniciativa privada. También proponía políticas económicas liberales para aumentar la inversión privada y extranjera, entre ellas regulaciones tributarias para atraer inversionistas de todo el mundo, así como el aumento de un «nuevo tipo de industrias manufacturera que ofrezcan ocupación de abundante mano de obra especializada para los países extranjeros que por razón de costos prefieran confiar sus materias primas a la maestría del obrero salvadoreño». De esa manera se pretendía frenar las masivas migraciones por falta de empleo. En esa misma línea ofrecía una reestructuración para la expansión de los mercados extranjeros: aquí era imprescindible ampliar y fomentar la diversificación de exportaciones.
En el terreno político proponía un régimen democrático que reconociera el «imperio de la legalidad constitucional como mejor forma de gobierno», pues «el respeto del orden jurídico constitucionalmente establecido asegura la paz social y las libertades políticas». El programa también tenía una base populista —todos los partidos de derecha, al igual que los de izquierda, elaboraron una construcción de pueblo en sus discursos políticos— que incluía propuestas sociales en los temas de educación, salud, vivienda, trabajo, etcétera.12 Pero en su discurso primaba, por sobre todas las cosas, la defensa de la propiedad privada.
Rodríguez Porth perdió la elección. Fue una derrota estrepitosa: sumó unos pocos miles de votos que le valieron el último lugar. Pero una buena parte de las ideas de su programa serían utilizadas, más de una década después, por otro candidato de derecha llamado Alfredo Cristiani.
7
Alfredo Cristiani era un joven empresario que había cursado estudios de administración en los Estados Unidos, cuando, en 1985 —el año en que FUSADES lanzó la propuesta para un nuevo modelo económico— asumió la presidencia de ARENA. Lo hizo pese al descontento de los ganaderos y agricultores, ultraderechistas, que habían fundado el partido en torno al mayor Roberto d'Aubuisson. No había alternativa. Había que hacer política para ejecutar las transformaciones económicas que su grupo empresarial pretendía. Su ascenso fue veloz, tan veloz que en 1989 se convirtió en el candidato presidencial. Durante su campaña ofreció, además de finalizar el conflicto armado y democratizar el país, liberalizar la economía.
En algunas de las giras que realizó por El Salvador se le vio acompañado por un viejo liberal llamado Antonio Rodríguez Porth. Meses después, cuando ganó la elección presidencial, lo nombró en uno de los cargos más importantes del gobierno: ministro de la Presidencia.
En su discurso de toma de posesión, el 1 de junio de 1989, Cristiani habló de una crisis económica producida por los ataques guerrilleros y las reformas realizadas por los democristianos desde inicios de los años ochenta: «Más que una guerra militar lo que estamos padeciendo hoy los salvadoreños es una guerra terrorista contra la economía y contra el pueblo», manifestó Cristiani, quien además aseguró que reduciría el papel del Estado «a lo estrictamente necesario», porque su pretensión era convertirlo en un aparato que «estimule y racionalice el movimiento libre de las fuerzas económicas y sociales». Cristiani también habló de privatizar los bancos para «erradicar la politización del crédito» y aniquilar el subsidio de un «reformismo estéril». Además, ofreció revertir la nacionalización del comercio exterior y eliminar los monopolios del Estado sobre la venta del azúcar y el café, porque esos monopolios únicamente habían servido «para distorsionar la comercialización internacional de nuestros principales productos básicos de exportación». Cristiani también habló de erradicar la pobreza, de mejorar la reforma agraria, de implementar programas sociales eficientes.13
Lo cierto es que sus ideas económicas eran similares a las que Rodríguez Porth había promovido desde la palestra pública a inicios de los años sesenta y en su campaña presidencial de principios de los años setenta. Eran similares a las ideas plasmadas en el documento elaborado por FUSADES a mediados de los años ochenta. Eran similares a la corriente de pensamiento neoliberal que se posicionaba en distintas partes del mundo. Eran similares a las recomendaciones que el economista británico John Williamson había sistematizado en lo que denominó Consenso de Washington. Es decir: había que reducir el Estado, había que privatizar empresas públicas, había que liberalizar la economía, había que expandir los mercados locales e internacionales.
8
Primero fue una ráfaga, luego dos, luego tres. Antonio Rodríguez Porth quedó en la parte trasera de su Cherokee, con el rostro inclinado hacia el asiento delantero. Una de las balas atravesó su cuello. Otras dos perforaron su espalda. Su motorista y su jardinero quedaron tendidos sobre la acera de la casa, ensangrentados, con los cuerpos inundados de plomo. Los asesinos huyeron en un vehículo rojo, con vidrios polarizados. Eran cerca de las ocho de la mañana. Nueve de junio de 1989. Nueve días después de haber asumido como ministro de la Presidencia.
Ana María Rivas, al percatarse que su esposo aún estaba con vida, lo llevó a un hospital capitalino. Pero los médicos no pudieron hacer nada. Rodríguez Porth murió minutos después de haber sido ingresado. Tenía 73 años.
Pocas horas después, el presidente Alfredo Cristiani salió a condenar el crimen ante los medios de comunicación: «Con el asesinato de uno de los hombres más ilustres de nuestro país y uno de los miembros más lúcidos y notables de nuestro gobierno, las fuerzas oscuras que no quieren la paz, ni la reconciliación, ni la concordia, ni el progreso de la patria, están poniendo a prueba nuestras convicciones y nuestros propósitos de una manera premeditada y alevosa». Luego agregó: «En homenaje a ese hombre digno, brillante y caballeroso que fue el doctor Rodríguez Porth, reiteramos todos y cada uno de los conceptos que expusimos en nuestro discurso del primero de junio, con los cuales nuestro querido amigo, correligionario y mentor coincidía plenamente».14
Una semana antes, Alfredo Cristiani y Rodríguez Porth habían dado una conferencia de prensa en la que el presidente aseguró que conformaría una comisión de diálogo para negociar la paz con la guerrilla. Los triunfos electorales y la necesidad de llevar hasta el final su proyecto económico había convencido a la derecha —incluso a una buena parte de los radicales— de que las elecciones y una democracia controlada era más efectiva que las armas. Hasta d'Aubuisson, el emblema de los escuadrones de la muerte, era partidario del diálogo con la guerrilla.15 Además, la incapacidad de las Fuerzas Armadas de derrotar a los guerrilleros y las presiones internacionales por las innumerables violaciones a los derechos humanos alejó a una buena parte de los empresarios de la alianza autoritaria.16 La Fuerza Armada también tuvo una transformación limitada: una minoría se decantó por la coalición hacia la democracia, aunque el Alto Mando, que había hecho de la guerra un negocio millonario, se resistió al cambio e intentó impedir cualquier posibilidad de negociación. Incluso se planteó derrocar al presidente Cristiani.17 El FMLN guerrillero, que en un principio estaba totalmente convencido de triunfar por la vía armada, comenzó a abandonar las preferencias autoritarias, desde mediados de los años ochenta, cuando se dio cuenta que era incapaz de triunfar militarmente. Entonces se abrió al diálogo: primero con Duarte y luego con Cristiani. También el fracaso del Socialismo Real y la caída del Muro de Berlín —así como la posterior derrota de los sandinistas en las elecciones de 1990— impulsaron una modificación en las preferencias normativas de la guerrilla. La Democracia Cristiana, uno de los actores claves, terminó de empujar al país hacia un régimen semidemocrático cuando reconoció su derrota electoral en marzo de 1989 y permitió la alternancia en el poder de una manera pacífica.18 Todo lo anterior hubiera sido difícil sin la influencia de los Estados Unidos.
En la misma conferencia de prensa, donde estuvo acompañado de Rodríguez Porth, Cristiani también habló de la reestructuración de la banca: detalló que próximamente nombraría a nuevos presidentes en los bancos para «sanear las carteras» y después entregarlos a manos privadas. El discurso que los funcionarios areneros repitieron, como loros robotizados, fue que la privatización de los bancos pretendía despolitizar el crédito en beneficio de todos los salvadoreños.
Poco tiempo después Cristiani revistió su narrativa con frases propiamente neoliberales. En unas declaraciones a la prensa dijo que su gobierno estaba trabajando para superar «la demagogia del paternalismo estatizante» y «ayudar —según el periodista que escribió la nota— a que los campesinos asuman la responsabilidad de su propio destino».19
Las intenciones estaban claras: la intervención del Estado, en un marco de apertura democrática, solo sería legítima para beneficio de un poderoso círculo de empresarios, no para beneficio de cualquier ciudadano salvadoreño.
NOTAS
[1] Antonio Rodríguez Porth, El neo-liberalismo económico, El Diario de Hoy, 20 de septiembre de 1962. En este artículo Rodríguez Porth aclaró que el neoliberalismo que él proponía no tenía nada que ver con el liberalismo económico de mediados del siglo XIX. Aseguraba que sus ideas estaban basadas principalmente en el pensamiento de los fundadores de la Escuela Austríaca de Economía, entre ellos Böhm-Bawerk, Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek: «(…) creemos, sin embargo, haber encontrado en el neo-liberalismo la más auténtica solución económica, que sin estridencias de ninguna clase, sin demagogia de tipo afectivo, sin trances reformistas o redentoristas, puede lograr —y de hecho lo ha demostrado ya en nuestros días—, que su sana doctrina haga ciertos y perfectamente conciliables los conceptos de libertad, abundancia y bienestar para todos». Luego agregaba: «El neoliberalismo, defensor de la llamada economía de mercado, del sistema de la libre empresa, de la propiedad privada del capital y de los bienes de producción, de la libre concurrencia, todas ellas notas características de la organización capitalista, rechaza sin embargo y en todo lo posible, esas ideas intervencionistas o injerencistas hoy tan en boga».
[2] Antonio Rodríguez Porth, El intervencionismo estatal I y II, El Diario de Hoy, 5 y 6 de septiembre de 1962.
[3] Entrevista con el Gral. Carlos Humberto Romero, «Yo buscaba a un sucesor civil», La Prensa Gráfica, 30 de octubre de 2005.
[4] Diario Oficial 164, tomo 280, 6 de septiembre de 1983.
[5] María Dolores Albiac, Los ricos más ricos de El Salvador, ECA, octubre de 1999.
[6] Antonio Rodríguez Porth, Camino de servidumbre, El Diario de Hoy, 7 de septiembre de 1962.
[7] Roberto Lara Velado, Diversas posturas sobre el intervencionismo de Estado I y II, El Diario de Hoy, 14 y 15 de septiembre de 1962.
[8] Roberto Lara Velado, Libertad económica, El Diario de Hoy, 18 de septiembre de 1962.
[9] FUSADES, La necesidad de un nuevo modelo económico en El Salvador: lineamientos generales de una estrategia, Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico y Social, 1985.
[10] Guillermo Trigueros h, José Antonio Rodríguez Porth I y II, El Diario de Hoy, 19 de junio de 1989.
[11]Muere prohombre defensor de valores democráticos, El Diario de Hoy, 10 de junio de 1989.
[12] PSP: un esquema integral de gobierno a base de planteamientos reales y de soluciones eficaces, El Diario de Hoy, 15 de febrero de 1972.
[13] Discurso de toma de posesión Alfredo Félix Cristiani» 1 de junio de 1989, Eclepedia.
[14] Posición del señor Presidente de la República y Comandante General de la Fuerza Armada, ante el asesinato del sr. Ministro de la Presidencia Dr. José Antonio Rodríguez Porth, El Diario de Hoy, 10 de junio de 1989.
[15] El Salvador: archivos perdidos del conflicto Volumen III. Habla Alfredo Cristiani (Min. 4:23-4:41): «En todos los mítines que hablaba el mayor d'Aubuisson, dentro de su discurso siempre hablaba de que íbamos a hacer un esfuerzo grande de construir un puente de plata para que el FMLN se pasara de la montaña al proceso democrático». Habla Roberto d'Aubuisson (Extracto de mitin de ARENA: Min. 5:00-5:22): «Nosotros como areneros vamos a mantener permanentemente un diálogo con ellos, enmarcado en nuestras leyes, enmarcado en la Constitución, para que logremos lo que todos los salvadoreños deseamos: volver a vivir en paz, en progreso y libertad». Habla Eduardo Sancho, excomandante guerrillero: «Yo rescato entre las figuras históricas, aunque son temas muy difíciles de hablarlos, él (d'Aubuisson) fue el que realmente le dio la bandera verde a Cristiani, él estaba por la negociación».
[16] El Salvador: Foro Acuerdo de Paz, 2 de abril de 2016. Habla Francisco de Sola, empresario representante del sector agroindustrial: «Desde el punto de vista del sector privado, yo no pretendo hablar por todo el sector privado, sino que el mío, 25 años después, que sabemos mucho más lo que ocurrió, hoy sí podemos decir que quizá un tema clave que nos iluminó en aquel entonces era una creciente realización de que el Ejército no iba a ganar la guerra… Eso era un tabú decirlo en aquellos tiempos… Era un sacrilegio y una herejía cuestionar la habilidad del ejército de ganar esta guerra. Pero el sector privado, desde temprano, entendió que era una guerra sin fin que no iba a ganar nadie». De Sola también reconoce que por ese entonces había un grupo de «empresarios importantes» que discutían, «no a nivel de las gremiales sino entre amigos» para «mover el proceso hacia la paz».
[17] Fuerza Aérea se le amotinó a Cristiani, según cables de la CIA, El Faro, 23 de enero de 2012.
[18] De la dictadura militar a la democracia, Memorias de un político salvadoreño 1931-1994, Julio Adolfo Rey Prendes, impreso en INVERPRINT, 2008. «A las notas de la marcha presidencial entró al recinto el presidente José Napoleón Duarte. Mi corazón dio un vuelco, tenía casi un año de no verlo, su semblante era cadavérico, pero caminaba con gran aplomo hacia el estrado en donde tendría lugar la ceremonia… El hombre que caminaba a entregar el poder no era un ser derrotado, todo lo contrario, era todo un gigante que alcanzaba, finalmente, sus más grandes ideales. Nunca supe lo que pasaba por su mente en ese momento, pero conociendo su carácter y los ideales por los que siempre habíamos luchado, me atrevo a interpretarlos, sin márgenes de error: había logrado democratizar al país».
[19] Gobierno superará demagogia del paternalismo estatizante, El Diario de Hoy, 5 de junio de 1989.
INTRODUCCIÓN: La raíz autoritaria (contra la democracia)
Me encantó el artículo, aunque en wiki pedía muestran a un Prth un tanto más humano y más más distante de las ideas neoliberales.